Fue en Sevilla


En una reunión en casa de Abu Bakr bin Zuhr se
mencionó esta composición de Abu Bakr bin al-Abyad:

a menos que un talle esbelto
viera conmigo despuntar el alba
o que al caer la tarde me dijera:
“El viento tiene celos
de aquel que acaricia mis mejillas”
Ella, dueña de los corazones,
sembradora de inquietudes
Ella que puede provocar deseo
al espíritu más templado
Dulces labios que guardan perlas,
dando de beber al amante
herido de amor y fiel a sus promesas.


fluye en la pupila de la aurora
hasta el blanco de la mañana
La delicadeza muñeca del río
tiene los puños verdes
por los árboles de la orilla.


junto a la ribera del río de Sevilla
Subidos en el barco
rompimos el sello del almizcle
y nos envolvió por completo su perfume
mientras la mano de las tinieblas
extendía sobre nosotros
el negro manto de la noche.
Itálica

Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora
campos de soledad, mustio collado,
fueron un tiempo Itálica famosa.
Aquí de Cipión la vencedora
colonia fue; por tierra derribado
yace el temido honor de la espantosa
muralla, y lastimosa
reliquia es solamente
de su invencible gente.
Sólo quedan memorias funerales
donde erraron ya sombras de alto ejemplo
este llano fue plaza, allí fue templo;
de todo apenas quedan las señales.
Del gimnasio y las termas regaladas
leves vuelan cenizas desdichadas;
las torres que desprecio al aire fueron
a su gran pesadumbre se rindieron.
Este despedazado anfiteatro,
impío honor de los dioses, cuya afrenta
publica el amarillo jaramago,
ya reducido a trágico teatro,
¡oh fábula del tiempo, representa
cuánta fue su grandeza y es su estrago!
¿Cómo en el cerco vago
de su desierta arena
el gran pueblo no suena?
¿Dónde, pues fieras hay, está, el desnudo
luchador? ¿Dónde está el atleta fuerte?
Todo desapareció, cambió la suerte
voces alegres en silencio mudo;
mas aun el tiempo da en estos despojos
espectáculos fieros a los ojos,
y miran tan confusos lo presente,
que voces de dolor el alma siente.
Aquí nació aquel rayo de la guerra,
gran padre de la patria, honor de España,
pío, felice, triunfador Trajano,
ante quien muda se postró la tierra
que ve del sol la cuna y la que baña
el mar, también vencido, gaditano.
Aquí de Elio Adriano,
de Teodosio divino,
de Silo peregrino,
rodaron de marfil y oro las cunas;
aquí, ya de laurel, ya de jazmines,
coronados los vieron los jardines,
que ahora son zarzales y lagunas.
La casa para el César fabricada
¡ay!, yace de lagartos vil morada;
casas, jardines, césares murieron,
y aun las piedras que de ellos se escribieron.
Fabio, si tú no lloras, pon atenta
la vista en luengas calles destruidas;
mira mármoles y arcos destrozados,
mira estatuas soberbias que violenta
Némesis derribó, yacer tendidas,
y ya en alto silencio sepultados
sus dueños celebrados.
Así a Troya figuro,
así a su antiguo muro,
y a ti, Roma, a quien queda el nombre apenas,
¡oh patria de los dioses y los reyes!
Y a ti, a quien no valieron justas leyes,
fábrica de Minerva, sabia Atenas,
emulación ayer de las edades,
hoy cenizas, hoy vastas soledades,
que no os respetó el hado, no la muerte,
¡ay!, ni por sabia a ti, ni a ti por fuerte.
Mas ¿para qué la mente se derrama
en buscar al dolor nuevo argumento?
Basta ejemplo menor, basta el presente,
que aún se ve el humo aquí, se ve la llama,
aun se oyen llantos hoy, hoy ronco acento;
tal genio o religión fuerza la mente
de la vecina gente,
que refiere admirada
que en la noche callada
una voz triste se oye que llorando,
«Cayó Itálica», dice, y lastimosa,
eco reclama «Itálica» en la hojosa
selva que se le opone, resonando
«Itálica», y el claro nombre oído
de Itálica, renuevan el gemido
mil sombras nobles de su gran ruina:
¡tanto aún la plebe a sentimiento inclina!
Esta corta piedad que, agradecido
huésped, a tus sagrados manes debo,
les do y consagro, Itálica famosa.
Tú, si llorosa don han admitido
las ingratas cenizas, de que llevo
dulce noticia asaz, si lastimosa,
permíteme, piadosa
usura a tierno llanto,
que vea el cuerpo santo
de Geroncio, tu mártir y prelado.
Muestra de su sepulcro algunas señas,
y cavaré con lágrimas las peñas
que ocultan su sarcófago sagrado;
pero mal pido el único consuelo
de todo el bien que airado quitó el cielo
Goza en las tuyas sus reliquias bellas
para envidia del mundo y sus estrellas..
Rodrigo Caro 1573 – 1647
Sevilla






Esa que duerme en el lecho de un río de anchos brazos
que la mecen en un sueño de largos y hermosos años
No despertad a la niña, rodeadla de mil lazos
de amor, nostalgia y color y que siga su letargo
que la vela la giralda y la nana estan cantando
por las esquinas del alma sus hijos los sevillanos.
Giralda, prisma en el aire de una eterna primavera…
en la cumplida mañana de una primavera
como siempre el agua dibujaba signos
que el viento del amor trajera

reflejaban la silueta entretejida
de los juncos ondeantes del estanque
de las ideas dormidas

arrastrando tras de si mi desventura
estaba ya en Sevilla, era temprano,
y el olor del azahar se hacía brisa.



hasta la torre del alba de mi Triana
y cuéntale a la mañana mis ilusiones y versos
mientras repica Santa Ana con redobles de “te quiero”
que al son de los martinetes parecen como lamentos
de un cuento de enamorados en el jardín de los besos






y que diera un doblón por describilla!
Porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?

vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!,
Roma triunfante en ánimo y nobleza.

por gozar este sitio, hoy ha dejado
la gloria donde vive eternamente».