



Además de los doce dioses principales y las innumerables deidades menores, los antiguos griegos adoraban a una deidad que ellos llamaban Agnostos Theos, es decir: el dios desconocido. En Atenas, hubo un templo dedicado específicamente a este dios y muy a menudo que los atenienses prestaban juramento «en el nombre del dios desconocido» (Νή τόν Άγνωστον Ne ton Agnoston). Apolodoro de Atenas, Filóstrato el Joven y Pausanias escribieron también sobre el dios desconocido. El dios desconocido no era tanto una deidad específica, sino una representación, de un dios o dioses que realmente existía, pero cuyo nombre y la naturaleza no se reveló a los atenienses o al mundo helénico en general.
De acuerdo con una historia contada por Diógenes Laercio, Atenas cayó una vez en las garras de una plaga y estaban desesperados por apaciguar a los dioses con los sacrificios apropiados. Así, Epiménides reunió a un rebaño de ovejas en el Areópago y posteriormente las liberaron. Las ovejas comenzaron a deambular por Atenas y las colinas circundantes. Por sugerencia de Epiménides siempre que una oveja se detenía, se establecerá un sacrificio al dios local de ese lugar. Muchos de los jardines y los edificios de Atenas se asociaron de hecho, con un dios o una diosa específica por lo que el altar fue construido y adecuado el sacrificio. Sin embargo, al menos una, si no varias ovejas, llevaron a los atenienses a un lugar que ningún dios había asociado con él. Así, un altar fue construido allí sin el nombre de un dios inscrito en él.
Tloque Nahuaque (en náhuatl ‘el que está cerca, al lado y alrededor de las cosas’‘tloc, cerca, a lado; nahuac, cerca, alrededor; «Señor de lo cercano y lo lejano» «cabe quien está el ser de todas las cosas, conservándolas y sustentándolas» Moyocoyani (en náhuatl: Aquel que se creó a sí mismo; «Señor que se crea o inventa a sí mismo mediante su propio pensamiento» es la deidad principal de los pueblos náhuatl, y en la mitología mexica es el dios protógono de la existencia e inexistencia, creador y ordenador de todas las cosas, creador de la primera pareja de humanos y jefe supremo de las cinco edades del mundo o cinco soles; Originalmente era un dios del misterio y lo desconocido implicando un solo dios creador de todo lo existente en el cosmos; En su libro ‘Filosofía Náhuatl’, Miguel León-Portilla profundiza en el significado del término mencionado (así como de muchos más).
Un solo Dios y una sola causa, que fue aquel decir que era substancia y principio de todas las cosas; y es así, que como todos los dioses que adoraban, eran los dioses de las fuentes, ríos, campos y otros dioses de engaños, concluían con decir: Oh Dios en quien están todas las cosas, que es decir el Teotloquenahuaque, como si dijéramos agora, aquella persona en quien asisten todas las cosas acompañadas, que es solo una esencia. Finalmente este rastro tuvieron, de que había un solo Dios, que era sobre todos los dioses…»
La cultura negra trascendió la africanidad
Esto implica que La Cultura Negra se ha sabido levantar, con entereza y mucha fortaleza, a pesar que le ha costado mucho su aceptación dentro de la idiosincrasia venezolana, pero estamos cada día trabajando en función de la igualdad, en pro de nuestro reconocimiento como ciudadano venezolano, aunque dentro de los principios que se incorporaron en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, estamos viendo como mucho delicadeza ese reconocimiento expreso de los Derechos Humanos que se le hace a los Pueblos Indígenas (lo cual debe ser tomados en cuenta por quienes se auto determinan como “afrodescendientes” muy seriamente, en vista que se deja claro los supuesto jurídicos que tiene que tener una comunidad para ser reconocida como pueblos únicos que poseen una identidad étnica y cultural que los diferencia de los demás), en el que quedó expresado “…un profundo cambio de perspectiva política y cultural que reoriente la conducción del Estado venezolano, por su carácter multiétnico, pluricultural y multilingüe (Preámbulo. Omissis), en el que se les reconocen sus especificidades y, en particular, su organización social, política y económica, sus culturas, usos y costumbres, sus idiomas y religiones, así como el derecho que tienen a mantener y desarrollar su identidad étnica y cultural, cosmovisión, valores y espiritualidad, la disposición contenida en el artículo 126 (Omissis), en el que se declara que los citados pueblos forman parte de la Nación, del Estado y del pueblo venezolano como único, soberano e indivisible (Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, en sentencia Nº 1.641/2000).
ENTRE LA LEY Y LA COSTUMBRE, EL DERECHO CONSUETUDINARIO INDÍGENA EN AMÉRICA LATINA
A diferencia del derecho positivo, el derecho consuetudinario opera sin Estado, mientras que las normas del derecho positivo emanan de una autoridad política constituida y son ejecutadas por órganos del Estado.
“El Papa no cree en dios; ¿Han visto algún prestidigitador que crea en la magia?”
LOS ATEOS SON BUENAS PERSONAS
Por supuesto, igual que pensamos que los cristianos podemos ser malas personas. De todo hay tanto entre ateos como entre creyentes.
Para empezar, recuerda que la Iglesia afirma que hay una moral natural, una inclinación del hombre a hacer el bien, una conciencia del bien y del mal, así que incluso sin religión el hombre nace con una moral. Por lo tanto los ateos no caminan a ciegas, pueden distinguir el bien del mal.
Más aún, en nuestras sociedades cristianas la mayoría de los ateos han sido educados como cristianos, de modo que sus esquemas mentales fueron forjados en el cristianismo aunque luego hayan abandonado su fe. O si no, casi seguro fueron educados por ateos que recibieron una educación cristiana, con lo cual también les transmitieron unos valores y una moral impregnada de cristianismo, aunque sin Dios. O si durante varias generaciones todos sus ancestros hubieran sido ateos (cosa altamente improbable), serían ateos criados en una sociedad impregnada de valores cristianos, así que sea como sea han recibido directa, indirectamente o por el ambiente, una formación moral basada en la religión. Aún rechazando a Dios, un ateo “decente” difícilmente va a rechazar la idea de que amar al prójimo y hacerle bien no sea mejor que odiarle y dañarle. Podemos decir que los ateos occidentales son “ateos cristianos”. Si a esto le sumamos lo antes comentado sobre la moral natural, entenderemos que un ateo tiene sobrada ocasión de convertirse en buena persona si su voluntad y sus circunstancias así lo quieren.
Pero entonces ¿cuál es la diferencia? Pues yo la resumiría en dos puntos fundamentales:
Punto uno
La conciencia, la moral natural, se puede pervertir sin excesiva dificultad. Nacemos con un concepto del bien y del mal, pero la sociedad puede pervertir ese concepto y torcerlo hasta deformarlo o incluso transformarlo en su opuesto. Para entenderlo mejor te pondré un claro ejemplo. Tal vez el instinto natural más fuerte, después de los relacionados con la supervivencia, sea el del deseo sexual. La mayoría de los hombres nacen con un instinto que les empuja a desear a las mujeres (o al menos a una) y viceversa. Y sin embargo la sociedad puede torcer ese instinto. La prueba la tenemos en la sociedad espartana, donde la gran mayoría de la población tenía comportamientos homosexuales (o al menos bisexuales) como algo normal (y luego dicen ahora que eso se nace, no se hace, ¿será que los espartanos tenían todos un cromosoma gay?). Más aún, el instinto de supervivencia, el más fuerte, se puede también torcer por motivos sociales, y ahí tenemos por ejemplo a quienes se dejan morir en una huelga de hambre, o se queman a lo bonzo, o se matan haciendo de kamikazes, o como en ciertas tribus, se dejan morir a determinada edad, etc. Si instintos tan fuertes como el de la supervivencia o el sexo se pueden torcer, pues más aún un instinto menos fuerte y más abstracto como es el de la moral natural.
De ese modo, si bien los ateos están aún en mayor o menos medida impregnados de la moral religiosa que les rodea, en un entorno mayoritariamente ateo sería cuestión de tiempo que esa influencia ajena desapareciera del todo, y entonces la sociedad que ellos irían modelando iría creando (como ya está sucediendo) su propia moral que podría irse alejando sin rumbo por caminos hoy inimaginables. Los creyentes, por el contrario, no sólo tenemos la moral natural, sino una moral externa, objetiva y en esencia inmutable, porque aceptamos unas normas morales externas a nosotros mismos que serían las normas dictadas por Dios, en sintonía con las naturales (pues ambas vienen de Dios), lo que no sólo garantiza conservar esa moral sino que crea armonía y no conflicto en el creyente, que normalmente no tendrá que elegir entre lo que Dios le pide y lo que su conciencia o intuición le exige (excepto cuando hay dilemas en donde dos bienes excluyentes entren en conflicto).
Si yo, estando convencido de que debo ser santo, soy un gran pecador, ¿cuánto más no lo sería yo si mi ideal no fuera tan alto y no viniera de tan alta autoridad? Habrá muchos ateos mejores que yo, pero si yo fuera ateo no sería mejor de lo que soy ahora, sería peor, pues siendo yo y no Dios el juez supremo de mi moral, no me resultaría difícil autojustificarme continuamente. La fe y la moral cristiana no hacen al hombre peor, lo hacen mejor.
De este modo se podría llegar con el tiempo a una situación en la cual la moral del creyente y la moral del ateo sean tan diferentes que nosotros los veremos a ellos como malvados, pero ellos a nosotros también. De hecho eso ya está empezando a pasar. Por ejemplo aquí abortar antes era matar a un niño, luego pasó a ser un asunto de conciencia personal (cada uno que elija lo que quiera), y ahora ya hay muchos ateos que consideran que si te dicen que tu niño podría nacer con malformaciones o con un retraso mortal, tu deber moral es matarlo, y si aún así eliges tenerlo eso es un acto de crueldad; es decir, ahora el que protege la vida del niño puede ser, a ojos de ellos, un malvado por no matarlo.
Llegados a ese punto la moral no tiene ningún valor por sí misma y sería, como las leyes, el fruto de una decisión social, donde lo que diga la mayoría (o incluso la minoría con el poder) sería lo moralmente correcto hoy, pero podría ser malvado mañana si deciden cambiar las reglas del juego. Todos sabemos bien la tendencia y la capacidad humana para justificarnos y cambiar nuestras ideas cuando el mantenernos firmes nos supone un grave perjuicio; imagina con qué facilidad podemos hacerlo si la moral fuera relativa, un simple producto del consenso social. La vida así se convierte en un juego absurdo donde todo es relativo y opinable, sin que haya nada por lo que merezca luchar ni esforzarse, pues nada tiene valor a menos que decidamos dárselo, y la conveniencia personal moldearía nuestra moral personal para evitar conflictos. A lo mejor estoy en contra del aborto pero, ¿y si no abortar supondrá complicar mi vida para siempre? Cuando es Dios el que me lo prohíbe podría aceptar la complicación, porque tengo la seguridad de que abortar es un asesinato, y porque si lo hiciera tendría que rendir cuentas por ello ante Dios, pero si la decisión depende sólo de lo que yo piense, estoy seguro que empezaría a pensar inmediatamente que en el fondo, los abortistas deben tener razón al decir que el niño que no ha nacido ni es niño ni es nada, y no tiene sentido complicarse tanto la vida por algo que es relativo y mutable. Mucha certeza necesitaría yo para sacrificarme en ese caso, pero sin Dios y con una moral relativa, creo que no encontraría motivos para hacerlo. Y como digo aborto digo igualmente muchas otras acciones morales en caso de suponerme un gran sacrificio.
Punto dos
Nosotros tenemos a Dios, ellos no, pues han elegido no tenerlo. El verdadero creyente no tiene una fe igual que se tiene una ideología política o un equipo de fútbol favorito (aunque los hay que parecen vivirlo así). El verdadero creyente tiene una vivencia y una visión del mundo basada en esa vivencia. Dios no es sólo un concepto que aceptamos o defendemos como si de una idea política se tratase, Dios es lo que da sentido a nuestra vida, lo que explica nuestra existencia, el objetivo de nuestro camino, el principio y el fin de todo. Eso nos permite vivir la vida sabiendo que todo tiene sentido, que nuestra vida tiene sentido, que todo lo que nos pasa tiene sentido, y que es un sentido positivo.
Cuando las cosas nos van mal, cuando sufrimos, sabemos que aunque no entendamos por qué, hay un sentido positivo en todo ello, y que podemos apoyarnos en un Dios que nos ama y nos cuida y es nuestra fuerza. No estamos solos ni nadando en el caos absurdo, no somos peleles sacudidos por el ciego azar del universo, somos actores en una historia de salvación diseñada para que desempeñemos correctamente nuestro papel, y lo que hagamos marca una diferencia, tiene sentido y responsabilidad desde nuestro primer paso hasta nuestro último aliento; tanto nosotros como la humanidad caminamos hacia un sitio, siguiendo un plan.
Eso hace que entre el ateo convencido y el verdadero creyente haya una diferencia abismal. En medio de ambos están los creyentes de boquilla o de simple tradición o de simple inercia o pereza (por no plantearme otra cosa), que según tengan más o menos fe, estarán más hacia un lado o hacia otro. Estos creyentes templados aceptan la verdad de la fe pero no la vivencia de la experiencia religiosa; algunos creen en Dios pero igual que creen que existe Australia, sin que eso tenga ningún impacto en su vida. El valor transformador de nuestra fe se ve principalmente en los cristianos que la viven, no tanto en aquéllos que simplemente la aceptan como concepto intelectual, y menos aún en los creyentes de boquilla que, si escarbas un poco, resulta que no creen en nada.
Una vez dijeron en la tele que en un estudio “científico” (¿en serio?) se había demostrado que los creyentes no eran más felices que los no creyentes (parece casi como decir que los niños huérfanos son igual de felices que los que tienen padre y madre). Suponiendo que ese estudio fuese serio y el resultado verdadero, no puedo creerme que el verdadero creyente que tiene a Dios sea igual de feliz o infeliz que quien no lo tiene, pero si consideras creyente a todo aquél que marca la casilla de Sí cuando le preguntan si cree en Dios, entonces se te meten en el cajón de “creyentes” también personas que tienen su fe como una ideología teórica pero que ni vive su fe ni tiene una relación con Dios, y en ese caso, viven su vida igual que si fueran ateos. Más que “un estudio científico” (del que no se ofreció el más mínimo dato) parece un estudio tendencioso con una divulgación interesada. Aún recuerdo lo feliz que parecía la presentadora de las noticias de la tele cuando explicó este “descubrimiento”.
EN LAS GUERRAS DE RELIGIONES SE MATÓ EN NOMBRE DE DIOS PERO EL ATEÍSMO NUNCA MATÓ EN NOMBRE DEL ATEÍSMO
Sí, eso se oye mucho pero disculpa si me da la risa. Los ateos, como hemos explicado, se creen neutros y por tanto observan cómo los creyentes se matan o se han matado entre sí como si eso no fuera con ellos. La religión es mala, crea conflictos, odios, se mata en nombre de Dios, así que suprimamos a Dios y a la religión y se acabará el conflicto, todos tranquilos y bondadosos amándonos los unos a los otros. Puesto que el ateísmo ha crecido mucho en el siglo XX, parece que de igual modo debería haberlo hecho la paz y la concordia. Pero no, ha sido justo al revés.
Como los creyentes se creen tolerantes (la intolerancia sería un rasgo del homo religiosus), por supuesto ellos no hacen daño a nadie por ser ateos, pues el ateísmo, una vez más, es neutro y no se puede actuar en nombre de la nada.
Esa es la teoría, la práctica es bien distinta, pues como hemos dicho, ni el ateísmo es neutro, sino una cosmología (visión del mundo) más, ni es tolerante por ser ateísmo. El fanático busca imponer sus ideas y creencias a los demás, y si tiene poder logra hacerlo, así que si es cristiano querrá imponer su cristianismo y si es ateo querrá imponer su ateísmo, con la diferencia de que un cristiano tendrá que traicionar a su fe para oprimir al prójimo mientras que un ateo, si quiere, puede cambiar su moral para que oprimir al prójimo sea perfectamente adecuado cuando le interesa, o si no que se lo pregunten a Hitler, por ejemplo (por cierto, ¿de dónde ha salido el extendido bulo de que el Hitler del nazismo era cristiano?).
En las guerras las personas, y menos aún los estados, no suelen admitir que sus motivos son simplemente el odio o las ansias de poder o riquezas. En la antigüedad sí se decía a las claras que esos motivos eran los que guiaban sus guerras, pues eran considerados motivos legítimos, el orgullo de demostrar que eras el más fuerte. El cristianismo invalidó esos motivos, pues un principio básico de nuestra fe es el amor al prójimo y el evitar oprimirle, así que decir que luchabas contra otra nación por pura codicia estaba como mínimo mal visto. Y entonces dejaron de usarse esos argumentos (en el occidente cristiano) y se empezó a buscar excusas que disfrazaran los verdaderos motivos bajo el manto de otros ideales nobles que resultaran legítimos.
Cuando la sociedad era teocéntrica el valor máximo era Dios, así que se utilizó el nombre de Dios para justificar las guerras (lo hacemos por Dios, o por extender su mensaje, o por recuperar su tierra, o por…), lo mismo que hoy siguen haciendo las sociedades teocéntricas islámicas. Pero cuando Dios perdió valor y se ensalzaron otros valores, se pasó a utilizar esos otros valores para justificar las guerras, y entonces ya no luchabas contra otra nación para extender la palabra de Dios o expulsar al infiel o perseguir la herejía, sino para extender la democracia, para liberar a los oprimidos y cosas por el estilo. ¿Acaso no son esos los motivos que se han argumentado en casi todas las guerras occidentales del siglo XX y XXI?
¿Matar en nombre de Dios? ¡Qué barbaridad! Cierto, pero ¿acaso no es igual de bárbaro bombardear ciudades enteras y masacrar civiles en países como Irak con la excusa de liberarlos de la opresión, con el resultado de quitarles un dictador, sumirles en el caos y la ruina y terminar arrojándoles en manos de terroristas que continuaron oprimiéndoles y masacrándoles pero encima sumidos en la pobreza y el caos? Y en medio de todo eso ninguna potencia reclamó el verdadero motivo de la guerra: quitarles el petróleo y ganar millones de dólares reconstruyendo con nuestras empresas lo que nosotros mismos hemos destruidos. Si Dios es malo por ser causa de guerras, ¿será la democracia mala por el mismo motivo? Como vemos, quitar a Dios de los gobiernos no ha hecho que las guerras disminuyan (nunca ha habido tantas guerras ni tan tremendas como las del siglo XX y XXI), así que al parecer el problema no era la religión, sino la codicia humana.
Pero además de eso tenemos que los ateos sí han matado, masacrado, oprimido, perseguido y hasta hecho guerras en nombre del ateísmo. Cualquier opresión, persecución, discriminación, daño, desprecio, asesinato o guerra realizada contra gente por ser creyentes es una guerra, opresión, discriminación, etc. en nombre del ateísmo, pues lo que se busca con esos métodos violentos (sean físicos o mentales) es imponer el ateísmo a la sociedad, para lo cual es necesario el exterminio de los que creen en Dios o al menos el exterminio de la creencia en Dios.
En los sitios donde los ateos han llegado al poder absoluto podemos encontrar muchos ejemplos de esto. La Rusia soviética y todos los estados comunistas en general de ayer y de hoy (la China de Mao y la de hoy, la Camboya de los jemeres rojos, las dictaduras comunistas del este de Europa y de otras partes del mundo, etc.) han llevado a cabo labores de represión de los creyentes, buscando su “neutralización” o eliminación (asesinato) o presionándolos de modo fuerte o sutil (aquí incluiríamos también a la mayoría de los Estados occidentales actuales) para eliminar sus creencias. Simplemente contando las personas que han sido asesinadas por ateos a causa de ser creyente tendríamos en el siglo XX y XXI a millones (y hoy la persecución y el exterminio continúan).
Y no sólo está la represión interna, sino que muchas dictaduras ateas han hecho guerras o apoyado guerras o promovido guerras en la sombra (sobre todo Rusia) con el objetivo de extender el comunismo a otros países, y con ello el ateísmo, pues al parecer va en el mismo paquete. Así que los ateos hacían (y hacen) guerras para extender su cosmología del mismo modo que los creyentes que hacen guerra en nombre de su religión lo hacían (al menos en teoría) para extender la suya. Los cristianos de las cruzadas mataban en nombre de Dios y los comunistas en nombre del pueblo, de ese mismo pueblo al que al parecer querían liberar oprimiéndolo, como hizo Rusia con los países del Este de Europa y muchos más. Que le pregunten a un polaco o un húngaro de 80 años si agradece a Rusia que les liberara y les tuviera durante décadas “liberados”.
En España, muchos de los ateos que gritan que la Iglesia mataba gente hace nosecuantos siglos se sienten herederos de los republicanos de antes de la dictadura, los mismos que antes y durante la Guerra Civil mataron a miles de sacerdotes y religiosos (casi 7.000 en total, sólo del clero) con la excusa de que así liberaban al pueblo de la opresión de la Iglesia. Muchas diócesis perdieron asesinados el 50% de sus sacerdotes, algunas llegaron a perder hasta el 86%. Pero claro, ellos no mataban a cristianos por odio, lo hacían por amor al prójimo, para liberarlos (como los rusos), y como la mayoría de la población no se dejaba liberar de su fe, reprimían todo elemento religioso para que los pobrecitos dejaran de sufrir. Hasta decir “adiós” quedó prohibido en territorio republicano (comunista), no fuera que eso le recordara a alguien que Dios seguía por allí. Ellos eran tolerantes, los creyentes intolerantes; los creyentes mataban porque eran creyentes, ellos mataban por amor al prójimo. ¿Mataban por ser ateos, por odio a la religión? ¡No por Tutatis!, ese tipo de cosas sólo lo hacen los creyentes, ellos mataban por amor a los hombres. Perdón, y también a las mujeres.
Resumiendo, ¿matan o hacen guerras los ateos en nombre del ateísmo? Vale, tal vez no lo hagan diciendo “lo hacemos en nombre del ateísmo” (hoy quedaría fatal), pero algunos sí lo hacen por el bien del ateísmo y por odiar al que no piensa como ellos. Llámalo como quieras, eso no cambia las cosas. Tampoco a ningún cristiano se le ocurriría hoy matar “en nombre de Dios”, las cosas han cambiado mucho y eso quedaría fatal, y afortunadamente si los ateos en ese sentido son herederos de la barbarie de siempre, los cristianos hemos madurado lo suficiente como para que nos resulte impensable matar utilizando a Dios como excusa o bandera, si es que alguna vez lo fue en realidad. Aparte de eso, creo que la naturaleza del hombre en esencia será siempre igual, no hay ninguna religión ni ideología que por la sola fuerza de sus ideas consiga que el ser humano se transforme ni ahora ni en el futuro en un inocente angelito, o que una sociedad se transforme en un remanso de paz y amor para todos, aunque hay ideas que ayudan a superar nuestros defectos y otras que ayudan poco, nada o incluso que nos empujan a depravarnos más.
Yo, como cristiano, creo que esa utopía de paz y amor llegará algún día, pero no como resultado del esfuerzo del hombre sino por el poder de Dios, tal como se nos prometió, pero sin esa actuación de Dios, ni siquiera los ideales cristianos serían suficientes para conseguirlo, cuanto más unos ideales que en el fondo, al menos a largo plazo, son de la misma naturaleza que los principios de Groucho Marx (Damas y caballeros, estos son mis ideales, y si no me gustan, tengo otros).
EXORTACIÓN FINAL
No entremos en si los cristianos somos hoy mejores personas o no, pues en eso será difícil ponernos todos de acuerdo, pero desde luego no podemos consentir que nos acusen de todos los males de la humanidad mientras ellos se presentan como santos, perdón, como ciudadanos ejemplares y representantes de algo así como una nueva fase de perfección en la evolución humana. Nadie puede negarnos el derecho a exigir el mismo respeto que se concede a los demás, a no permitir que sigamos siendo ignorados, despreciados, ridiculizados y pisoteados como ciudadanos de tercera, a no consentir que borren nuestra fe de la plaza pública mientras la llenan de otros símbolos de su ideología. Hay que exigir al Estado respeto y protección, como ciudadanos que somos, a nuestra jerarquía que nos defienda con valentía y sin concesiones que socaven nuestros valores, y a nosotros mismos dignidad, valor, orgullo por lo que somos y reivindicación de nuestro lugar en la sociedad. El espacio público también es nuestro por justicia y por derecho, no podemos ir entregando todo en manos del ateísmo como si fuera imposible o inútil actuar de otro modo. Basta ya de seguir dejándonos pisotear. Pon tu granito de arena y comparte esto.
Me estoy aburriendo
Según revela un estudio de WIN/Gallup International, casi dos terceras partes de la población mundial (63%) se declaran creyentes, muy lejos del 37% de España y del 35% que no asegura no cree en ningún Dios. En sentido, el país más religioso del mundo es Tailandia, con un 94% de la población que se considera creyente. En él, la religión predominante es el budismo Theravāda, practicado por el 95% de la población. Los musulmanes, los cristianos y los judíos completan el 5% restante. Solo el 1% se confesó ateo.
Sobre el ateísmo también le puede interesar:
Fe y razón en el nuevo ateísmo
La Iglesia, perseguidora y perseguida
Crisis del cristianismo, ¿triunfo del ateísmo?
Existen mùltiples problemas que angustian y oprimen a la humanidad,(a unos mucho mas que a otros), que los atentados de falsa bandera han contribuido a poner en evidencia, pero lo mas deprimente y terrible consiste en que ninguno de ellos, terrorismo incluido, son inevitables, pues el hombre posee medios sobrados para solucionarlos y prevenirlos, simplemente carece de autèntica voluntad o intereses para conseguirlo. La mayorìa de los mismos son fruto de la insolidaridad, el egoismo y la irracionalidad. El del incremento de la longevidad no es tal, pues el maquinismo y la tècnica rinden sobradamente para compensar la disminución del porcentaje de la poblaciòn productiva y la mejor prueba de ello es el continuo incremento del paro en la mayorìa de los paises, llegando en los subdesarrollados a el 50% sobre todo en la juventud, principal motivación ,junto con la deficiente o inexistente educación, para caer en las garras del integrismo cristiano o musulman. El de la excesiva natalidad y el mantenimiento de la gravedad y extensiòn de las enfermedades infecciosas , es debido igualmente a la Religión y a la insolidaridad de los paises desarrollados, que no tienen verdadera voluntad de extender la cultura y desechar los obsoletos resortes de poder aportando los medios necesarios para solucionarlos.
Algo parecido se puede decir del problema de los alimentos a nivel
global, pues con un moderado control de la natalidad en los paises
subdesarrollados (en los desarrollados ya se ha conseguido y en algunos
sobradamente), que se lograrìa fácilmente con un aumento del nivel
cultural y de vida en los mismos, aquel tampoco existirìa ,ya que las
hambrunas existentes en unos paises se conjugan con el despilfarro y
los enormes excedentes alimentarios de otros, en los que se penaliza
la producciòn o se destruyen en lugar de enviarlos a donde se necesitan
desesperadamente, pero sí se proporcionan a esos paises armas modernas
para que se maten con mayor efectividad y paralelamente para poder
controlar a su antojo sus riquezas naturales ,que expolian ademàs con
total cinismo e impunidad como pago de una deuda inacabable que los
mantiene en perpètua pobreza, producida por importaciones de artìculos
manufacturados carísimos, (armas incluidas) en la mayorìa de las
ocasiones fruto de esplèndidas comisiones a gobernantes corruptos,
combinados con precios de saldo para las riquezas naturales y materias
primas que exportan.
Dicha voluntad deberìa surgir de los principios èticos o valores
solidarios y humanìsticos , pero todos ellos representan un sentido
superior que tendrìa que dominar a nuestros instintos agresivos y
egoistas . Por desgracia lo antes expuesto demuestra claramente que
en general no ocurre asì y nos debemos preguntar el por què. Yo creo
que la respuesta es evidente, sin una base sòlida y profunda que los
fundamente se transforman en palabras huecas que no se sienten y asì
podemos observar que en la mayorìa de los paises alternan diversos
partidos con distintas siglas y programas , pero los resultados de su
quehacer polìtico son similarmente deprimentes porque sus miembros no
tienen interiormente autèntica voluntad de solucionar los antedichos problemas.
Y es que realmente es imposible el fundamentar valores de un sentido
superior en un mundo en el que la Religión ha fracasado y la ciencia
pregona que no existe sentido alguno. Si realmente nuestra existencia
es un absurdo que surge de la nada para volver a ella en un entorno en
el que sòlo impera el ciego concurso del azar y las fuerzas fìsicas,
la reacciòn lògica de la voluntad no es impulsar los valores èticos,
sino el vivir un hedonismo del presente, (el aquí y ahora), y la ley
del mas fuerte y el todo vale que se van imponiendo por doquier. De ahì
que la tònica general sea el combatir el extremado reduccionismo expuesto,
intentando paralelamente aportar dicha base mediante la propuesta de el
Todo que la mayorìa conoceis. La solidaridad y la comprensión debe ser
ahora y siempre el motivo principal del género humano.
Hacer beneficios a un ingrato es lo mismo que perfumar a un muerto. (Plutarco)
¿Qué es la obsolescencia programada?
Vivimos en un mundo de recursos limitados pero nos imponen que consumamos en exceso.
Compramos cosas diseñadas para no durar y ninguna ley nos protege de eso.
Para el consumidor es un diseño defectuoso. Para el fabricante es crear dependencia en sus clientes.
Se denomina obsolescencia programada o planificada a la determinación del fin de la vida útil de un producto o servicio, de modo que tras un período de tiempo calculado de antemano por el fabricante o por la empresa éste se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible.
En oficinas y hogares de todo el mundo cada día fallan piezas de impresoras, electrodomésticos o aparatos tecnológicos. En estas ocasiones el fabricante recomienda visitar el servicio técnico para hacer la reparación. Sin embargo, por lo general, nos encontramos con la desagradable sorpresa de que en la tienda nos dicen que sólo enviar el producto averiado al servicio técnico puede tener un coste de 20€+iva, además, las piezas de recambio serán difíciles de encontrar, en definitiva, que no sale muy a cuenta reparar el producto, es mejor comprar uno nuevo. Si accedemos a esto seremos una víctima más y, una vez más, de la obsolescencia programada; El motor secreto de nuestra sociedad de consumo.
Si finalmente decidimos nosotros mismos reparar el producto va a ser una tarea complicada. En primer lugar, los tutoriales de los fabricantes normalmente ni siquiera mencionan la avería. Si buceamos un poco por internet, descubriremos foros en los que hablan de ese mismo error, sin embargo, nadie tiene la respuesta de cómo repararlo. A esto se le llama obsolescencia indirecta, que viene dada de que la tarea de reparar un producto sea imposible.
Tipos de obsolescencia programada
Obsolescencia estética: en los años 50 la obsolescencia programada resurgió, pero en esta ocasión no se trataba de obligar al consumidor, sino de seducirle. Era el deseo del consumidor de poseer algo, un poco más nuevo, un poco mejor y un poco antes de lo “necesario”. En la América de la posguerra se crearon electrodomésticos, coches y trenes de diseño contando siempre con la obsolescencia programada. El diseño y el marketing seducían siempre al consumidor para que adquiriera el último modelo. Este estilo de vida americano de los años 50, sentó las bases del consumo actual.
Obsolescencia indirecta: generalmente debido a la no posibilidad de reparar un producto por falta de repuestos adecuados. Por ejemplo, si se pierde el cargador de un teléfono y no se puede encontrar uno, entonces nos vemos obligados a comprar otro teléfono.
Obsolescencia de la incompatibilidad: Se da cuando un producto se queda obsoleto porque las actualizaciones de dicho producto no son compatibles con las anteriores. Uno de los ejemplos más claros de este tipo de obsolescencia es el caso del software que ya no funciona al actualizar el sistema operativo.
Obsolescencia de funcionamiento: casos de productos diseñados para operar un cierto número de ciclos. Una impresora que al llegar a un número determinado de copias deja de funcionar.
En estos casos el producto está deliberadamente “trucado” para acortar su vida a un número determinado de horas.
Obsolescencia del servicio posventa: diseñado para que el consumidor esté más inclinado a comprar un producto en lugar de repararlo, en parte debido a los tiempos de reparación, precios y la dificultad de encontrar las adecuadas piezas de recambio.
Obsolescencia psicológica: Derivada de las grandes estrategias publicitarias para hacer creer a los consumidores que los productos existentes ya están obsoletos. La frase “eso ya está pasado de moda”, es un claro ejemplo de este tipo de obsolescencia, y que se encuentra muy arraigado dentro de nuestra sociedad actual.
Obsolescencia por caducidad: Reduce artificialmente la vida de un producto. Esto ocurre principalmente en la industria alimenticia, acortando la “fecha de caducidad” o “consumir preferentemente antes de”, cuando en realidad el producto se encuentra en perfecto estado.
Obsolescencia ecológica: Bajo el argumento ecologista, se justifica el abandono de productos más antiguos y se promueve la adquisición de nuevos productos, bajo el argumento de que son menos dañinos para el medio ambiente. Aunque también aumentan significativamente los residuos, que no siempre están bien gestionadas.
Este tipo de obsolescencia está directamente relacionada con el “greenwashing” o lavado de cara “verde” empresarial.
#FREEDOMFORGIRLS and commit to helping end human trafficking and modern slavery
71% of modern slavery victims are women and girls.1 With an estimated 40.3 million people victims of modern slavery and human trafficking, that’s a lot of girls around the world who are being exploited for someone else’s benefit, or treated like a commodity, unable to leave because of threats, violence, coercion, and abuse of power.
Who are they? Girls like Phoebe*, a 17-year-old victim in Kenya forced into the commercial sex industry, or Sophie*, a 15-year-old victim who felt her childhood was stolen. She said no one seemed to want to help her whilst she was enduring two years of exploitation having been trafficked to the UK.
Sign the pledge to help end modern slavery and trafficking of girls, and join the fight to secure Sustainable Development Goal 8.7:
“Take immediate and effective measures to eradicate forced labour, end modern slavery and human trafficking and secure the prohibition and elimination of the worst forms of child labour, including recruitment and use of child soldiers, and by 2025 end child labour in all its forms.”2
Let’s join together and help stop girls from experiencing what girls like Sophie and Phoebe experienced. If we are big and loud enough we can hold governments, businesses and civil society to account and make ending modern slavery a priority.
This is not from Daesh but from Israel
Aldous Huxley
No sé lo que opinaría de nosotros, la humanidad, si alguien pudiera observarnos desde el espacio exterior, y no me refiero a ninguna clase de ente divino, sino a un tipo de inteligencia extraterrestre. El estudio del ser humano como especie no dejaría de causarle asombro, risa y pena y un poco de repugnancia también. Al no tener implicaciones humanas, podría ser objetivamente crítico e imparcial, algo que una persona, por muy ecuánime que pretenda ser, es imposible que lo consiga.
Bien, dicho esto, pasemos a las conclusiones que supuestamente podría obtener en su análisis del peculiar bípedo que habita como especie predominante en ese remoto e insignificante punto azul pálido que es el planeta Tierra.
Para empezar, observaría que físicamente el ser humano no es gran cosa. La mayor parte de los animales nos supera por mucho en algún aspecto corporal: son más fuertes, más rápidos, más resistentes y más naturales que cualquiera de nosotros. Sólo hay algo en lo que somos manifiestamente superiores: la inteligencia, la capacidad de razonar y comprendernos a nosotros mismos como individuos e indagar asimismo en el universo que nos rodea. Pero esta innata cualidad humana, en lugar de hacernos mejores y más nobles, nos ha hecho crueles y engreídos al otorgarnos un poder superior sobre los demás seres vivos.
En cuanto a la organización social de los humanos, no dejaría de pasarle por alto la mediocridad, cuando no la simple estupidez, bajeza moral y rapacidad de que hacen gala la mayoría de los dirigentes políticos de cualquier escala y nación. Me da igual, desde alcaldes de pueblo a jefes de Estado, si echas un vistazo general, la verdad es que el panorama resulta completamente desolador. Es difícil encontrar un líder de cierta talla, y cuando lo encontramos, por norma general solemos acabar matándolo. Entiéndase que me refiero a esa clase de personas singulares que, a modo de referentes éticos en el devenir histórico de la humanidad, nos aportaron valor, conocimiento y esperanza: Espartaco, Zapata, Gandhi, Durruti, Malcolm X, entre otros muchos, fueron algunos de esos héroes populares que se enfrentaron al poder y sacrificaron su vida por el bien común. Su ejemplo traspasa las fronteras e influye en millones de personas en todo el mundo. Me temo que apenas quedan líderes así hoy día, si es que existe alguno. Al igual que el lince ibérico, son raros de ver, no pueden vivir libremente y corren peligro de extinción.
No soy partidario de la figura de un jefe como guía de masas, ni me gusta la figura tergiversada mesías redentor, aunque comprendo que algunos individuos, por su altura ética e intelectual, pueden servir de referencia e inspiración para mucha gente. De todas formas, creo que es mejor que cada uno piense y actúe por sí mismo. Que cada persona sea su propio líder natural. Pero ya sabemos que asumir esta responsabilidad es difícil, arduo y peligroso. Uno tiene que aprender a pensar por sí mismo y, peor todavía, debe hacerse responsable de sus propias decisiones. La sociedad no promueve la libertad individual. Por el contrario, prefiere un rebaño humano guiado por un pastor. No obstante, la fórmula se ha comprobado que únicamente beneficia a una minoría, la que ostenta el mando, en perjuicios de la inmensa mayoría, que apenas cuenta para nada y debe conformarse con obedecer dócilmente las órdenes del amo.
Es fácil comprobar la veracidad de mis palabras. Basta con leer un poco de historia o con echar un vistazo a la situación actual del mundo.
Miras a un lado y ves a Putin, un tipo de cuidado, con una mirada fría, siniestra y amenazante, forjado como agente soviético de la temible KGB; es abogado y político profesional, una mezcla de fatales consecuencias. Pobres rusos, si no habían padecido ya suficiente con los zares y los comunistas, ahora les toca experimentar en su carnes el capitalismo salvaje al estilo neoliberal. En muchos sentidos Rusia me recuerda a España, ambos son países sin suerte, con una historia atroz de gobernantes déspotas, corruptos e inútiles, sin la menor preocupación por el pueblo, al que tratan como si fuera escoria.
Para echarse a temblar son también los mandatarios de China y su aterrador ejército de generales bajitos con gorra de plato y el pecho cuajado de medallas, que han convertido a toda la nación en una gran fábrica que abastece de productos al mundo entero. Una cultura milenaria de miseria y opresión para el sufrido pueblo chino. Otro ejemplo especialmente aborrecible de jerarca tiránico es el hijo y heredero del anterior dictador norcoreano, ese cabeza de patata con un aspecto perversamente aniñado. O los brutales militares sudamericanos machacando a sus desgraciados pueblos golpe tras golpe, sin permitirles levantar la cabeza, siempre al servicio de una oligarquía opresora. África está sumida en un perpetuo horror de esclavitud, sangre y cadáveres masacrados desde hace siglos. Sin olvidar a la civilizada y culta Europa, que ha padecido dos guerras mundiales consecutivas y ha sido escenario de las peores atrocidades cometidas contra el ser humano. La verdad es que no sé hacia dónde dirigir la mirada; en todas partes es lo mismo: políticos que más que dar confianza dan miedo.
O bien podemos fijarnos en los fundamentalistas religiosos, ya sean de un credo u otro, judíos o musulmanes, católicos o protestantes, pues a pesar de que todos declaran que son religiones de amor, a la hora de la verdad no tienen escrúpulo alguno en asesinar piadosamente al prójimo cuando piensa diferente. No me explico cómo pueden contar con millones de fieles que obedecen como borregos a sus profetas y patriarcas. La falsedad resulta tan evidente, que no entiendo cómo alguien se puede tragar tal cúmulo de patrañas y engaños, sin más base que unos supuestos mensajes divinos que solamente unos pocos elegidos pueden interpretar para el resto de creyentes. La fe necesaria para creer nos exige dejar en suspenso la razón, o dicho de otra manera, las creencias religiosas requieren prescindir de nuestro rasgo más señalado: la inteligencia humana. La mente, ese gran misterio aún por desvelar, es la clave de la supervivencia, al permitirnos aceptar lo bueno y útil como verdadero y desechar lo malo y pernicioso como falso. Y las religiones, a mi entender, se encuentran dentro de este último apartado.
Ya sé que es simplificar demasiado un asunto complejo que ha preocupado al conjunto de los mortales desde sus albores; es más, el sentido trascendente de la existencia constituye uno de los rasgos que definen su humanidad. Pero es lo que pienso de esta superchería extendida por el mundo entero como una plaga.
No puedo concebir un Dios que consienta el sufrimiento del mundo. Un mundo en el que resulta muy duro vivir, sobre todo por el daño deliberado que el propio ser humano, en su estupidez y maldad, inflige a todo cuanto existe, empezando por sí mismo.?. Sinceramente, creo que nos iría mejor si nos deshiciéramos de tales mentiras y asumiéramos la verdad de la vida, aquí y ahora, y sustituyéramos las arcaicas, caducas e ilusorias creencias religiosas por una moral enteramente humana, basada en la dignidad y la libertad del individuo, un código ético de conducta que respetara los derechos individuales de cada persona y nos sirviera para vivir mejor unos con otros.
En este recorrido por la actualidad planetaria, tampoco podemos olvidarnos de la reciente estrella del firmamento político, el famoso y televisivo Donald Trump, el nuevo presidente norteamericano, en este caso empresario y político, dos términos que unidos deberían ser considerados opuestos, contradictorios y hasta ilegales. ¿Qué decir que no se haya dicho ya de semejante individuo?
No tengo la menor duda de que nuestro visitante estelar pegaría un salto en el espacio al comprobar quién dirige actualmente la Casa Blanca, uno de los mayores y más terroríficos centros de poder que existen en la Tierra. Y desde luego, cuando escuche hablar a Trump, con su estúpida, insufrible y malvada verborrea, pensará que la humanidad ha enloquecido al permitir que alguien como él ocupe un cargo de tanta responsabilidad. Es una vergüenza para el género humano que un personaje de su calaña pueda detentar algún tipo de poder sobre la gente.
Si ha comenzado su controvertido mandato entre manifestaciones masivas y fuertes críticas populares, no sabemos qué sorpresas puede depararnos en el futuro, pero sospecho que ninguna buena. Un chiflado megalómano, paranoide y psicópata de sus dimensiones puede llevarnos a la catástrofe.
Espero equivocarme por la cuenta que nos trae a todos, pero no me extrañaría nada que, tarde o temprano, acabe provocando una guerra sobre algún pobre país indefenso -si llega el caso, confiemos que sea a pequeña escala- como medio de subir en las encuestas de popularidad americanas. Es un viejo truco que se ha empleado con éxito garantizado en el pasado. Ya lo utilizaron algunos de los más nefastos presidentes estadounidenses -Reagan con la invasión de Granada y los bombardeos a Libia, Bush padre e hijo en las guerras de Iraq y Afganistán y Obama, sanguinario destructor de Libia y el Yemen, por ejemplo- aunque prácticamente la totalidad de gobernantes americanos ha recurrido, en un momento de crisis, a esta vieja estrategia populista. Qué importa un poco de sangre derramada si es por el bien de “América”. Lo importante es que las banderas ondeen al son del himno nacional. El fin está claro: conseguir que la población se olvide de sus problemas cotidianos y entregue sus libertades civiles rendidamente y sin cuestionar en manos de una autoridad salvadora. ¿Una exageración? ¿Un absurdo? Nada deseo más que equivocarme en mis funestas predicciones. Pero ahí está la historia para demostrar que es posible, demasiado posible.
Las personas somos fácilmente manejables y la clase dirigente tiene experiencia en manipular a la opinión pública a su antojo. El gobierno americano lo ha hecho en repetidas ocasiones. Lo hizo en la Primera Guerra Mundial, cuando EE UU era un país neutral y gracias al empeño del presidente estadounidense de entonces, Woodrow Wilson, otro abogado y político profesional, entraron a formar parte de la contienda. El hundimiento del transatlántico británico RMS Lusitania como elemento desencadenante de la entrada en el conflicto no fue más que un mero pretexto, ya que fue hundido en 1915 y Estados Unidos declaró la guerra a Alemania dos años más tarde. Yo me inclino a pensar que, como en la mayor parte de las guerras, fueron razones económicas y políticas principalmente las que llevaron a tomar tal decisión.
La Segunda Guerra Mundial fue ganada por los aliados, gracias sobre todo a los valientes americanos que vinieron a sacar las castañas del fuego a los pobres e indefensos europeos. Es cierto, el inmenso poderío militar norteamericano se empleó en hundir a la malvadas hordas nazis (que lo eran, indudablemente) liberando así al mundo entero para la democracia capitalista, como bien nos ha contado el cine en innumerables ocasiones. Sin embargo, esta historia mil veces repetida olvida un hecho fundamental: el sacrificio heroico de los soviéticos, pues no en vano murieron millones de ellos durante aquel terrible periodo.
Bien, no quiero ponerme catastrofista, pero la realidad es innegable. Podría continuar con un ejemplo tras otro: Corea, Vietnam, Cuba, Chile, Nicaragua, Granada (el país, no la provincia española, mediante la operación militar Furia Urgente), Libia, Iraq, Afganistán… ¿Adónde quiero ir a parar con este cúmulo de datos históricos? Sencillo, a que nos manipulan como quieren y nos usan como si fuéramos carne de cañón. Y lo peor de todo es que cuentan muchas veces con el propio respaldo de las ovejas que llevan al matadero.
En las contadas ocasiones en que la gente trabajadora ha tratado de sacudirse el yugo de sus amos y verdugos -la rebelión de los esclavos en la antigua Roma, la Comuna francesa o la revoluciones mexicana, rusa y española del 36, por citar unas pocas muestras- el fracaso ha sido completo. A lo largo de la historia, los rebeldes fueron sistemáticamente sometidos y aplastados. Pero lo que no pudieron, ni podrán jamás, es acabar con la esperanza de un mundo mejor. La idea permanece invencible: una ilusión que sirve para guiar a la humanidad doliente. Y esta utopía de justicia social es la que, a través de todo tiempo y lugar, ha encarnado el ideal anarquista. Pues allá donde se libre una lucha por la libertad y la dignidad del ser humano, para mí representa lo que entiendo por anarquismo.
De todas maneras, más preocupante que la maldad de los perversos, es la pasiva indiferencia de la gran mayoría silenciosa. Pienso si acaso tenemos los políticos que nos merecemos. Al fin y al cabo, no dejan de ser el reflejo de la sociedad cruel, injusta, desigual y enferma que hemos creado entre todos.
Otro importante tema a debatir es averiguar quién manda realmente en el mundo. Sabemos que los gobiernos tienen una esfera de influencia y poder bastante limitada, condicionados y sujetos como están por otros factores determinantes para la marcha de un país, como son primordialmente las grandes empresas multinacionales, los grupos de presión mediática y la banca, a los que hay que sumar los partidos políticos, sindicatos y religiones principales, cuyas cúpulas dirigentes influyen en mayor o menor medida en las decisiones políticas, sociales y económicas que afectan a toda la nación. La población común, es decir, la inmensa mayoría de nosotros, apenas tenemos nada que decir en este asunto. Se nos consulta en las elecciones para guardar las apariencias democráticas y basta. Luego, el político de turno tiene las manos libres para hacer y deshacer a su gusto, sin responsabilidad personal, sin rendir cuentas a nadie, sin respetar sus compromisos electorales. Y únicamente cuando nos empujan al límite, se encontrarán con la decidida y firme oposición de los ciudadanos. A nosotros nos reservan otra importante función: contribuir con los impuestos al sostenimiento del gasto general y soportar las decisiones de unos dirigentes que suelen gobernar en defensa de sus propios intereses de clase.
Las grandes empresas multinacionales ostentan uno de los sistemas de poder más importantes a escala mundial, por su volumen de actividad, por su capacidad de incidir sobre las economías nacionales, por su extensión global, por los millones de trabajadores que emplean y por la concentración en unas pocas manos de su capacidad directiva. Se trata de uno de los ámbitos de intervención más potentes que podemos encontrar en este momento.
Los inmensos recursos económicos que manejan sitúan a las grandes multinacionales por encima del PIB de muchos países. Por citar un dato revelador, dos de las mayores empresas españolas por ingresos son el Banco Santander y Repsol, aun estando situadas lejos de los puestos de relevancia entre las más ricas del mundo. Sin embargo, los beneficios anuales del Banco Santander superan con creces el presupuesto de naciones como Angola o Libia.
Las compañías multinacionales son explotadoras y agresivas con los países en los que operan. Los salarios de los trabajadores se reducen y sus derechos laborales son suprimidos, lo que hace que los costes de los productos sean menores. Su objetivo primordial es generar el máximo de beneficios, o lo que es lo mismo, enriquecer a un reducido grupo de personas a costa de la explotación de los trabajadores y de los recursos naturales, sin reparar en los medios utilizados, ya que el fin básico -ganar dinero- se impone por encima de cualquier otra consideración.
Además, destruyen el mercado nacional y local con su política de precios, imposible de mantener por los pequeños y medianos empresarios. Las grandes corporaciones utilizan su inmenso poder para adueñarse de los mercados, hasta que sus competidores son literalmente eliminados. Esta explotación desmedida y sin control está suponiendo un alto coste ecológico para el planeta. La destrucción de ecosistemas completos por parte de grandes industrias químicas, mineras y petroleras, se lleva a cabo con total impunidad, como pudimos comprobar en el vertido de petróleo en las costas gallegas, o peor todavía, con los miles de muertos y heridos ocasionados por el desastre de Bhopal en la India.
En esta alianza entre el gobierno, la banca y las grandes empresas, se fraguan medidas políticas y económicas favorables a sus intereses particulares en forma de ayudas millonarias, exenciones de impuestos y amnistías fiscales, regulaciones laborales y demás leyes y normativas encaminadas a incrementar su poder y riqueza. Estos poderes conchabados se dedican a explotar, exprimir y ordeñar hasta la última gota al contribuyente, a toda la masa de gente trabajadora y honesta que ha de ganarse la vida duramente con su esfuerzo diario. Somos nosotros y no ellos con sus cuentas millonarias y sus lujosas mansiones, los que hemos de afrontar la dureza de una existencia condicionada por una mala organización social y una pésima gestión de los recursos colectivos. Y el ingente tesoro nacional, toda la riqueza producida por los trabajadores, va a parar en gran medida al bolsillo de unos cuantos desaprensivos. Estamos hartos de las noticias que desvelan el gran negocio a escala mundial que se traen entre manos políticos, banqueros y empresarios, a costa como siempre de los mismos: tú y yo y todos nosotros, la gente que realmente mueve el mundo con su trabajo cotidiano.
Diversos colectivos populares, sindicatos, partidos, ONG y otras asociaciones, llevan a cabo campañas contra los abusos de las corporaciones industriales, pero el poder de estos gigantes es inmenso y poco pueden hacer. Para evitar la ruina y el caos hacia el que nos conducen inexorablemente, no basta con la débil oposición de estas organizaciones. Hay que luchar. Pero es una lucha que requiere de la unión y la participación de todos nosotros.
Y los sindicatos, ¿qué tienen que decir a todo esto? La verdad es que bien poca cosa. Acuden a las mesas de negociación como víctimas propiciatorias. La patronal se ha pasado por la piedra a los sindicatos y éstos permanecen mudos y ajenos ante el atropello al que son sometidos los trabajadores.
Sin embargo, no olvidemos jamás que el sindicato es la única defensa real y efectiva con que cuenta la clase trabajadora. Gracias a la lucha obrera se consiguieron la mayoría de las mejoras laborales: seguro médico, jornada de ocho horas, vacaciones, subidas salariales, convenios colectivos… Sin la ayuda y la fuerza que le ofrece la unión sindical, los trabajadores se verían totalmente perdidos. Retornaríamos a situaciones de vasallaje propias de un lejano pasado. Es fundamental volver a reflotar las asociaciones sindicales y crear organizaciones independientes, fuertes y unidas. Para nosotros, los trabajadores, es un empeño vital.
Bien, centremos ahora la atención en los españoles. Dirijamos la lente del telescopio espacial, no hacia las estrellas, sino hacia un pequeño país situado en el borde occidental de Europa, una península que compartimos con Portugal. España, mal que nos pese, es un país de segundo orden. Nuestras viejas glorias forman parte de un pasado remoto. La verdad es que no pintamos gran cosa en el orden mundial. Nuestro papel ha quedado reducido al de meros comparsas de las grandes potencias.
Y lo que podemos aquí observar tampoco resulta demasiado tranquilizador. La tan alabada democracia española, el menos malo de los sistemas políticos, según ha sido definido, mantiene las viejas estructuras de poder de la época franquista. Aplicando la vieja máxima de Lampedusa, cambiaron las cosas para que todo siguiera igual. Podemos comprobarlo fácilmente echando un vistazo a nuestros actuales políticos, banqueros y empresarios, muchos de ellos con raíces que llegan hasta la dictadura. Un apunte ¿Os habéis fijado bien en la cara que tienen la mayoría de nuestros dirigentes, en sus rostros faltos de humanidad? La verdad es que me estremezco sólo de pensarlo. Dan temor, desconfianza y asco.
La complicidad entre la política y los grandes poderes financieros posibilita que los ricos amasen ingentes fortunas, más allá de todo límite razonable. Como contrapartida, los gigantes industriales tienen en su cuenta a ex presidentes, ministros, políticos, jueces e intelectuales de diversa ralea. Además, mediante el control de los medios de comunicación se aseguran una cobertura positiva, de tal manera que es posible ver anuncios como el de Repsol, que más que una petrolera, cuyos beneficios pasan por diezmar la tierra sin miramientos como hace en realidad, parece un grupo ecologista dedicado al sostenimiento del planeta.
El grado de corrupción que impera en nuestro país en estos tiempos ha alcanzado cotas realmente alarmantes. La impunidad y la indecencia campan a sus anchas. Salvando las distancias, la situación actual guarda muchos paralelismos con la etapa gansteril americana de los años veinte. Podemos encontrar políticos corruptos y policías y jueces venales al servicio de una élite empresarial, que tal vez no deje muertos tirados en las calles, pero que tiene un poder letal mucho mayor que el de las bandas mafiosas durante “la prohibición”. Hay muchas formas de matar a una persona y no todas son claramente violentas. Pero violencia es dejar a familias sin cobijo, a trabajadores sin empleo, a enfermos sin atención sanitaria, a niños y ancianos sin los cuidados que necesitan. Es un tipo de violencia soterrada, que mata callando.
Cuando una persona pierde su trabajo, pierde estabilidad, se ve acuciado por deudas y por problemas de diversa índole, aunque su origen sea el mismo, en una serie implacable de dificultades a las que resulta imposible hacer frente: el cuidado y la manutención de los hijos, la hipoteca de la casa, la luz y la calefacción, el gasto del coche… Cuando un trabajador se queda sin empleo puede perder su hogar y, con el tiempo y la presión suficientes, puede incluso perder el norte y terminar haciendo algo irreparable. Está abocado a caer más fácilmente en la delincuencia. La pérdida del trabajo puede destrozar a una persona. Estar sin empleo mucho tiempo puede hundirte.
Lo sé por experiencia. He estado en paro varias veces, las suficientes para saber de qué va el asunto. En cierta ocasión, me largué de un empleo detestable que odiaba a muerte, poco después me echaron del piso por no poder pagar el alquiler y me vi en la calle. Acudí a pensiones y hostales, pero deseaba ahorrar hasta la última moneda y, además, esos lugares me resultaban fríos e inhumanos. Me deprimían. Así que durante una breve temporada, hasta que la suerte cambió, me estuve alojando en mi viejo Seat 1.200 Sport, estrecho y reducido espacio para alguien como yo, donde pasaba las noches en la apartada soledad de un parque público de las afueras de la ciudad.
Visto esto con la distancia suficiente, se me antojan locuras de juventud. Estaba solo por aquel entonces y nada me importaba demasiado. Sabía que tarde o temprano volvería a encontrar un trabajo, esperanza de la que muchos ahora carecen. Sin embargo, asomarme al abismo, me infundió miedo. Lo confieso sin ámbages. Me asustó pensar que podría verme sin techo y sin dinero para sobrevivir. Y no era una simple cuestión de merecimientos. Podía pasarle a cualquiera. Hasta a los mejor preparados. Bastaba un resbalón en forma de despido, enfermedad, accidente o cualquier otra contingencia inesperada, para rodar inevitablemente hacia el fondo de la fosa social.
Soy de esa clase trabajadora que necesita el sueldo diario para subsistir, es decir, para pagar y comer. Desde que comenzó la provocada crisis económica allá por el año 2008, hay más personas que piensan igual que yo. Todos hemos cobrado una mayor conciencia de la mala situación que vivimos. Todos somos más conscientes de que el rico es cada día más rico y el pobre cada día más pobre, y el que tiene un trabajo, aunque sea un empleo de mierda de los que tanto abundan actualmente, se puede considerar afortunado.
Recuerdo que antes podías ver en el telediario manifestaciones y huelgas, hoy los mineros, mañana los agricultores, pasado los obreros de los altos hornos o de los astilleros. Ahora no sé si hay sindicatos, pues nunca se les ve por ningún sitio. Bien es cierto que, con la escasa fuerza que tienen, poco pueden hacer. Los trabajadores están tan enfrentados, aislados y asustados que soportan abusos e injusticias sin rechistar, totalmente abatidos como clase social. Lo hemos perdido todo, no solamente las mejoras laborales tan duramente conquistadas en el pasado, a costa de enormes esfuerzos y sacrificios, peor es haber perdido el ánimo de lucha y, me atrevería a decir, que hasta nuestra propia dignidad como seres humanos. En fin, estamos derrotados. Hay que reconocerlo. Si al menos fuéramos capaces de protestar como último recurso, pero ni siquiera eso; nos sacrifican en completo silencio y apatía. Esto no sucede únicamente en nuestro país. Es un mal generalizado, pero oculto y callado y, no por eso, menos nocivo y letal para el conjunto de la sociedad.
En fin, creo que es suficiente. No quiero hablar de guerras y refugiados, de epidemias y hambrunas. No deseo comparar la opulencia y derroche de unos con la pobreza y la miseria de otros. No tengo valor para seguir hurgando en las viejas heridas de este sufrido mundo. Y, hastiado de tanto sufrimiento inútil y gratuito, cierro mis ojos, que no mi conciencia, ante los males ajenos. Como lenitivo, busco consuelo en la naturaleza, en el arte, en alguna gente, en todo lo bueno y hermoso que también alberga este pequeño rincón del universo.
La Tierra es nuestra casa, un hogar temporal que algún día lejano habremos de abandonar forzosamente. Nuestro futuro como especie depende de la capacidad que tengamos de alcanzar las estrellas. Mientras tanto, debemos cuidar nuestro lugar de origen, el sitio que nos ha visto nacer y nos define como humanos. Cada vez estoy más convencido de que la ciencia nos salvará si no nos extermina antes.
Desconozco lo que opinaría nuestro hipotético visitante cósmico, pero supongo que la conclusión más evidente a la que llegaría tras observar nuestro comportamiento es que somos una especie peligrosa para nosotros mismos y para los demás seres vivos, provengan éstos de nuestro entorno terrestre o del espacio exterior. En consecuencia, la Tierra debería mostrar un cartel con este mensaje: “¡Cuidado, personas sueltas!”, como señal de advertencia para el resto del universo.?No sé vosotros, pero creo que ya hace mucho tiempo que deberíamos haber tomado las calles. Y tras la calle, el gobierno de nuestros intereses humanos y como trabajadores. Decidir por nosotros mismos, en lugar de delegar en otro. Ser los verdaderos artífices de nuestra vida. Pero supongo que no lo verán mis ojos.
Al finalizar este somero análisis de la situación mundial y nacional, no puedo por menos que sentirme mal. Y no es para menos. Sólo puedo lanzar una llamada de socorro: ¡Que paren este mundo, quiero bajarme!
Me cuesta terminar el artículo con una visión tan amarga, pesimista y, tal vez, excesivamente desalentadora.
La gente debe organizarse en movimientos populares a través de los cuales consiga asumir el control real de su destino. La gente puede crear esa clase de poder colectivo que es preciso para cambiar sus vidas y transformar la sociedad. La gente tiene que saber que es fundamental ejercer presión sobre los poderes establecidos para abordar las cuestiones que más importan. En definitiva, la gente necesita imaginar un futuro sin guerras, sin pobreza, sin opresión, sin la explotación del hombre por el hombre, en la que la vida sea más libre, justa y humana para todos. Esta es la clase de utopía que persigue el anarquismo. La otra opción es continuar como hasta ahora, en una carrera que probablemente nos conduzca hacia el desastre total.
Vamos, pues, a capear el temporal, y luchar porque vengan tiempos mejores para todos. Tenemos que hacerlo, primero por nosotros mismos, y luego por las generaciones futuras. No podemos permitirnos caer en la desesperación y el desánimo. Ya que estamos vivos, debemos actuar. Y una de las maneras más altas y nobles de hacerlo es por un ideal.
En este momento crucial en que nos encontramos, con una humanidad aquejada por infinidad de males y problemas, en pleno debate por la supervivencia, el anarquismo puede suponer nuestra última tabla de salvación. ¿Y por qué el anarquismo, precisamente? Porque cuando todo va mal y no hay consuelo, solamente nos queda la esperanza de soñar que aún es posible un mundo mejor.