Y La Palabra se hizo canto…

Y La Palabra Se Hizo canto, y la voz sentimiento y canción…
«Aquello fue lo que se dice un suceso inesperado. Un disco grabado en tres días, del que sus protagonistas habían perdido la pista, si no la esperanza, aparece por sorpresa y sin promoción alguna en las tiendas, y en el plazo de unos meses se convierte en un insospechado éxito de ventas. Y no solo eso, aquellas canciones flamencas, bulerías más o menos lentas o tangos, portadoras de una lírica tan popular como exquisita, se insertan rápidamente en la vida cotidiana para iluminar el tiempo nuevo que venía, ponerle versos al amor y música al paisaje.
Corría el año 1975, y el régimen franquista atravesaba sus últimos meses (el dictador fallecería ese mismo año). La exigencia de cambio cobraba múltiples formas y la música no estaba al margen. Y entonces aparecen Lole Montoya y Manuel Molina, los dos gitanos guapos y bien plantados, hijos de artistas y herederos de familias de fuste. Él, además, con la experiencia del grupo de rock sevillano Smash en la mochila. Llegan trayendo unas canciones llenas de frescura que, de forma involuntaria, vienen a colmar los amplios deseos de transformación: “El sol joven y fuerte/ ha vencido a la luna/ que se aleja impotente/ del campo de batalla” (Nuevo día).[…]
La guitarra de Manuel sonaba flamenquísima, pero distinta, con un llamativo uso de los silencios y de la síncopa, y una forma de ralentizar los tiempos que, vista desde el presente, sigue resultando avanzada. La voz de Lole era un portento de claridad y luz, con una fuerza en los altos que hacía saltar las agujas de las mesas de sonido, según cuenta el productor de sus discos, el sevillano Ricardo Pachón. Las letras de Juan Manuel Flores, de una estética naturalista muy cercana a un cierto hipismo aún en boga, gozaban además de una enorme plasticidad y fuerza evocadora. La fórmula no era premeditada, pero funcionó a la perfección».
Lole Montoya, la que se hizo popular en toda España siendo pareja de Manuel Molina, nació durante la primavera de 1954 en una trianera calle de Sevilla llamada Evangelista. Muy probablemente, ni su padre, Juan Montoya, bailaor, ni tampoco su madre, Antonia Rodríguez ‘La Negra’, cantaora y bailaora nacida en Orán (Argelia), se imaginaban entonces que con el paso de los años su pequeña Lole iba a llegar a ser precisamente eso: evangelista. Gracias en parte a que su familia, de raza calé, era «uno de los grupos más intensos y compactados del mundo del Flamenco», Lole pudo tener el privilegio de curtirse desde muy pequeña en tablaos del prestigio de Los Gayos (en Sevilla) o Las Brujas (en Madrid). Lole también llegó, ya como adolescente, a compartir el mismo escenario con gente de la talla de la Perla de Triana o el Camarón de la Isla -a este último íntimo amigo de la que llegaría a ser la pareja Lole y Manuel, en 1994, le dedicarían una canción titulada «Arriba el Cielo». Manuel Molina, ese prodigioso guitarrista y poeta con quien Lole -rompiendo con las tradiciones gitanas- contrajo matrimonio, había estado en Smash: un grupo de los 70 fundamental en lo que después se conocería como rock andaluz. Nunca hicieron un flamenco ortodoxo, por el contrario les acusaron de hacer un «flamenco equivocado». Por otro lado tampoco han pertenecido a la nueva generación de «jóvenes flamencos», «estos jóvenes -que en palabras de Manuel- están demasiado revolucionados, desfasados, locos perdidos». El comienzo de la discografía de la pareja, que se produjo en 1975 con la edición de un disco titulado «Nuevo Día» (Movieplay), coincidió con un sorprendente éxito que les permitió verse favorecidos por el público desde el principio.
Éxito que continuaría durante los siguientes ocho años, con la sucesiva edición de sus trabajos: «Pasaje del Agua» (CBS),»Romero Verde» (CBS), «Al Alba con Alegría» (CBS) y «Casta» (CBS). Raimundo Amador (de Pata Negra), El «niño» Jero, Alvaro (de Dulce Venganza) y Manolo Marinelli (de Alameda) son sólo algunos nombres más de entre los muchos que figuraron como colaboradores durante esos años. Sin embargo, los cientos de colaboraciones, de aplausos, de galas y de discos de éxito vendidos no fueron suficientes para mantenerlos juntos y a finales de 1986, dos años después de la publicación de «Casta», deciden separarse. En esta misma época, y por uno de esos extraños reveses que da la vida Lole pierde en poco tiempo casi todas sus posesiones. «Dentro de un año me iré con Cristo» le diría a Felipe Campuzano, ahogada en la comprensible crisis a la que se vio sometida. De visita en una casa de empeños la cantante -según cuenta- se encontró un libro negro, una Biblia, y en 1987, un año después de la separación y después de una larga búsqueda, ese mismo libro provocaría en su vida un brusco y radical cambio. «El día que me convertí (al cristianismo) -decía ella-, leía la Biblia mientras encontraba la confirmación a muchas cosas que antes sentía… Yo, como mujer, tengo que reconocer mis fracasos, mis errores; todo hombre y todo político, y todo príncipe tiene que reconocer sus errores… Quiso Dios que me viera sin todo lo que tenía para encontrarle a El». En ese mismo año, ahora separada de Manuel, comienza a asistir a una pequeña iglesia evangélica en la calle Canal de Sevilla. Iglesia en la que permanecerá más o menos oculta a los ojos del gran público durante una temporada, durante la cual tan sólo apareció -para sorpresa de todos- en reuniones organizadas por las iglesias evangélicas o en entrevistas centradas casi exclusivamente en su última y decisiva experiencia.
Corría el año 1975, y el régimen franquista atravesaba sus últimos meses (el dictador fallecería ese mismo año). La exigencia de cambio cobraba múltiples formas y la música no estaba al margen. Y entonces aparecen Lole Montoya y Manuel Molina, los dos gitanos guapos y bien plantados, hijos de artistas y herederos de familias de fuste. Él, además, con la experiencia del grupo de rock sevillano Smash en la mochila. Llegan trayendo unas canciones llenas de frescura que, de forma involuntaria, vienen a colmar los amplios deseos de transformación: “El sol joven y fuerte/ ha vencido a la luna/ que se aleja impotente/ del campo de batalla” (Nuevo día).[…]
La guitarra de Manuel sonaba flamenquísima, pero distinta, con un llamativo uso de los silencios y de la síncopa, y una forma de ralentizar los tiempos que, vista desde el presente, sigue resultando avanzada. La voz de Lole era un portento de claridad y luz, con una fuerza en los altos que hacía saltar las agujas de las mesas de sonido, según cuenta el productor de sus discos, el sevillano Ricardo Pachón. Las letras de Juan Manuel Flores, de una estética naturalista muy cercana a un cierto hipismo aún en boga, gozaban además de una enorme plasticidad y fuerza evocadora. La fórmula no era premeditada, pero funcionó a la perfección».
Lole Montoya
Lole Montoya, la que se hizo popular en toda España siendo pareja de Manuel Molina, nació durante la primavera de 1954 en una trianera calle de Sevilla llamada Evangelista. Muy probablemente, ni su padre, Juan Montoya, bailaor, ni tampoco su madre, Antonia Rodríguez ‘La Negra’, cantaora y bailaora nacida en Orán (Argelia), se imaginaban entonces que con el paso de los años su pequeña Lole iba a llegar a ser precisamente eso: evangelista. Gracias en parte a que su familia, de raza calé, era «uno de los grupos más intensos y compactados del mundo del Flamenco», Lole pudo tener el privilegio de curtirse desde muy pequeña en tablaos del prestigio de Los Gayos (en Sevilla) o Las Brujas (en Madrid). Lole también llegó, ya como adolescente, a compartir el mismo escenario con gente de la talla de la Perla de Triana o el Camarón de la Isla -a este último íntimo amigo de la que llegaría a ser la pareja Lole y Manuel, en 1994, le dedicarían una canción titulada «Arriba el Cielo». Manuel Molina, ese prodigioso guitarrista y poeta con quien Lole -rompiendo con las tradiciones gitanas- contrajo matrimonio, había estado en Smash: un grupo de los 70 fundamental en lo que después se conocería como rock andaluz. Nunca hicieron un flamenco ortodoxo, por el contrario les acusaron de hacer un «flamenco equivocado». Por otro lado tampoco han pertenecido a la nueva generación de «jóvenes flamencos», «estos jóvenes -que en palabras de Manuel- están demasiado revolucionados, desfasados, locos perdidos». El comienzo de la discografía de la pareja, que se produjo en 1975 con la edición de un disco titulado «Nuevo Día» (Movieplay), coincidió con un sorprendente éxito que les permitió verse favorecidos por el público desde el principio.
Éxito que continuaría durante los siguientes ocho años, con la sucesiva edición de sus trabajos: «Pasaje del Agua» (CBS),»Romero Verde» (CBS), «Al Alba con Alegría» (CBS) y «Casta» (CBS). Raimundo Amador (de Pata Negra), El «niño» Jero, Alvaro (de Dulce Venganza) y Manolo Marinelli (de Alameda) son sólo algunos nombres más de entre los muchos que figuraron como colaboradores durante esos años. Sin embargo, los cientos de colaboraciones, de aplausos, de galas y de discos de éxito vendidos no fueron suficientes para mantenerlos juntos y a finales de 1986, dos años después de la publicación de «Casta», deciden separarse. En esta misma época, y por uno de esos extraños reveses que da la vida Lole pierde en poco tiempo casi todas sus posesiones. «Dentro de un año me iré con Cristo» le diría a Felipe Campuzano, ahogada en la comprensible crisis a la que se vio sometida. De visita en una casa de empeños la cantante -según cuenta- se encontró un libro negro, una Biblia, y en 1987, un año después de la separación y después de una larga búsqueda, ese mismo libro provocaría en su vida un brusco y radical cambio. «El día que me convertí (al cristianismo) -decía ella-, leía la Biblia mientras encontraba la confirmación a muchas cosas que antes sentía… Yo, como mujer, tengo que reconocer mis fracasos, mis errores; todo hombre y todo político, y todo príncipe tiene que reconocer sus errores… Quiso Dios que me viera sin todo lo que tenía para encontrarle a El». En ese mismo año, ahora separada de Manuel, comienza a asistir a una pequeña iglesia evangélica en la calle Canal de Sevilla. Iglesia en la que permanecerá más o menos oculta a los ojos del gran público durante una temporada, durante la cual tan sólo apareció -para sorpresa de todos- en reuniones organizadas por las iglesias evangélicas o en entrevistas centradas casi exclusivamente en su última y decisiva experiencia.
«Todo gira en torno a sus pensamientos religiosos, y en cada una de sus respuestas siempre tiene pendiente a Dios», escribía uno de sus entrevistadores. La prensa, sorprendentemente, recibió los cambios de Lole con un enorme respeto en comparación al menos con el tipo de reacción que los medios de comunicación suelen tener ante este tipo de conversiones. Y aunque no faltaron, claro está, los escépticos, tampoco le faltó a la cantante el carácter con el que tratarles: Lole -Sí (la mujer gitana) tuviera conocimientos espirituales, seguramente se sentiría realizada». Periodista -¿Quiere decir culturales? Lole -Quiero decir lo que digo: espirituales. Sin ellos la cultura sirve de poco. A mi me interesa el conocimiento profundo, saber por qué y para qué has nacido. Dos años después, tras cinco años de aparente silencio, Lole Montoya vuelve a la escena del espectáculo, esta vez abrazando el más puro estilo árabe clásico. Y es que desde su infancia, por la influencia de su madre, había tenido mucho contacto con el mundo y la música árabe. Contacto que marcó su carrera profesional, de forma que -entre otras muchas cosas curiosas- llegó ser invitada por el rey Hassan a cantar en su palacio de Rabat. «¡Lole Montoya canta únicamente música árabe!» -exclamaba la prensa y también algún espectador que había acudido con la esperanza de oír nuevamente sus bulerías en el popular escenario del Cuartel del Conde Duque (en Madrid). «Cristo es el artista», dijo ella ese mismo día, para después oír a alguien contestarle desde el público: «Canta por bulerías y nos vamos». «Digamos que han sido unos años un poco especiales en los que me he dedicado a disfrutar de mi evolución personal». Aunque no se descarta una posible vuelta con Manuel, la incertidumbre en cuanto a su futuro no le impide grabar una cinta de muy corto presupuesto titulada «Sigue Vivo» (Kroma, 1991) y enfocada más al nivel de la iglesia evangélica en España. Por fin, el 8 y el 9 de febrero de 1991, se produce un primer reencuentro artístico de Lole y Manuel, y esto, por todo lo alto en el teatro Lope de Vega de Sevilla. No era este, como tampoco lo serán los siguientes, un reencuentro defínitivo. Después de todo esto la pareja vuelve a desaparecer para volver a reaparecer en 1992 con la interpretación de algunos fragmentos del Amor Brujo de Falla.
De este acontecimiento quedó para la historia una grabación editada por Pasión con el irónico título de «Lole y Manuel cantan a Manuel de Falla»; irónico digo pues el papel de Manuel se redujo al de un cuestionable ‘director de producción’. El siguiente paso lo darán dos años después, en 1994, cuando Virgin Records hace un magistral lanzamiento de la sexta grabación oficial de Lole y Manuel juntos, titulada «Alba Molina» en honor a su hija de quince años que tenían en común. «Nunca la vuelta de unos artistas había despertado tanta expectación tan sólo con la noticia de su regreso», rezaba un titular. Este trabajo les había llevado en realidad cuatro años de esfuerzos, tiempo que Lole también había utilizado como retiro «espiritual», una palabra que -por cierto- utiliza incansablemente. «Nuestro silencio se ha debido a una búsqueda personal. Hubo un momento en que se me cerraron las puertas y me di cuenta de que yo tenía que alimentar mi espíritu. Ahora el Señor ha abierto mis puertas para cantar… Estoy haciendo mi vida espiritual y me va muy bien. Lo que pasa es que Dios aprovecha mi arte, y yo se lo tengo que dar al Rey de Reyes y Señor de Señores». Como siempre, y también en los 90, con su música, además de comer, Lole trata de dar un mensaje: «Vale eso de «…una rosa es una rosa…» -dice ella citando una canción de Mecano-, pero ¿no tienes nada mejor, no se puede dar nada mejor?». Pero la Lole de los 90 tiene una gran diferencia con la de los 70. «Una Lole totalmente distinta en el sosiego -decía un periodista-, la serenidad, ha enriquecido sus formas expresivas». «Antes yo estaba viva, pero mi espíritu estaba muerto… Ahora sí que todo es de color» -decía ella.



Esta si que es la mas grande
dijo la rosa lunera…
mientras fenecía de envidia
Sevilla y la noche entera
dijo la rosa lunera…
mientras fenecía de envidia
Sevilla y la noche entera
Si todo es de color,
cuando en ti llueve la gracia
en mí se muere el dolor
mientras el cariño abraza
los ecos de tu canción