Blas de Lezo / Mascarillas

Blas de Lezo y Olavarrieta (Pasajes, Guipúzcoa, 3 de febrero de 1689-Cartagena de Indias, Nueva Granada, 7 de septiembre de 1741) fue un almirante español —conocido por la singular estampa que le dieron sus numerosas heridas de guerra (un ojo tuerto, un brazo inmovilizado y una pierna arrancada)— considerado uno de los mejores estrategas de la historia de la Armada Española y conocido por dirigir, junto con el virrey Sebastián de Eslava, la defensa de Cartagena de Indias durante el asedio británico de 1741.
Blas de Lezo y Olavarrieta nació en el distrito de Pasajes de San Pedro (Guipúzcoa) —por entonces aún parte de San Sebastián— a principios de febrero de 1689 y fue bautizado en la iglesia de San Pedro de la misma localidad el día seis siguiente. Hijo de Pedro de Lezo y Agustina Olavarrieta, pertenecía a una familia con ilustres marinos entre sus antepasados, en un pueblo dedicado, prácticamente en exclusiva, a la mar. Era el tercer hijo del matrimonio, que tuvo ocho, de los que no todos sobrevivieron a la infancia. Sus padres pertenecían a la pequeña nobleza local, acomodada, y Lezo contaba con algunos antepasados importantes: su tatarabuelo había sido regidor de la villa a comienzos de siglo, otro había sido obispo de Perú el siglo anterior, y su abuelo había sido capitán y dueño de un galeón. El mayorazgo le privaba prácticamente de heredar bienes, así que optó por emprender la carrera militar, como marino.
Se educó en el Colegio de Francia, una institución educativa para niños de la baja nobleza de la zona donde recibió la instrucción básica. En aquel entonces la armada francesa era aliada de España en la guerra de Sucesión, que acaba de empezar al morir Carlos II sin descendencia. Dado que Luis XIV deseaba el mayor intercambio posible de oficiales entre los ejércitos y escuadras de España y Francia, Lezo se embarcó, a sus doce años, en 1702, en la escuadra francesa —que, en la práctica, había absorbido a la española, en estado calamitoso—, enrolándose como guardiamarina al servicio del conde de Toulouse, Luis Alejandro de Borbón, hijo de Luis XIV.

Guerra de Sucesión
La guerra enfrentaba a Felipe de Anjou, apoyado por Francia y nombrado heredero por el difunto rey español, con el archiduque Carlos de Austria, apoyado por Inglaterra, ya que esta última temía el poderío que alcanzarían los Borbones en el continente en caso de unirse las dos coronas, española y francesa. Para recuperar Gibraltar —tomado por las fuerzas anglo-holandesas— y desbloquear el acceso al Mediterráneo, franceses y españoles aprestaron una gran armada. La escuadra francesa había salido de Tolón y en Málaga se habían unido a ella algunas galeras españolas mandadas por el conde de Fuencalada. Frente a Vélez-Málaga se produjo el 24 de agosto de 1704 la batalla naval más importante del conflicto. En dicho combate se enfrentaron 96 naves de guerra franco-españolas (51 navíos de línea, seis fragatas, ocho brulotes y doce galeras, que sumaban un total de 3577 cañones y 24 277 hombres) y la flota anglo-neerlandesa, mandada por el almirante Rooke y compuesta por 53 navíos de línea, seis fragatas, pataches y brulotes con un total de 3614 cañones y 22 543 hombres, dando como resultado al final de la contienda 1500 y 2719 bajas, respectivamente.
Blas de Lezo participó en aquella batalla batiéndose de manera ejemplar, hasta que, poco después de comenzar el combate, una bala de cañón le destrozó la pierna izquierda, teniéndosela que amputar, sin anestesia, por debajo de la rodilla. Debido al valor demostrado tanto en aquel trance como en el propio combate, fue ascendido en 1704 a alférez de bajel de alto bordo por Luis XIV, al que el comandante francés había notificado la bizarría de Lezo. Felipe V le otorgó también una merced de hábito, que conllevaba una serie de privilegios similares a los de la baja aristocracia.
Se le ofreció ser asistente de cámara de la Corte de Felipe V. Rechazó este cargo y, una vez recuperado de la pérdida de la pierna, siguió su servicio a bordo de diferentes buques, tomando parte en las operaciones que tuvieron lugar para socorrer las plazas de Peñíscola y Palermo; en el ataque al navío inglés Resolution de setenta cañones en la costa genovesa, que terminó con la quema de este; así como en el apresamiento posterior de dos navíos enemigos en el Mediterráneo occidental, que fueron conducidos a Pasajes y Bayona, todo ello en 1705. El mando de las presas se otorgaba como premio a los oficiales que se habían distinguido en el servicio, como debió de hacer Lezo en los combates de ese año.
Pero enseguida es requerido por sus superiores y en 1706 se le ordenó abastecer a los sitiadores de Barcelona al mando de una pequeña flotilla, parte de la armada que con este fin mandaba un almirante francés. Realizó brillantemente su cometido, escapando una y otra vez de las naves enemigas y facilitando el aprovisionamiento del ejército del mariscal de Tessé. Para ello deja flotando y ardiendo paja húmeda con el fin de crear una densa nube de humo que ocultase los navíos españoles, pero además carga «sus cañones con unos casquetes de armazón delgada con material incendiario dentro, que, al ser disparados, prenden fuego a los buques británicos». Los británicos se ven impotentes ante esta táctica.

Posteriormente se le destacó a la fortaleza de Santa Catalina de Tolón, donde participó en la defensa de la base naval francesa de la acometida de la flota del príncipe Eugenio de Saboya. En esta acción y tras el impacto de un cañonazo en la fortificación, una esquirla le reventó el ojo izquierdo.
Tras una breve convalecencia fue destinado al puerto de Rochefort, en la costa atlántica francesa, donde le ascendieron a teniente de Guardacostas en 1707. Tres años más tarde le ascendieron nuevamente a capitán de fragata. Se afirma, aunque no hay documentación que respalde esta aseveración, que durante su destino en Rochefort hostigaba el tráfico marítimo británico capturando algunos barcos.Por estas fechas se supone que tuvo lugar el combate con el Stanhope mandado por John Combs. Se mantuvo un cañoneo mutuo hasta que las maniobras de Lezo dejaron al barco enemigo a distancia de abordaje, momento en el que ordenó lanzaran los garfios para llevarlo a cabo.
En 1712, separadas nuevamente las Armadas francesa y española, pasó a servir a las órdenes de Andrés de Pes. Aunque se desconoce en qué acciones participó, se sabe que lo hizo con distinción por los informes favorables de Pes, que permitieron a Lezo ascender a capitán de navío algunos meses después de abandonar el servicio de este.
Posteriormente participó en el asedio de Barcelona al mando del Campanella, buque de setenta cañones de origen genovés, con el que estorbó el abastecimiento de la ciudad y la bombardeó. Durante el bloqueo y muy probablemente en una de las varias operaciones navales que acaecieron durante ese periodo, recibió un balazo en el antebrazo derecho, que quedó sin movilidad hasta el fin de sus días. De esta manera, con tan solo veintiséis años, el joven Blas de Lezo era ya tuerto, manco y cojo. Pocos días después, participó al mando del Nuestra Señora de Begoña en la fallida escolta de la segunda esposa de Felipe V, Isabel de Farnesio, a España; la reina, después de unas horas en el mar, decidió abandonar la flota y viajar por tierra.
A continuación, el navío de Lezo formó parte de la flota enviada a conquistar Mallorca, aún leal al pretendiente austriaco al trono, que se rindió sin resistencia al arribar a Alcudia la flota con veinticinco mil soldados el 15 de junio de 1715.

Terminada la guerra de Sucesión, se le confió el buque Peibo del Primer Lanfranco, barco en calamitoso estado. Un año después, en 1716, partió hacia La Habana con la Flota de Galeones, con la misión habitual de escoltar a los barcos mercantes que viajaban a América y la especial de limpiar de naves corsarias las aguas de la región, que habían realizado algunas presas el añoanterior.Cumplida la misión, Lezo regresó a Cádiz, donde en 1720 obtuvo el mando de un nuevo Lanfranco, de sesenta y dos cañones y también genovés, como su homónimo, conocido asimismo como León Franco y Nuestra Señora del Pilar.
Con este nuevo navío se integró en una escuadra hispano-francesa al mando de Jean Nicolas Martinet —francés al servicio de la Corona española— y Bartolomé de Urdizu —segundo de Martinet y capitán del único buque real que se unió a los que aportaban los corsarios franceses—, que partió en diciembre de 1716 a América con el cometido de limpiar de corsarios y piratas los llamados mares del Sur, o lo que es lo mismo, las costas del Perú. La escuadra estaba compuesta por parte española por cuatro buques de guerra y una fragata y, por parte francesa, por dos navíos de línea. Tras diversos retrasos, el grueso de la flota alcanzó El Callao el 27 de septiembre de 1717. Urdizu y Lezo, sin embargo, tuvieron problemas para doblar el Cabo de Hornos y se retrasaron; alcanzaron El Callao finalmente en enero de 1720, cuando ya las autoridades del Perú habían devuelto a Europa a los franceses por las tensiones entre las dos partes.
Las primeras operaciones de los marinos españoles encargados de la reforma de la flota virreinal fueron contra los dos barcos, el Success y el Speed Well del corsario inglés John Clipperton, que logró evitar a la flota virreinal durante algún tiempo, pero tuvo finalmente que abandonar la zona. La flota pasó entonces a desempeñar labores de vigilancia y patrulla en la región, que acabaron por minar la salud de Urbizu. La mayor parte de las labores de patrulla, dada la mala salud de este, recayeron en Lezo.

Agotado Urbizu, lo sustituyó el 16 de febrero de 1723, Lezo, con el título de general de la Armada de Su Católica Majestad y jefe de la Escuadra del Mar del Sur, por entonces de escaso tamaño. Además del Lanfranco de Lezo, la formaban los navíos Conquistador y Triunfador y la fragata Peregrina.
En mayo de 1725, se casó con una limeña de la alta sociedad, Josefa Pacheco de Bustos y Solís, veinte años más joven; la boda la presidió el arzobispo de Lima, fray Diego Morcillo y Rubio de Auñón, que hasta el año anterior había sido virrey del Perú y había establecido buenas relaciones con Lezo.
Para reforzar la flota que mandaba, hizo reparar los navíos de línea con que contaba, desguazó y vendió la Peregrina, de cara recuperación y mal adaptada a las aguas de la región e hizo construir otros dos navíos. A principios de 1725 zarpó para combatir el corso y el contrabando de acuerdo a los bandos promulgados el año anterior por el nuevo virrey. Tras algunas semanas de patrulla, Lezo se topó con una escuadra holandesa de cinco barcos, que aventajaban a la suya en artillería. Durante la batalla, tras una denodada lucha logró derribar el palo mayor de la capitana y apresarla, y puso en fuga al resto de buques.58 Más tarde, atacó y se apoderó de una flota inglesa de seis barcos de guerra, de los que se quedó tres para la escuadra virreinal.

Estos éxitos y el crecimiento de la flota disuadieron a los enemigos y, paradójicamente, llevaron al enfrentamiento entre el virrey, marqués de Castelfuerte, que deseaba reducir la flota para ahorrar gastos una vez que la situación parecía controlada, y Lezo, que se oponía a ello. La relación entre ellos también había empeorado por el nombramiento nepotista del sobrino del virrey para el cargo de tesorero de los ingresos por comercio marítimo, que contravenía las disposiciones y del que Lezo se quejó. Mal avenido con el virrey, que trató de desacreditarle mediante una inspección —juicio de residencia— de su labor que no encontró falta en el desempeño del marino, disgustado por el desmantelamiento de la flota —el virrey prefirió armar corsarios que invertir en reforzar la flota— y con mala salud por la larga estancia en la región y las insalubres travesías, en septiembre de 1727 escribió al secretario de Marina, José Patiño para quejarse y solicitar su retiro. Patiño aceptó que dejase el mando de la escuadra del Perú y le llamó a España, pero no permitió que abandonase la Armada, consciente de su valía. El 13 de febrero de 1728, le relevó como jefe de la flota virreinal y le ordenó regresar a la península ibérica, pero Lezo, enfermo, no pudo hacerlo hasta el año siguiente; el 18 de agosto de 1730 arribó con su familia a Cádiz. Tras librarse de una epidemia de vómito negro que aquejaba a la ciudad gracias a haberse inmunizado en América, acudió a Sevilla a visitar al rey, que ya mostraba signos de desequilibrio mental; la audiencia real tuvo lugar a finales de septiembre o principios de octubre.
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Gloria y honor sean con tan ilustre y valiente figura de nuestra historia

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DE MOMENTO PUEDEN SEGUIR JODIENDO AL PAIS, PERO DESPUES, NUNCA MAIS
La Asociación de la Industria del pegamento agradece al gobierno
la multitudinaria llegada de Menas, drogatas y kinkis
Happy Independence day
“Por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.
(Don Quijote, II, cap. 58)
«Si de los gobiernos quitamos la justicia, ¿en qué se convierten sino en bandas de criminales a gran escala? Y esas bandas ¿qué son sino reinos en pequeño? Son un grupo de hombres, se rigen por un jefe, se comprometen en pacto mutuo, reparten el botín según la ley por ellos aceptada. Supongamos que a esta cuadrilla se le van sumando nuevos grupos de bandidos y llega a crecer hasta ocupar posiciones, establecer cuarteles, tomar ciudades y someter pueblos. Abiertamente se autodenominan entonces reino, título que a todas luces les confiere no la ambición depuesta, sino la impunidad lograda. Con toda profundidad le respondió al célebre Alejandro un pirata caído prisionero, cuando el rey en persona le preguntó: ¿qué te parece tener el mar sometido a pillaje? Lo mismo que a ti, le respondió, el tener al mundo entero. Solamente que a mí, que trabajo en una ruin galera, me llaman bandido, y a ti, por hacerlo con toda una flota, te llaman emperador». ————
Agustín de Hipona, 354- 430 Pág. 2 de 105
Riesgos del uso de las mascarillas
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UNIVERSIDAD MUNICH DRA. BUTZ
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Profesor OUSEY, Universidad HUDDERSFIELD UK
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Posible causa de cáncer




Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres, Juan 8:31-38







Nada hay cuidadosamente ocultado que no haya de revelarse
ni secreto que no llegue a saberse”. Evangelio de Lucas 12:2
Quis custodiet ipsos custodes?
El Sistema mediante la deshumanización de las personas
las comvierten en borregos del mismo Sistema. Superduque
„Es detestable esa avaricia espiritual que tienen los que sabiendo algo,
no procuran la transmisión de esos conocimientos.“ Miguel de Unamuno


España Nuclear

El accidente de Palomares fue un accidente nuclear ocurrido en la pedanía de Palomares, perteneciente al municipio español de Cuevas del Almanzora (Almería), el 17 de enero de 1966. En el contexto histórico de la Guerra Fría, dos aeronaves de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos [United States Air Force (USAF)], un avión cisterna y un bombardero estratégico B-52 colisionaron en vuelo en una maniobra de reabastecimiento de combustible. Esto provocó el desprendimiento y la caída de las cuatro bombas termonucleares que transportaba el B-52, así como la muerte de siete del total de los once tripulantes que sumaban ambas aeronaves.
En el accidente nuclear de Palomares se vieron implicados un bombardero estratégico B-52 y un avión nodriza KC-135 cargado con 110.000 litros de combustible, ambos de nacionalidad estadounidense. Los dos aviones colisionaron a 10.690 metros de altura sobre la costa mediterránea, en el cielo de la pequeña localidad española. El B-52 volvía de la frontera turco-soviética hacia la Base Aérea de Seymour Johnson en Goldsboro, Estados Unidos, y el KC-135 provenía de la base militar estadounidense de Morón. La maniobra era de rutina: los B-52 se reaprovisionaban de combustible a la ida, desde la base militar estadounidense de Zaragoza, y a la vuelta desde la de Morón.
Debido a un fallo en la maniobra de acoplamiento, ambas aeronaves colisionaron, se destruyeron y cayeron. Los cuatro tripulantes del KC-135 resultaron muertos, al igual que tres del B-52. Cuatro tripulantes del bombardero lograron eyectarse, pero el paracaídas de uno de ellos no se abrió. Otro miembro de la tripulación se lanzó a través de una escotilla abierta por una de las eyecciones, al contar el B-52 con sólo seis asientos eyectables.
El B-52 transportaba cuatro bombas termonucleares Mark 28 (modelo B28RI) de 1,5 megatones cada una, de 1,5 metros de largo por 0,5 metros de ancho, con un peso de 800 kg. Dos de ellas quedaron intactas, una en tierra (cerca de la desembocadura del río Almanzora) y la otra en el Mar Mediterráneo. Las otras cayeron sin paracaídas, una en un solar de la pedanía y la otra en una sierra cercana. Se produjo la detonación del explosivo convencional que contenían, lo que sumado al choque violento con el suelo, hizo que ambas bombas se rompieran en pedazos. Las tres que cayeron en tierra fueron localizadas en cuestión de horas, pero la que se precipitó al mar solo pudo ser recuperada 80 días después.
Como resultado de la explosión, se formó un aerosol, una nube de finas partículas compuesta por los óxidos de elementos transuránicos que formaban parte del núcleo de las bombas, más el tritio que se vaporizó al romperse el núcleo. Dicha nube fue dispersada por el viento y sus componentes se depositaron en una zona de 226 hectáreas de superficie que incluía monte bajo, campos de cultivo e incluso zonas urbanas. La contaminación resultante (principalmente por Plutonio-239, también Pu-240 y Americio-241) superó los 7400 Bq/m², con notables diferencias según el punto considerado, habiendo zonas con 117000 Bq/m², y hasta más de 37 millones de Bq/m² (saturaron los instrumentos de medida) cerca de los puntos de impacto. A finales de los años 1980, la contaminación residual era de 2500 a 3000 veces superior a la de las pruebas atómicas.
La reacción en cadena que desencadena la explosión nuclear no se produjo gracias al dispositivo o sistema que lo impide en caso de impactos, sistema aún mantenido bajo secreto.
El vicepresidente del Gobierno, Agustín Muñoz Grandes, ordenó al presidente de la Junta de Energía Nuclear, José María Otero Navascués, enviar al comandante del cuerpo de ingenieros aeronaúticos del Ejército del Aire, Guillermo Velarde, físico y experto en energía nuclear, para que comprobara los daños ocasionados. Velarde pudo examinar los restos de plutonio de las bombas termonucleares.
La bomba perdida en el mar podía seguir intacta e incluso ser recuperada por algún otro país, en especial por la Unión Soviética. Por ello la Armada de los Estados Unidos, previa autorización del Gobierno, desplegó un gran dispositivo de buceadores, 34 buques y 4 minisubmarinos sumergibles. Tras 80 días de búsqueda la bomba fue localizada por el minisubmarino Alvin a 869 metros de profundidad y 5 millas de la costa, gracias a la ayuda de un pescador local, un vecino de la cercana localidad de Águilas llamado Francisco Simó Orts (alias Paco ‘el de la bomba’). Observó el accidente ya que estaba faenando en el mar cerca del lugar, y guió a los marines hasta el lugar donde cayó la bomba. Desde este día a Orts se lo conoce en la zona como «Paco el de la bomba». El rescate efectivo de la bomba sumergida se realizó gracias a un ingenio denominado «CURV» utilizado habitualmente para recuperar torpedos del fondo marino.
La recuperación y limpieza de las armas caídas en tierra requirió otro tipo de dispositivo. Varios miembros de las fuerzas armadas de Estados Unidos se presentaron en las cercanías del pueblo, previa autorización del Gobierno, equipados con trajes NBQ. Durante varios días permanecieron en la zona, retirando la tierra superficial contaminada de 25 000 metros cuadrados de suelo.
Las operaciones le costaron al ejército estadounidense 80 millones de dólares de la época, retirando en 4.818 bidones 1.400 toneladas de tierra y tomateras que fueron transportadas a Savannah River, Estados Unidos. Se calcula que el 15% del plutonio, unos 3 kg en estado natural, en óxidos y en nitratos, quedó esparcido en forma pulverizada y fue irrecuperable. Actualmente, Palomares es la localidad más radiactiva de España.
El Gobierno no suministró protección de ninguna clase a los guardias civiles que participaron en la limpieza, protección que sí llevaba el personal estadounidense. El plutonio-239, utilizado en las armas nucleares, emite radiación alfa y tiene una vida media de 24.100 años. No se han realizado estudios epidemiológicos sobre enfermedades asociadas a la radiactividad y a la toxicidad química del plutonio ni a nivel local ni entre los guardias civiles que participaron en la limpieza. El Gobierno, bajo presión de su homólogo estadounidense, mantuvo secretos los informes de monitorización médica, hasta que finalmente los desclasificó en 1986. Aproximadamente el 29% de la población de Palomares presentaba trazas de plutonio radiactivo en su organismo. En la actualidad hay alguna urbanización turística por los alrededores, lo bastante cerca como para que los coches pasen levantando polvo que entra en el circuito del aire acondicionado, por ello el Consejo de Seguridad Nuclear ha prohibido la construcción en las zonas más afectadas.
Aún hay zonas cercadas con vallas metálicas que se consideran contaminadas y están vigiladas por el CIEMAT. Las armas termonucleares también utilizan deuteriuro de litio. Tanto el Plutonio finamente dividido, como el deuteriuro de litio, parece ser que son pirofóricos, así pues la explosión que acompañó la caída de las bombas podría ser debida a una reacción exotérmica (química) de los combustibles nucleares.
Un accidente parecido (Accidente de Thule) tuvo lugar dos años y medio después, el 21 de enero de 1968, en la base militar estadounidense de Thule, enclavada en territorio danés. Un accidente en pista provocó el incendio y posterior explosión de un bombardero B52, que llevaba 4 bombas B28 como las de Palomares.
Aquí sí se hizo estudio epidemiológico y la tasa de cáncer entre los trabajadores que participaron en la limpieza era un 50% superior a la de la población general.[cita requerida] Hubo también informes de esterilidad y otros trastornos asociados a la radiactividad.
Palomares es el accidente Broken Arrow (pérdida total de armas nucleares) más grave de la historia que se conoce. Ya en 1961 había ocurrido otro Broken Arrow en Carolina del Norte, en este caso con dos bombas de uranio.
Ver también Anexo:
Tras el accidente, el Gobierno español y su homólogo estadounidense iniciaron una campaña intentando demostrar la inexistencia de contaminación nuclear en la zona. El elemento más recordado de dicha campaña fue el baño conjunto que se dieron el ministro de Información y Turismo del Régimen Franquista, Manuel Fraga, de 43 años, y el embajador de Estados Unidos en España, Angier Biddle Duke, en la playa de Quitapellejos, en Palomares, ante las cámaras de RTVE y emitido por el NODO, para evitar rumores sobre la peligrosidad de la zona, que podrían haber afectado negativamente al turismo, principal motor económico del país en la época.
Existían en la zona del incidente rumores que hablan que cuando el ministro Manuel Fraga y el embajador estadounidense acudieron a darse el famoso baño, éste no se produjo en las playas de la zona accidentada (Palomares), sino en Mojácar (a 15 km del lugar del accidente), frente al Parador Nacional de esta localidad. La realidad más aceptada hoy día, no obstante, es que se realizaron dos baños, el primero, efectivamente en Mojácar, en el que solamente se bañó el embajador estadounidense y alguno de sus acompañantes y un segundo baño, ya en la playa de Quitapellejos en Palomares, donde de nuevo el embajador se bañó acompañado por el ministro.
Posteriormente se realizaron diversas protestas relacionadas con el accidente. A raíz de una de ellas Luisa Álvarez de Toledo, duquesa de Medina Sidonia, fue condenada a un año de prisión menor y multa por organizar una manifestación ilegal con vecinos de Palomares y Villaricos para protestar por la falta de compensaciones tras el mismo.
50 años después
Frank B. Thompson es un músico de 72 años y tiene cáncer en el hígado, en un pulmón y en uno de sus riñones. Cuando tenía 22 años trabajó varios días en los campos españoles contaminados sin ningún equipo de protección más que la confianza en la palabra de sus supervisores. «Nos dijeron que era seguro, y fuimos lo suficientemente tontos, supongo, para creer en ellos», explica el hombre. Hoy en día Thompson paga más de 2 mil dólares por mes para tratar de hacer retroceder el cáncer, algo que le sería totalmente gratis si fuese reconocido como una víctima de la radiación por parte de la Fuerza Aérea estadounidense. Sin embargo, el organismo militar ha declarado varias veces que no hubo radiación dañina rodeando a los trabajadores, postura que han mantenido por más de cinco décadas.
Según la Fuerza Aérea, el peligro fue mínimo y los más de 1500 trabajadores que ayudaron a limpiar la zona estaban protegidos, algo que las experiencias de Thompson y otros veteranos parecen desmentir. Además, varios documentos desclasificados en Estados Unidos (que no en España aún) en el correr de los años han desvelado que los niveles de radiación eran los suficientemente altos como para poner en riesgo la salud de los que permanecieran en el lugar severamente. Según documenta The New York Times, los resultados de las pruebas de radiación han sido mantenidos lejos de los historiales clínicos de aquellos que trabajaron en Palomares, muchos de los cuales se encuentran enfrentando de forma crítica los efectos de la intoxicación con Plutonio. Los planes de limpieza de Estados Unidos y España se han ido sucediendo durante los años posteriores al accidente con resultados disimiles. Se calcula que una quinta parte del plutonio que se esparció en 1966 todavía contamina la zona de Palomares. El Gobierno ocultó las seis toneladas de residuos radioactivos que devolvió a Palomares.
La limpieza de Palomares, pendiente de un nuevo Gobierno 50 años después, EE UU rechaza firmar el acuerdo de descontaminación con un Ejecutivo español en funciones.

Libros
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no procuran la transmisión de esos conocimientos.“ Miguel de Unamuno


