
Gustavo Adolfo Becquer

Un romántico de leyenda
La obra de uno de los últimos poetas del Romanticismo, Gustavo Adolfo Bécquer, fue ampliamente reconocida tras su muerte a consecuencia de una tuberculosis. Su inmortal ‘Rimas y Leyendas’ vio la luz como resultado de la recopilación de los poemas que la componen llevada a cabo por sus amigos tras la muerte del autor sevillano.
La vida y la obra del poeta sevillano Gustavo Adolfo Bécquer es un viaje lleno de luces y sombras que empezó un 17 de febrero de 1836, una vida breve que se vería truncada por la muerte de su hermano Valeriano, en 1870, que marcaría el final de su propia existencia. A Gustavo Adolfo le invadió tras ese trágico acontecimiento una oscuridad y una amargura que hicieron su de existencia algo insoportable. Sus últimas palabras fueron: «Todo mortal», y su último deseo, expresado a su mas íntimo amigo, fue que quemaran todas sus cartas y publicaran sus poemas.
Pintor y poeta
Bautizado como Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida, el poeta acabó adoptando el segundo apellido paterno, Bécquer, cuyo origen es flamenco: Becker. Tras la temprana muerte d sus padres, el joven Gustavo fue educado por su madrina Manuela Monehay Moreno, y desarrolló una gran pasión por cualquier actividad artística así como por la lectura gracias a la surtida biblioteca que poseía su madrina. Gustavo Adolfo tuvo pronto muy claro hacia donde quería encaminar su vida: hacia el arte o la literatura, dos actividades en las que demostró desde muy temprano un gran talento.
Esta ilustración de Gustavo Adolfo Bécquer titulada «Les morts pour rire: Bizarreries» muestra las dotes artísticas que también exhibía el escritor, adquiridas gracias al ambiente en el que creció.
Gustavo Adolfo tuvo pronto muy claro hacia donde quería encaminar su vida: hacia el arte o la literatura, dos actividades en las que demostró desde muy temprano un gran talento.
El joven experimentó un cambio muy profundo cuando se trasladó a Madrid. En la capital empezó a frecuentar ambientes artísticos e intelectuales, y en 1855 dedicó un poema a una de las grandes figuras de la Ilustración española, Manuel José Quintana, titulado A Quintana y la fantasía Corona de oro. En 1856 escribió una pieza de teatro junto a su amigo, el periodista, escritor y autor Luis García de Luna titulada La novia y el pantalón. Al año siguiente terminó la primera entrega de su Historia de los templos de España y de nuevo con García de Luna escribió la zarzuela La venta encantada, que firmó bajo el seudónimo de Adolfo García.
Poesía… eres tú
Junto al periodista, dramaturgo y novelista Julio Nombela y su amigo Luis García Luna, Bécquer se dedicó a escribir biografías para el dramaturgo y exiliado francés Gabriel Hugelman, e incluso intentaron fundar un periódico en Madrid que al final resultó ser un fracaso. Con publicaciones como La España musical y literaria, El mundo, El porvenir o el Álbum de señoritas y Correo de la moda, Bécquer logró hacerse un hueco en el mundillo artístico de la capital, aunque, eso sí, sufrió grandes estrecheces económicas.
Entre 1859 y 1860, Bécquer se hallaba en el punto álgido de su carrera literaria. Solía frecuentar la residencia del compositor de zarzuelas y director de los coros del Teatro Real, Joaquín Espín, donde acudían conocidos personajes relacionados con el mundo cultural. Allí conoció a las dos hermanas Espín, Josefina y Julia, que tanto influyeron en su obra posterior. Bécquer se enamoró perdidamente de Julia, que era cantante de ópera, a la que se cree que dedicó su Rima número XXI «Poesía… eres tú».
Colaboraciones literarias
En 1860, Bécquer formaba parte de la plantilla de El contemporáneo, un periódico conservador. Gracias a este trabajo, disfrutó de una situación económica más holgada que le servirá de plataforma para la difusión de su obra. En el primer número se publicó la primera de las cuatro cartas que conformarán la obra en prosa Cartas literarias a una mujer. En publicaciones posteriores, Bécquer escribió una reseña de la obra La Soledad, del poeta Augusto Ferrán y Forniés.
Gracias a su trabajo en El contemporáneo, Béquer disfrutó de una situación económica más holgada que le servirá de plataforma para la difusión de su obra.
La popularidad de Bécquer iría en aumento, así como su fama como «contador» de leyendas. En su obra más importante, Rimas y Leyendas, el autor andaluz plasmará su pasión por los temas misteriosos y esotéricos. El poeta llegó a viajar por toda España recopilando historias de las tradiciones populares, muchas de las cuales han llegado hasta nuestros días como El monte de las ánimas, Maese Pérez el organista o La cruz del diablo, que eran leídas habitualmente durante la noche de Todos los Santos. En 1865, Bécquer dejó de escribir para El contemporáneo y empezó a colaborar para El museo universal y Los tempos. Gracias a la ayuda del político y periodista Luis González Bravo Bécquer fue nombrado censor de novelas, un trabajo que le reportaría una cierta tranquilidad económica durante un tiempo.
Una pérdida fatal
Durante este período de su vida, el poeta se concentró en terminar sus recopilaciones de las Rimas y de el Libro de los gorriones. Entregó un manuscrito completo de sus poemas para su publicación a Luis González Bravo, pero lamentablemente se perdió durante la Revolución Gloriosa de 1868. Cuando regresó de su exilio en París, Bécquer volvió a escribir para El museo universal. Entre 1868 y 1869, se publicó un libro de ilustraciones satíricas y eróticas que hacía una ácida crítica de la vida de la realeza en España, titulado Los Borbones en pelota, una obra que tradicionalmente se ha atribuido a los hermanos Bécquer y que se dice que firmaron con el seudónimo SEM (aunque hoy en día, los investigadores Jesús Rubio y Joan Estruch afirman que el autor es un pintor republicano radical llamado Francisco Ortego).
Bécquer entregó un manuscrito completo de sus poemas para su publicación a Luis González Bravo, pero lamentablemente se perdió durante la Revolución Gloriosa de 1868.
RIMAS
En 1870, Valeriano, su querido hermano, enfermó gravemente y murió el 23 de septiembre. El impacto fue tan terrible para Gustavo Adolfo que cayó en una profunda depresión de la que no se recuperaría. Tras publicar unos breves trabajos en la revista La ilustración de Madrid, el poeta también enfermó gravemente el 10 de diciembre. Así, el 22 de diciembre de 1870, el mismo año que su hermano, Gustavo Adolfo Bécquer murió a causa de una tuberculosis. Su cuerpo fue enterrado al día siguiente en Madrid y posteriormente fue trasladado a su Sevilla natal donde reposa junto a su hermano Valeriano, a quien tanto amó.

La vida no termina con la muerte
¿En realidad termina todo cuando expiran nuestros cuerpos físicos? ¿Hay una existencia de la conciencia que trasciende los límites de lo físico? ¿Cómo podemos explicar las milenarias creencias sobre el más allá, los incontables casos de experiencias sobre vidas pasadas y las memorias de personas cercanas a la muerte? ¿Qué implica para nuestro comportamiento el incorporar la idea de que nuestra existencia persiste aun después de fallecer? Estas y muchas más preguntas son las que dieron forma a nuestra conversación el día de hoy.
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NO SON VACUNAS , SON NANOTECNOLOGIA PARA CONTROL
Técnica biológica en Vacunas que usa campos magnéticos para controlar a distancia la actividad del cerebro
Se llama magneto-genética. Son proteínas que reaccionan a los campos
magnéticos exactamente igual que lo hace el hierro. En realidad no son
vacunas, son terapias génicas, son otra cosa, imanes que se adhieren. En
los últimos años, se han producido proteínas especiales que son
sensibles a los campos magnéticos.


Los mejores 28 libros de Gustavo Adolfo Bécquer para descargar en PDF

(Tabla de contenidos)
El monte de las ánimas año 1861
Maese Pérez el organista año 1861
La ajorca de oro año 1861
Cartas literarias a una mujer año 1861
Creed en Dios año 1862
Memorias de un pavo año 1865
La rosa de pasión año 1862
El gnomo año 1863
La cueva de la mora año 1863
La Venta de Los Gatos año 1885
El caudillo de las manos rojas año 1871
Libro de Los Gorriones año 1870
¡Es raro! año 1861
La Pereza (Artículo) año 1870
El Aderezo de Esmeraldas año 1862
La Mujer a la Moda (Artículo) año 1870
Tres fechas año 1862
Las Hojas Secas año 1865
El Cristo de la Calavera año 1862


“Si yo fuera poeta, verdadero poeta,
os daría en mis cánticos
no a la ciudad heroica, eremita y asceta,
sino a la de los sueños errantes y románticos
de Bécquer, el celeste dueño
de las inaccesibles órbitas del ensueño
Pobre Gustavo Adolfo, héroe de tus leyendas,
enamorado de un rayo de luna verde
-¿mujer, esencia, sueño?-, que te esquiva y se pierde
entre los troncos crédulos, por las cándidas sendas.


Tu Soria pura, Bécquer, contigo en el camino
musical del caballo que te lleva a Veruela.
Si la cabeza vuelves, ves la amarilla muela
del castillo -tan lejos- vespertino.
Tu fantasma hecho forma -mujer de piedra- vela
«en la imponente nave del templo bizantino».
Ya el monte de las Ánimas te sepulta su loma.
Ya ni el castillo emerge del lindero.
¿Por qué cierras los ojos? ¿Ves mejor así el Duero?
Calla. ¿Le oyes? Por huertas de Templarios asoma,
la presa airosa salta, tuerce su cauce huidero;
con voluntad sonora
limita, impulsa, espeja y ríe y llora..”


La conquista de Sevilla tuvo lugar entre agosto de 1247 y el 23 de noviembre de 1248 por parte de las tropas cristianas de Fernando III de Castilla. La ciudad se encontraba bajo el dominio musulmán del caíd Axataf.
En el al-Ándalus del siglo XIII las dos ciudades principales eran Córdoba y Sevilla. Fernando III había tomado Córdoba en 1236 y Jaén en 1246. En ambas ciudades procedió a la expulsión de los musulmanes, cosa que también haría en Sevilla.
Fernando reunió en un Consejo a sus capitanes y a los maestres de las órdenes militares y decidieron dirigir sus esfuerzos hacia la ciudad de Sevilla, que tenía más de siete kilómetros de murallas. Para tomarla tuvieron que ponerse de acuerdo con el rey de Aragón, Jaime I, y con el rey de Granada, Alhamar, reino que había acordado ser feudo de Castilla tras la toma de Jaén, y se decidieron las fronteras con los reinos de Valencia y Murcia. Fernando pasó el invierno de 1246 en Jaén, habiendo dejado en Alcalá de Guadaíra a Rodrigo Álvarez y en el Aljarafe al maestre de la Orden de Santiago. Todo el verano lo dedicó a hacer planes de guerra. Organizó un poderoso ejército, incomparable con cualquier otro de la Edad Media. Un centenar de generales y varios centenares de famosos caudillos. Entre los miembros de este ejército destacan: Pelay Correa, maestre de la Orden de Santiago, Fernando Ordóñez, maestre de la Orden de Calatrava, Pedro Yáñez, maestre de la Orden de Alcántara, Pedro Álvarez Avito, maestre de la Orden del Temple, Fernán Ruiz, maestre de la Orden de San Juan, López de Haro, el almirante Ramón de Bonifaz, Alfonso Téllez, el infante Fadrique, el príncipe Alfonso y, junto a ellos, gran cantidad de nobles de Castilla y León y los concejos de ambos reinos. En 1246 el obispo Jiménez de Rada realizó gestiones en Roma, obteniendo una bula de cruzada del papa Inocencio IV del 15 de marzo de 1247, según la cual Fernando podía tomar las tercias de fábrica para financiar los gastos de los que se desplazasen a la Reconquista de Sevilla por motivos cristianos.123 España tuvo apoyo económico y militar de franceses, alemanes e italianos.
Al ser Sevilla una ciudad con río navegable, Fernando hizo venir a Jaén a Ramón Bonifaz, para ayudarse de una flota en la toma de la ciudad, al igual que había hecho eficazmente en la ciudad de Cartagena. Fernando III encargó esta flota al almirante Ramón de Bonifaz, que armó los barcos y consiguió tripulación en Cantabria, en los puertos de Castro Urdiales, Laredo, San Vicente de la Barquera y en Santander. La flota también contó con los marinos vascos al mando de Diego López de Haro y gallegos al mando de Paio Gómez Charino. Reunió trece naves, movidas a vela, y cinco galeras, movidas a remo. Bonifaz dispuso las dos naves más robustas para embestir el puente. Una era la Carceña, comandada por el propio Bonifaz, y estaba construida en Santander. La otra era la Rosa de Castro, estaba construida en Castro Urdiales y estaba comandada por Ruy González.
Viene a mi memoria una coplilla popular que quizás se hizo por aquel tiempo
Con fe el rey San Fernando
dijo váleme señora
ayúdeme a conseguir
la victoria soñadora
Y se hizo aquel milagro
vino la virgen de Valme
que con gran pasión y saña
quiso que Sevilla fuera
conquistada para España





QUIEN ES EL CONSPIRADOR AHORA? Microchips en las vacunas
Video
Cuando vemos a Bill Gates (William Henry Gates III) en los medios de comunicación haciendo declaraciones sobre la vacunación obligatoria a nivel mundial, a menudo comenzamos a analizar que está invadiendo el campo de la biología, ya que él mismo pertenece al área de las tecnologías de la información (informática). Sin embargo, no, no está en el campo equivocado. Su afirmación sobre la vacunación contra el Cortinavirus es solo un encubrimiento para encubrir el propósito de imponer la digitalización generalizada que algunas personas, las más observadoras y atentas, ven desde hace tiempo.
Esto no significa que él mismo sea el comandante del plan; este plan para arrojar la digitalización por las gargantas de la gente fue y está siendo guiado desde unos pocos pisos jerárquicos por encima de él, Bill Gates, que es simplemente un agente, como lo fue en el despliegue industrial de la tecnología de la información tan románticamente informado por los medios.
De hecho, la digitalización apresurada, impuesta u obligatoria es un atentado contra la humanidad, ya que sabemos qué hay detrás, quiénes son realmente y quiénes seguirán siendo los verdaderos controladores del mundo, más aún en un mundo digitalizado.
La vacuna es la muerte como ser humano
TVE reconoce en nuestra cara que la vacuna tiene nanopartículas SECRETAS. Nos dicen a la cara que la vacuna es NANOTECNOLOGÍA SECRETA y se quedan tan anchos, y las personas se inyectan esa cosa sin saber tan
siquiera lo que contiene. Además, dicen que no va a ser fácil repetir lotes idénticos a los que han demostrado su «eficacia», es decir, están preparando las disculpas por si se demuestra el fraude de que las
vacunas no funcionan.
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Importantísimo lo que dijo la doctora María José Albarracín
Toda la verdad sobre transhumanismo, vacunas, 5G y más
La brillante doctora Carrie Madej lo explica todo sobre el transhumanismo, el covid, VACUNAS, 5g, los virus y la verdadera razón detrás de todo ello.
Libro – Fascismo Médico – Robert Ryder en PDF
Cómo las políticas del coronavirus nos han arrebatado nuestras libertades, y cómo recuperarlas
Libro – El Nuevo Orden Mundial – Martín Lozano – 1996
Génesis y Desarrollo del Capitalismo Moderno (Alba Longa Editorial, 1996)

La proxima panmierda


Se encuentra situado en el Suroeste del Término Municipal de Hita y constituyen un enclave histórico en el municipio colindante con Torre del Burgo, inmediatamente próximo a esta localidad. Se encuentra en el Km 19 de la CM-1003.
Se denomina Sector S-2 de suelo urbanizable de las Normas Subsidiarias de Planeamiento Municipal de Hita con una superficie de 380.202,50 m2. Se encuentra dividido por la antigua carretera de Madrid a Soria, actual CM 1003 y está recorrido por el Noreste a Suroeste por el río Badiel.
El Monasterio
El origen de este Monasterio, situado en la vega del río Badiel, se pierde en la alta Edad Media Visigoda. Gundemaro en el año 611 comenzó a edificar el primitivo Monasterio, alrededor de la ermita llamada de Sopetrán, ya por entonces. Su quinta y definitiva fundación tuvo lugar en 1372 como Monasterio Benedictino. La familia de los Mendoza, y en particular el Marqués de Santillana protegió decididamente este cenobio, de cuya época de esplendor hay en el Museo del Prado unas importantísimas tablas hispano-flamencas del siglo XVI en que aparece un retrato del propio Marqués de Santillana o de su primer hijo, el Duque del Infantado.

Se conservan parte de los muros exteriores. En el extremo Norte estuvo la Iglesia de la que solo quedan cuatro enormes basas del crucero, y algunos restos de las claves y nervios de las bóvedas caídos por el suelo.
El la parte que fue de la antigua sacristía, situada en el ángulo NE del edificio principal del Monasterio se aprecian los arranques de bóveda nervada de tradición hispánica, es decir no cruzándose los nervios en su centro, como sucede en la Mezquita Cordobesa (de Al-Hakam). El paso de la planta cuadrada a la octogonal lo hace por medio de formas aveneradas, solución ya renacentista. El claustro se comenzó en el siglo XVII, siendo Abad Fray Alonso Ortiz. Consta de dos arquerías superpuestas, sostenidas por recia columnata la de abajo y algo más ligera la superior, dentro de un estilo puramente toscazo, clasicista, muy herreriano. Es la pieza que mejor se conserva y que confiere todo el valor espiritual que hoy tiene las ruinas de Sopetrán.

Fue declarado Bien de Interés Cultural, por resolución de 9 de septiembre de 1993 de la Dirección General de Cultura de la Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha (Decreto 10/1994 de 1 de febrero).

Era parada obligada en el antiguo Camino Real de Navarra.
Otros edificios destacados son El Molino y la Ermita de Sopetrán.
Para saber más sobre su historia, haga clic sobre el enlace: Monasterio de Sopetrán.
Un proyecto de futuro para reconstruir el pasado

Un sueño que comenzó hace más de catorce siglos y que comenzó su historia conocida con romanos, visigodos, cristianos mozárabes, árabes, santos, reyes, arzobispos, marqueses, y vecinos y enamorados de la zona. A día de hoy, y de manos del nuevo equipo de Coordinadora Monasterio de Sopetrán, comienza su camino al futuro con un proyecto adaptado a los nuevos tiempos, para recuperar su historia y continuar escribiéndola.
Este sueño que comenzó hace más de catorce siglos, se ha convertido hoy en un proyecto de rehabilitación del Monasterio y recuperación Histórico-Cultural del entorno Sopetrán.
El Monasterio de Sopetrán, situado en el término municipal de Hita, se encuentra hoy prácticamente en ruinas, conservando dos fachadas originales y tres de las cuatro arcadas de su claustro. Para hacer frente a esta costosísima rehabilitación, Coordinadora Monasterio de Sopetrán, ha creado un singular proyecto que incluye, además de la reconstrucción del edifico del Monasterio del S. XVI la construcción de un completo Pueblo de corte Medieval, acompañado de los servicios necesarios para hacer de él un lugar de residencia único y singular. Se creará además, una Fundación, encargada de velar porque el espíritu con el que nace este sueño no se vea degradado.
Para saber más sobre el proyecto de restauración del monasterio y del proyecto urbanístico en torno a él, haga clic sobre el enlace: Restauración del Monasterio.

Dedicado a mi sinpar amiga Julie
Volver en primavera

Cuerdas que rasgan la noche, luceros en tus pupilas
la claridad de tu pelo y una pasión encendida.
Rondando en el firmamento de tu cuerpo la ternura
del carmín y de los besos robados a la locura.

Busca las luces del alba el corazón de la luna
el rumor se desvanece, muere el amor, nace el día.





Templaba el aire sones nuevos
en la cumplida mañana de una primavera
que el viento del amor trajera

Narcisos de color dorado
reflejaban la silueta entretejida
de los juncos ondeantes del estanque
de las ideas dormidas

Y al sueño sucedió la realidad
arrastrando tras de sí mi desventura
estaba ya en Sevilla, era temprano,



no despertad a la niña, rodeadla de mil lazos
que la vela la giralda y la nana estan cantando
Strings that tear the night, stars in your pupils
the clarity of your hair and a burning passion.
Rounding in the firmament of your body the tenderness
shed love her zeal with the adored sweetness
of carmine and kisses stolen from madness.
Look for the lights of dawn the heart of the moon
the rumor vanishes, love dies, the day is born.


Templating the air new sounds
on the morning of an spring
as always the water drew signs
that the wind of love brought
Daffodils of golden color
they reflected the interwoven silhouette
from the rushing rushes of the pond
of the sleeping ideas
And reality came true
dragging behind me my misadventure
I was already in Seville, it was early,
and the scent of orange blossom became a breeze.
Maybe the city of the goblin,
Maybe the city of Art,
Queen of grace and grace.
Where the fairies sleep in their parks.
Where in a celestial sky you adored me.



Any time any day…
Seville was founded as the Roman city of Hispalis, and was known as Ishbiliya after the Muslim conquest in 712. During the Muslim rule in Spain, Seville came under the jurisdiction of the Caliphate of Córdoba before becoming the independent Taifa of Seville; later it was ruled by the Muslim Almoravids and the Almohads until finally being incorporated into the Christian Kingdom of Castile under Ferdinand III in 1248.
Seville, the capital of one of the most beautiful regions of Spain,is a European destination of extreme beauty ; it is located in the south of Spain . One of its treasures, the Alcazar, is classified as a World Heritage site by UNESCO.
Discover Seville; its climate is perfect throughout the year. If you want to avoid the hustle and bustle, book your holiday at the best price in Seville during the low season, for example in October or Spring. If you want to live a real immersive experience in the Andalusian culture, book your stay in Seville in April for the traditional «Feria de Abril» on the third week of April for 7 consecutive days. It is a perfect opportunity to discover Seville, its inhabitants, their traditions and gastronomy.
Seville is perfect at any time of the year though. You will be amazed by the city. Book your hotel, guesthouse, B&B, at the best price guaranteed in Seville as well as your best activities such as «a guided tour of the Royal Alcazar» or a 1-hour river cruise before ending the evening with a romantic dinner and a Flamenco showAccording to legend.
Sevilla was founded by Hercules and its origins are linked with the Tartessian civilisation. It was called Hispalis under the Romans and Isbiliya with the Moors. The high point in its history was following the discovery of America in 1492. For all its important monuments and fascinating history, Sevilla is universally famous for being a joyous town. While the Sevillians are known for their wit and sparkle, the city itself is striking for its vitality. It is the largest town in Southern Spain, the city of Carmen, Don Juan and Figaro. .













La Venta de los Gatos – Gustavo Adolfo Bécquer

– I –
En Sevilla, y en mitad del camino que se dirige al convento de San Jerónimo desde la puerta de la Macarena, hay, entre otros ventorrillos célebres, uno que, por el lugar en que está colocado y las circunstancias especiales que en él concurren, puede decirse que era, si ya no lo es, el más neto y característico de todos los ventorrillos andaluces.
Figuraos una casita blanca como el ampo de la nieve, con su cubierta de tejas rojizas las unas, verdinegras las otras, entre las cuales crecen un sinfín de jaramagos y matas de reseda. Un cobertizo de madera baña en sombras el dintel de la puerta, a cuyos lados hay dos poyos de ladrillos y argamasa. Empotradas en el muro que rompen varios ventanillos abiertos a capricho para dar luz al interior, y de los cuales unos son más bajos y otros más altos, éste en forma cuadrangular, aquél imitando un ajimez o una claraboya, se ven, de trecho en trecho, algunas estacas y anillas de hierro que sirven para atar las caballerías. Una parra añosísima que retuerce sus negruzcos troncos por entre la armazón de maderas que la sostiene, vistiéndose de pámpanos y hojas verdes y anchas, cubre como un dosel el estrado, el cual lo componen tres bancos de pino, media docena de sillas de enea desvencijadas y hasta seis o siete mesas cojas y hechas de tablas mal unidas. Por uno de los costados de la casa sube una madreselva agarrándose a las grietas de las paredes hasta llegar al tejado, de cuyo alero penden algunas guías que se mecen con el aire, semejando flotantes pabellones de verdura. Al pie del otro corre una cerca de cañizo, señalando los límites de un pequeño jardín, que parece una canastilla de juncos rebosando flores. Las copas de dos corpulentos árboles que se levantan a espaldas del ventorrillo forman el fondo obscuro sobre el cual se destacan sus blancas chimeneas, completando la decoración los vallados de las huertas llenos de pitas y zarzamoras, los retamares que crecen a la orilla del agua, y el Guadalquivir, que se aleja arrastrando con lentitud su torcida corriente por entre aquellas agrestes márgenes hasta llegar al pie del antiguo convento de San Jerónimo, el cual asoma por encima de los espesos olivares que lo rodean y dibuja por obscuro la negra silueta de sus torres sobre un cielo azul transparente.
Imaginaos este paisaje animado por una multitud de figuras, de hombres, mujeres, chiquillos y animales formando grupos a cuál más pintoresco y característico: aquí, el ventero, rechoncho y colorarote, sentado al sol en una silleta baja, deshaciendo entre las manos el tabaco para liar un cigarrillo y con el papel en la boca; allí, un regatón de la Macarena, que canta entornando los ojos y acompañándose con una guitarrilla mientras otros le llevan el compás con las palmas o golpeando las mesas con los vasos; más allá, una turba de muchachas, con su pañuelo de espumilla de mil colores y toda una maceta de claveles en el pelo, que tocan la pandereta, y chillan, y ríen, y hablan a voces en tanto que impulsan como locas el columpio colgado entre dos árboles, y los mozos del ventorrillo que van y vienen con bateas de manzanilla y platos de aceitunas, y las bandas de gentes del pueblo que hormiguean en el camino; dos borrachos que disputan con un majo que requiebra al pasar a una buena moza; un gallo que cacarea esponjándose orgulloso sobre las bardas del corral; un perro que ladra a los chiquillos que le hostigan con palos y piedras; el aceite que hierve y salta en la sartén donde fríen el pescado; el chasquear de los látigos de los caleseros que llegan levantando una nube de polvo; ruido de cantares, de castañuelas, de risas, de voces, de silbidos y de guitarras, y golpes en las mesas, y palmadas, y estallidos de jarros que se rompen, y mil y mil rumores extraños y discordes que forman una alegre algarabía imposible de describir. Figuraos todo esto en una tarde templada y serena, en la tarde de uno de los días más hermosos de Andalucía, donde tan hermosos son siempre, y tendréis una idea del espectáculo que se ofreció a mis ojos la primera vez que, guiado por su farsa, fui a visitar aquel célebre ventorrillo.
De esto ya hace muchos años: diez o doce lo menos. Yo estaba allí como fuera de mi centro natural: comenzando por mi traje y acabando por la asombrada expresión de mi rostro, todo en mi persona disonaba en aquel cuadro de franca y bulliciosa alegría. Pareciome que las gentes, al pasar, volvían la cara a mirarme con el desagrado que se mira a un importuno.
No queriendo llamar la atención ni que mi presenciase hiciese objeto de burlas más o menos embozadas, me senté a un lado de la puerta del ventorrillo, pedí algo de beber, que no bebí, y cuando todos se olvidaron de mi extraña aparición saqué un papel de la cartera de dibujo que llevaba conmigo, afilé un lápiz y comencé a buscar con la vista un tipo característico para copiarlo y conservarlo como un recuerdo de aquella escena y de aquel día.
Desde luego, mis ojos se fijaron en una de las muchachas que formaban alegre corro alrededor del columpio. Era alta, delgada, levemente morena, con unos ojos adormidos, grandes y negros y un pelo más negro que los ojos. Mientras yo hacía el dibujo un grupo de hombres, entre los cuales había uno que rasgueaba la guitarra con mucho aire, entonaban a coro cantares alusivos a las prendas personales, los secretillos de amor, las inclinaciones o las historias de celos y desdenes de las muchachas que se entretenían alrededor del columpio, cantares a los que a su vez respondían éstas con otros no menos graciosos, picantes y ligeros.
La muchacha morena, esbelta y decidora que había escogido por modelo llevaba la voz entre las mujeres y componía las coplas y las decía, acompañada del ruido de las palmas y las risas de sus compañeras, mientras el tocador parecía ser el jefe de los mozos y el que entre todos ellos despuntaba por su gracia y sus desenfadado ingenio.
Por mi parte, no necesité mucho tiempo para conocer que entre ambos existía algún sentimiento de afección que se revelaba en sus cantares, llenos de alusiones transparentes y frases enamoradas.
Cuando terminé mi obra comenzaba a hacerse de noche. Y en la torre de la catedral se habían encendido los dos faroles del retablo de las campanas y sus luces parecías los ojos de fuego de aquel gigante de argamasa y ladrillo que domina toda la ciudad. Los grupos se iban disolviendo poco a poco y perdiéndose a lo largo del camino entre la bruma del crepúsculo, plateada por la luna, que empezaba a dibujarse sobre el fondo violado y obscuro del cielo. Las muchachas se alejaban juntas y cantando, y sus voces argentinas se debilitaban gradualmente hasta confundirse con los otros rumores indistintos y lejanos que temblaban en el aire. Todo acababa a la vez: el día, el bullicio, la animación y la fiesta, y de todo no quedaba sino un eco en el oído y en el alma, como una vibración suavísima, como un dulce sopor parecido al que se experimenta al despertar de un sueño agradable.
Luego que hubieron desaparecido las últimas personas doblé mi dibujo, lo guardé en la cartera, llamé con una palmada al mozo, pagué el pequeño gasto que había hecho y ya me disponía a alejarme cuando sentí que me detenían suavemente por el brazo. Era el muchacho de la guitarra que ya noté antes y que mientras dibujaba me miraba mucho y con cierto aire de curiosidad. Yo no había reparado que, después de concluida la broma, se acercó disimuladamente hasta el sitio en que me encontraba con el objeto de ver qué hacía yo mirando con tanta insistencia a la mujer por quien él parecía interesarse.
-Señorito -me dijo con un acento que él procuró suavizar todo lo posible-, voy a pedirle a usted un favor.
-¡Un favor! -exclamé yo, sin comprender cuáles podrían ser sus pretensiones-. Diga usted; que si está en mi mano es cosa hecha.
-¿Me quiere usted dar esa pintura que ha hecho?
Al oír sus últimas palabras no pude menos de quedarme un rato perplejo; extrañaba, por una parte, la petición, que no dejaba de ser bastante rara, y por otra, el tono, que no podía decirse a punto fijo si era de amenaza o de súplica. El hubo de comprender mi duda y se apresuró en el momento a añadir:
-Se lo pido a usted por la salud de su madre, por la mujer que más quiera en este mundo, si quiere a alguna; pídame usted en cambio todo lo que yo pueda hacer en mi pobreza.
No supe qué contestar para eludir el compromiso. Casi, casi, hubiera preferido que viniese en son de quimera, a trueque de conservar el bosquejo de aquella mujer que tanto me había impresionado; pero sea por sorpresa del momento, sea que yo a nada sé decir que no, ello es que abrí mi cartera, saqué el papel y se lo alargué sin decir una palabra.
Referir las frases de agradecimiento del muchacho, sus exclamaciones al mirar nuevamente el dibujo a la luz del reverbero de la venta, el cuidado con que lo dobló para guardárselo en la faja, los ofrecimientos que me hizo y las alabanzas hiperbólicas con que ponderó la suerte de haber encontrado lo que él llamaba un señorito templao y neto sería tarea dificilísima, por no decir imposible. Sólo diré que como entre unas y otras se había hecho completamente de noche, que quise que no, se empeñó en acompañarme hasta la puerta de la Macarena, y tanto dio en ello que por fin me determiné a que emprendiésemos el camino juntos. El camino es bien corto, pero mientras duró encontró forma de contarme de pe a pa toda la historia de sus amores.
La venta donde se había celebrado la función era de su padre, quien le tenía prometido, para cuando se casase, una huerta que lindaba con la casa y que también le pertenecía. En cuanto a la muchacha objeto de su cariño, que me describió con los más vivos colores y las frases más pintorescas, me dijo que se llamaba Amparo, que se había criado en su casa desde muy pequeñita y se ignoraba quiénes fuesen sus padres. Todo esto y cien otros detalles de más escaso interés me refirió durante el camino. Cuando llegamos a las puertas de la ciudad me dio un fuerte apretón de manos, tornó a ofrecérseme y se marchó entonando un cantar cuyos ecos se dilataban a lo lejos en el silencio de la noche. Yo permanecí un rato viéndolo ir. Su felicidad parecía contagiosa, y me sentí alegre, con una alegría extraña y sin nombre, con una alegría, por decirlo así, de reflejo.
El siguió cantando a más no poder; uno de sus cantares decía así:
mira qué bonita era:
se parecía a la Virgen
de Consolación de Utrera.
Cuando su voz comenzaba a perderse oí en las ráfagas de la brisa otra delgada y vibrante que sonaba más lejos aún. Era ella, que lo aguardaba impaciente.
Pocos días después abandoné a Sevilla, y pasaron muchos años sin que volviese a ella y olvidé muchas cosas que allí me habían sucedido; pero el recuerdo de tanta y tan ignorada y tranquila felicidad no se me borró nunca de la memoria.
– II –
Como he dicho, transcurrieron muchos años después que abandoné a Sevilla, sin que olvidase del todo aquella tarde, cuyo recuerdo pasaba algunas veces por mi imaginación como una brisa bienhechora que refresca el ardor de la frente.
Cuando el azar me condujo de nuevo a la gran ciudad que con tanta razón es llamada reina de Andalucía una de las cosas que más llamaron mi atención fue el notable cambio verificado durante mi ausencia. Edificios, manzanas de casas y barrios enteros habían surgido al contacto mágico de la industria y el capital: por todas partes fábricas, jardines, posesiones de recreo, frondosas alamedas; pero, por desgracia, muchas venerables antiguallas habían desaparecido.
Visité nuevamente muchos soberbios edificios, llenos de recuerdos históricos y artísticos; torné a vagar y a perderme entre las mil y mil revueltas del curioso barrio de Santa Cruz; extrañé en el curso de mis paseos muchas cosas nuevas que se han levantado no sé cómo; eché de menos muchas cosas viejas que han desaparecido no sé por qué y, por último, me dirigí a la orilla del río. La orilla del río ha sido siempre en Sevilla, el lugar predilecto de mis excursiones.
Después que hube admirado el magnífico panorama que ofrece en el punto por donde une sus opuestas márgenes el puente de hierro; después que hube recorrido con la mirada absorta los mil detalles, palacios y blancos caseríos; después que pasé revista a los innumerables buques surtos en sus aguas, que desplegaban al aire los ligeros gallardetes de mil colores, y oí el confuso hervidero del muelle, donde todo respira actividad y movimiento, remontando con la imaginación la corriente del río, me trasladé hasta San Jerónimo.
Me acordaba de aquel paisaje tranquilo, reposado y luminoso en que la rica vegetación de Andalucía despliega sin aliño sus galas naturales. Como si hubiera ido en un bote corriente arriba, vi desfilar otra vez, con ayuda de la memoria, por un lado la Cartuja con sus arboledas y sus altas y delgadas torres; por otro, el barrio de los Humeros, los antiguos murallones de la ciudad, mitad árabes, mitad romanos; las huertas con sus vallados cubiertos de zarzas y las norias que sombrean algunos árboles aislados y corpulentos, y, por último, San Jerónimo… Al llegar aquí con la imaginación se me representaron con más viveza que nunca los recuerdos que aun conservaba de la famosa venta, y me figuré que asistía de nuevo a aquellas fiestas populares y oía cantar a las muchachas, meciéndose en el columpio, y veía los corrillos de gentes del pueblo vagar por los prados, merendar unos, disputar los otros, reír éstos, bailar aquéllos, y todos agitarse, rebosando juventud, animación y alegría. Allí estaba ella, rodeada de sus hijos, lejos ya del grupo de las mozuelas, que reían y cantaban, y allí estaba él, tranquilo y satisfecho de su felicidad, mirando con ternura, reunidas a su alrededor y felices, a todas las personas que más amaba en el mundo: su mujer, sus hijos, su padre, que estaba entonces como hacía diez años, sentado a la puerta de su venta, liando impasible su cigarro de papel, sin más variación que tener blanca como la nieve la cabeza, que antes era gris.
Un amigo que me acompañaba en el paseo, notando la especie de éxtasis en que estuve abstraído con esas ideas durante algunos minutos me sacudió al fin del brazo; preguntándome:
-¿En qué piensas?
-Pensaba -le contesté- en la Venta de los Gatos, y revolvía aquí, dentro de la imaginación, todos los agradables recuerdos que guardo de una tarde que estuve en San Jerónimo… En este instante concluía una historia que dejé empezada allí y la concluía tan a mi gusto que creo no puede tener otro final que el que yo le he hecho. Y a propósito de la Venta de los Gatos -proseguí, dirigiéndome a mi amigo-, ¿cuándo nos vamos allí una tarde a merendar y a tener un rato de jarana?
-¡Un rato de jarana! -exclamó mi interlocutor, con una expresión de asombro que yo no acertaba a explicarme entonces-; ¡un rato de jarana! Pues digo que el sitio es aparente para el caso.
-¿Y por qué no? -le repliqué admirándome a mi vez de sus admiraciones.
-La razón es muy sencilla -me dijo, por último-: porque a cien pasos de la venta han hecho el nuevo cementerio.
Entonces fui yo el que lo miré con ojos asombrados y permanecí algunos instantes en silencio antes de añadir una sola palabra.
Volvimos a la ciudad y pasó aquel día y pasaron algunos otros más sin que yo pudiese desechar del todo la impresión que me había causado una noticia tan inesperada. Por más vueltas que le daba, mi historia de la muchacha morena no tenía ya fin, pues el inventado no podía concebirla, antojándoseme inverosímil un cuadro de felicidad y alegría con un cementerio por fondo.
Una tarde, resuelto a salir de dudas, pretexté una ligera indisposición para no acompañar a mi amigo en nuestros acostumbrados paseos y emprendí solo el camino de la venta. Cuando dejé a mis espaldas la Macarena y su pintoresco arrabal y comencé a cruzar por un estrecho sendero aquel laberinto de huertas ya me parecía advertir algo extraño en cuanto me rodeaba.
Bien fuese que la tarde estaba un poco encapotada, bien que la disposición de mi ánimo me inclinaba a las ideas melancólicas, lo cierto es que sentí frío y tristeza y noté un silencio que me recordaba la completa soledad como el sueño recuerda la muerte.
Anduve un rato sin detenerme, acabé por cruzar las huertas para abreviar la distancia y entré en el camino de San Lázaro, desde donde ya se divisa en lontananza el convento de San Jerónimo.
Tal vez será una ilusión; pero a mí me parece que por el camino que pasan los muertos hasta los árboles y las hierbas toman al cabo un color diferente. Por lo menos allí se me antojó que faltaban tonos calurosos y armónicos, frescura en la arboleda, ambiente en el espacio y luz en el terreno. El paisaje era monótono, las figuras negras y aisladas.
Por aquí un carro que marchaba pausadamente, cubierto de luto, sin levantar polvo, sin chasquidos de látigo, sin algazara, sin movimiento casi; más allá un hombre de mala catadura con un azadón en el hombro, o un sacerdote con su hábito talar y oscuro, o un grupo de ancianos mal vestidos o de aspecto repugnante, con cirios apagados en las manos, que volvían silenciosos, con la cabeza baja y los ojos fijos en la tierra. Yo me creía transportado no sé adónde, pues todo lo que veía me recordaba un paisaje cuyos contornos eran los mismos de siempre, pero cuyos colores se habían borrado, por decirlo así, no quedando de ellos sino una media tinta dudosa. La impresión que experimentaba sólo puede compararse a la que sentimos en esos sueños en que, por un fenómeno inexplicable, las cosas son y no son a la vez, y los sitios en que creemos hallarnos se transforman, en parte, de una manera estrambótica e imposible.
Por último, llegué al ventorrillo; lo recordé más por el rótulo, que aun conservaba escrito con grandes letras en una de sus paredes, que por nada; pues en cuanto al caserío, se me figuró que hasta había cambiado de forma y proporciones. Desde luego puedo asegurar que estaba mucho más ruinoso, abandonado y triste. La sombra del cementerio, que se alzaba en el fondo, parecía extenderse hacia él, envolviéndolo en una oscura proyección como en un sudario. El ventero estaba solo, completamente solo. Conocí que era el mismo de hacía diez años; y lo conocí por no sé qué, pues en este tiempo había envejecido hasta el punto de aparentar un viejo decrépito y moribundo, mientras que cuando lo vi no representaba apenas cincuenta años, y rebosaba salud, satisfacción y vida.
Senteme en una de las desiertas mesas; pedí algo de beber, que me sirvió el ventero, y de una en otra palabra suelta, vinimos al cabo a entrar en una conversación tirada acerca de la historia de amores, cuyo último capítulo ignoraba todavía, a pesar de haber intentado adivinarlo varias veces.
-Todo -me dijo el pobre viejo-, todo parece que se ha conjurado contra nosotros desde la época que usted me recuerda. Ya lo sabe usted: Amparo era la niña de nuestros ojos, se había criado aquí desde que nació, casi era la alegría de la casa; nunca pudo echar de menos el suyo, porque yo la quería como un padre; mi hijo se acostumbró también a quererla desde niño, primero como un hermano, después con un cariño más grande todavía. Ya estaba en vísperas de casarse; yo les había ofrecido lo mejor de mi poca hacienda, pues con el producto de mi tráfico me parecía tener más que suficiente para vivir con desahogo, cuando no sé qué diablo malo tuvo envidia de nuestra felicidad y la deshizo en un momento. Primero comenzó a susurrarse que iban a colocar un cementerio por esta parte de San Jerónimo: unos decían que más acá, otros que más allá; y mientras todos estábamos inquietos y temerosos, temblando de que se realizase este proyecto, una desgracia mayor y más cierta cayó sobre nosotros.
Un día llegaron aquí en un carruaje dos señores. Me hicieron mil y mil preguntas acerca de Amparo, a la cual saqué yo cuando pequeña de la casa de expósitos; me pidieron los envoltorios con que la abandonaron y que yo conservaba, resultando al fin que Amparo era hija de un señor muy rico, el cual trabajó con la justicia para arrancárnosla, y trabajó tanto, que logró conseguirlo. No quiero recordar siquiera el día que se la llevaron. Ella lloraba como una Magdalena; mi hijo quería hacer una locura; yo estaba como atontado, sin comprender lo que me sucedía… ¡Se fue! Es decir, no se fue, porque nos quería mucho para irse; pero se la llevaron, y una maldición cayó sobre esta casa. Mi hijo, después de un arrebato de desesperación espantosa, cayó como en un letargo; yo no sé decir qué me pasó; creí que se me había acabado el mundo.
Mientras esto sucedía, comenzose a levantar el cementerio; la gente huyó de estos contornos, se acabaron las fiestas, los cantares y la música, y se acabó toda la alegría de estos campos, como se había acabado toda la de nuestras almas.
Y Amparo no era más feliz que nosotros: criada aquí al aire libre, entre el bullicio y la animación de la venta, educada para ser dichosa en la pobreza, la sacaron de esta vida y se secó como se secan las flores arrancadas de un huerto para llevarlas a un estrado. Mi hijo hizo esfuerzos increíbles por verla otra vez, para hablarle un momento. Todo fue inútil; su familia no quería. Al cabo la vio, pero la vio muerta. Por aquí paso el entierro. Yo no sabía nada, y no sé por qué me eché a llorar cuando vi el ataúd. El corazón, que es muy leal, me decía a voces
-Esa es joven como Amparo; como ella, sería también hermosa; ¿quién sabe si será la misma? Y era; mi hijo siguió el entierro, entró en el patio, y al abrirse la caja, dio un grito, cayó sin sentido en tierra, y así me lo trajeron. Después se volvió loco, y loco está.
Cuando el pobre viejo llegaba a este punto de su narración, entraron en la venta dos enterradores, de siniestra figura y aspecto repugnante. Acabada su tarea, venían a echar un trago «a la salud de los muertos», como dijo uno de ellos, acompañando el chiste con una estúpida sonrisa. El ventero se enjugó una lágrima con el dorso de la mano, y fue a servirles.
La noche comenzaba a cerrar, oscura y tristísima. El cielo estaba negro, y el campo lo mismo. De los árboles pendía aún, medio podrida, la soga del columpio agitada por el aire; me pareció la cuerda de una horca, oscilando todavía después de haber descolgado a un reo. Sólo llegaban a mis oídos algunos rumores confusos: el ladrido lejano de los perros de las huertas, el chirrido de una noria, largo, quejumbroso y agudo como un lamento; las palabras sueltas y horribles de los sepultureros, que concertaban en voz baja un robo sacrílego… No sé; en mi memoria no ha quedado, lo mismo de esta escena fantástica de desolación, que de la otra escena de alegría, más que un recuerdo confuso, imposible de reproducir. Lo que me parece escuchar tal como lo escuché entonces es este cantar que entonó una voz plañidera, turbando de repente el silencio de aquellos lugares
ha pasado por aquí;
llevaba una mano fuera,
por ella la conocí.





















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Mas que blog un sentimiento
Una revelación sobre las desigualdades de un Mundo malsano y del malvivir de los seres olvidados por las gentes y las leyes de un Sistema acabado, ajado y caduco que solo busca el bién propio




¿Hasta cuando?

Tres veces cayó Iesús
Cristo para absurdamente invalidar el primero y único?
¿Cuanto sufrimiento y sangre hará falta para saciar la
sed de oro de los Judas del templo vaticano moderno.
impuso la fe como obligación por medio de la superstición,
el terror, la tortura y la muerte, donde solo hogueras
humanas alumbraron sus obtusas mentes, y en tiempos actuales
sus falsas tradiciones, son rescoldos de amenazas,
y carne de abusos, aislamiento y desprecio social.
«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois
semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen
bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos
y de toda inmundicia!
Así también vosotros, por fuera aparecéis justos ante los
hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de
iniquidad. «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas,
porque edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis
los monumentos de los justos, y decís: «Si nosotros hubiéramos
vivido en el tiempo de nuestros padres, no habríamos tenido
parte con ellos en la sangre de los profetas!» Con lo cual
atestiguáis contra vosotros mismos que sois hijos de los
que mataron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la
medida de vuestros padres!. Evangelio de Mateo 23, 27-32






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Cada sábado
En busca de sus «arraises» Peter viaja a Andalucia
en una aventura llena de misterio y peligros…

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Para Ana


el tiempo nada borró
mas mis ojos no te alcanzan,
y en mi locura diaria
buscaría por las las calles
tu posible semejanza.

que separó nuestras almas
cuando ahora solo espero
en la tímida esperanza
volver a sentirme amor
en los brazos de tus ansias

Fue en Sevilla


En una reunión en casa de Abu Bakr bin Zuhr se
mencionó esta composición de Abu Bakr bin al-Abyad:

a menos que un talle esbelto
viera conmigo despuntar el alba
o que al caer la tarde me dijera:
«El viento tiene celos
de aquel que acaricia mis mejillas»
Ella, dueña de los corazones,
sembradora de inquietudes
Ella que puede provocar deseo
al espíritu más templado
Dulces labios que guardan perlas,
dando de beber al amante
herido de amor y fiel a sus promesas.


fluye en la pupila de la aurora
hasta el blanco de la mañana
La delicadeza muñeca del río
tiene los puños verdes
por los árboles de la orilla.


junto a la ribera del río de Sevilla
Subidos en el barco
rompimos el sello del almizcle
y nos envolvió por completo su perfume
mientras la mano de las tinieblas
extendía sobre nosotros
el negro manto de la noche.
Sevilla






Esa que duerme en el lecho de un río de anchos brazos
que la mecen en un sueño de largos y hermosos años
No despertad a la niña, rodeadla de mil lazos
de amor, nostalgia y color y que siga su letargo
que la vela la giralda y la nana estan cantando
por las esquinas del alma sus hijos los sevillanos.
Giralda, prisma en el aire de una eterna primavera…
en la cumplida mañana de una primavera
como siempre el agua dibujaba signos
que el viento del amor trajera

reflejaban la silueta entretejida
de los juncos ondeantes del estanque
de las ideas dormidas

arrastrando tras de si mi desventura
estaba ya en Sevilla, era temprano,
y el olor del azahar se hacía brisa.



hasta la torre del alba de mi Triana
y cuéntale a la mañana mis ilusiones y versos
mientras repica Santa Ana con redobles de «te quiero»
que al son de los martinetes parecen como lamentos
de un cuento de enamorados en el jardín de los besos






y que diera un doblón por describilla!
Porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?

vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!,
Roma triunfante en ánimo y nobleza.

por gozar este sitio, hoy ha dejado
la gloria donde vive eternamente».