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Letras

Rosalía de Castro

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Nació Rosalía de Castro en Santiago de Compostela el 24 de febrero de 1837. En su partida de nacimiento figura como ««hija de padres incógnitos»», puntualizándose, sin embargo, que ««va sin número por no haber pasado a la Inclusa»».

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/5/51/Rosal%C3%ADa_Castro_de_Murgu%C3%ADa_por_Luis_Sellier.jpg

Durante mucho tiempo la irregularidad de su nacimiento originó cierto desconcierto en la crítica, quizá porque se juzgaba impertinente o poco respetuoso con tal excelsa figura de las letras gallegas indagar en lo que parecían «trapos sucios» de la familia. Afortunadamente esos tiempos han pasado y hoy existen estudios rigurosos que permiten conocer perfectamente los antecedentes familiares de Rosalía.

Su madre, doña María Teresa de la Cruz de Castro y Abadía, de familia hidalga venida a menos, nació el 24 de noviembre de 1804. Doña Teresa tenía treinta y dos años y tres meses cuando nació Rosalía. Su padre, don José Martínez Viojo, nacido el 7 de febrero de 1798 acababa de cumplir treinta y nueve, y era sacerdote; no pudo, por tanto, reconocer, ni legitimar a su hija, aunque sí parece que se interesó por ella y encargó de su cuidado a sus hermanas.


Fueron las tías paternas de Rosalía, doña Teresa y doña María Josefa, quienes se hicieron cargo de la chiquilla en los primeros tiempos, llevándola a vivir con ellas, primero en Ortoño en la casa familiar llamada «Casa do Castro», y después en Padrón.

Un detalle que queda sin aclarar es la personalidad de la madrina de Rosalía, la mujer que la llevó a bautizar y que, según la partida de nacimiento, se llamaba Francisca Martínez y era ««natural de San Juan del Campo»». Según los datos de Caamaño Bournacell, no era hermana del padre (pese a la similitud de su primer apellido, por otra parte muy corriente). ¿Podría ser alguien enviado por doña Teresa de Castro? No se sabe.

Parece, a la luz de los hechos conocidos, que la madre no se atrevió a afrontar sola el nacimiento de su hija en los primeros momentos, ya que en la partida de bautismo Rosalía parece como hija de ««padres incógnitos»». Es una actitud disculpable y explicable por la presión social e incluso por la vergüenza que debió de producir aquel nacimiento «sacrílego» en la familia materna.

Aunque no sabemos con exactitud en qué momento doña Teresa se hizo cargo de su hija, se van encontrando testimonios que indican que lo hizo cuando Rosalía era aun una niña. En un registro del Ayuntamiento de Padrón del 17 de septiembre de 1842, dado a conocer por Manuel Pérez Grueiro (véase Andrés Pociña y Aurora López, Rosalía de Castro. Estudios sobre su vida y su obra, p. 24), consta que reside en aquella localidad doña Teresa de Castro, con su hija Rosalía y una criada llamada María Martínez. En ese registro se dice que el estado civil de doña Teresa es el de soltera y que tiene treinta seis años (dato erróneo, ya que, partiendo de la fecha de nacimiento del Libro de Bautizados de Iria Flavia, había nacido el 24 de noviembre de 1804; estaba, pues, a punto de cumplir treinta y ocho años). Rosalía tiene en ese momento cinco años y siete meses. ¿Fue entonces cuando su madre se la llevó a vivir con ella? Mientras no aparezcan otros documentos, se puede considerar que probablemente esa es la fecha en la que madre e hija comenzaron a vivir juntas.

Un capítulo interesante desde el punto de vista psicológico lo constituyen las relaciones de Rosalía con su madre. No sabemos si doña Teresa vio con frecuencia a su hija mientras ésta vivió con la familia paterna; quizá sí. Y el hecho de vivir con ella desde los cinco años explica el profundo cariño que llegó a inspirar a su hija. Rosalía se casa en el año 1858, interrumpiéndose la convivencia entre las dos mujeres. Doña Teresa muere repentinamente cuatro años más tarde, en 1862. Rosalía escribe entonces un tomito de poesías, A mi madre, donde da muestras de un gran dolor y sobre todo de un sentimiento de soledad que ya no la abandonará nunca. Nada pudo llenar el hueco que había dejado la madre en su vida.

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Rosalía debió de sentir por su madre, además de cariño, compasión y agradecimiento. Como tantas protagonistas de sus poemas, su madre era la pobre mujer enamorada y engañada por el varón. Pero era también la mujer que, finalmente, se enfrentó a la sociedad para reconocer el fruto de su desliz y reparar así su falta. En su primera novela La hija del mar, Rosalía brinda un homenaje al valor de su madre cuando, refiriéndose a una niña expósita dice: ««Hija de un momento de perdición, su madre no tuvo siquiera para santificar su yerro aquel amor con que una madre desdichada hace respetar su desgracia ante todas las miradas, desde las más púdicas hasta las más hipócritas»».

No sabemos hasta qué punto estos acontecimientos de los primeros años de su vida y su nacimiento irregular influyeron en el carácter y en la obra de Rosalía. La crítica ha tendido a destacar la importancia de aquellos hechos. Rof Carballo señaló la coincidencia de ciertos rasgos de su mundo poético con la ausencia de una «imago» paterna en la formación de su personalidad.

José Luis Varela interpreta el símbolo de la negra sombra poniéndolo en estrecha relación con la «oscuridad» de sus orígenes.

Xesús Alonso Montero destaca la presión social que sufrieron la niña y la madre y cómo ese ambiente condicionó la personalidad adulta de Rosalía.

En cuanto a mí, no me cabe duda de que algunos caracteres de su visión del mundo -por ejemplo, la vinculación de amor, remordimiento, pecado- están íntimamente relacionados con su historia familiar.

Aunque la sociedad gallega tenga frente a los hijos naturales una actitud más abierta y comprensiva que otras sociedades, el hecho de ser «hija de cura» debió de inclinar la balanza negativamente del lado de las reticencias. No parece extraño que en una niña sensible e inteligente la falta de padre y su condición de fruto de amores prohibidos influyeran en su carácter y en su concepción de la vida.

¿Qué clase de instrucción recibió Rosalía? Parece que fue escasa. No sabemos si cursó estudios, aunque los biógrafos se inclinan a pensar que no, excepto algo de Dibujo y Música en las aulas de la Sociedad Económica de Amigos del País. Un índice de su escasa escolaridad son las abundantes faltas de ortografía de los autógrafos que conservamos de ella.

Un capítulo importantísimo en su vida son sus relaciones con Manuel Murguía con quien contrae matrimonio el 10 de octubre de 1858. Las opiniones de la crítica sobre la vida en común de la pareja son tan contradictorias que pueden sumir al lector en la perplejidad.

Xesús Alonso Montero afirma ««siempre he creído que la decisión de casarse con este hombre es un acto propio de quien, abrumado por las circunstancias, se ve en la necesidad de aceptar la menor oportunidad»».

Por el contrario, leemos en Bouza Brey: ««Daman do seu home, pois, entróu Rosalía na groria, xa que foi o primeiro ademirador das suas escelsas coalidás poéticas, con sacrificio escomasí das propias, como ben señala o escritor don Xoán Naya; e nunca xamáis lle pagará Galicia a don Manuel Murguía o desvelo que puxo en dar a conocer as vibracións de aquel esquisito esprito. O nome de Murguía ten de figurar ó frente de toda obra de Rosalía polo amoroso coido que puxo no seu brilo frente á recatada actitude da súa esposa, apartada sempre dos cenáculos onde se forxan, con razón ou sin ela, as sonas literarias»».

Si en su vida íntima fueron felices o desgraciados, si hubo por parte de Murguía infidelidad, ya sólo lo sabrán ellos y algunos que no han querido decirlo. A nosotros nos toca únicamente exponer los hechos que conocemos y darles nuestra propia interpretación.

Un hecho que me parece altamente significativo y que ya comenté en otro lugar es la destrucción de las cartas de Rosalía que realizó su esposo, al final de su vida. El propio Murguía nos cuenta este episodio:

Como ya se acercan los días de la muerte, he empezado por leer y romper las cartas de aquella que tanto amé en este mundo. Fui leyéndolas y renovándose en mi corazón alegrías, tristezas, esperanzas, desengaños, pero tan llenas de uno que en realidad, al hacerlas pedazos, como cosas inútiles y que a nadie importan, sentí renovarse las alegrías y dolores de otros tiempos.

Verdaderamente la vejez es un misterio, una cosa sin nombre, cuando he podido leer aquellas cartas que me hablaban de mis días pasados, sin que ni mi corazón ni mis ojos sangraran. ¿Para qué?, para que me decían. Si hemos de vernos pronto, ya hablaremos en el más alla.

Si es cierto que, gracias a su esposo, Rosalía se lanzó a la vida literaria y eso le hemos de agradecer, también lo es que nos privó, con la destrucción de las cartas, de un elemento importante para conocer su carácter y su obra. ¿Cuántos misterios de su poesía, cuántas alusiones que nos desconciertan por ignorar su verdadero significado, no se hubieran aclarado conociendo sus cartas? Murguía era consciente de la importancia de ellas, aunque insista repetidamente en que sólo interesan a ellos dos:

Pero si las leí sin que mi alma se anonadase en su pena, no fue sin que el corazón que había escrito las líneas que acababa de leer, se me presentase tal como fue, tal cual nadie es capaz de presumir.

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Es, pues, la imagen de Rosalía ««tal como fue, tal cual nadie es capaz de presumir»» lo que Murguía destruyó para la posteridad. Cabe preguntarse por qué. Quizá porque la imagen de su vida matrimonial no era tan perfecta o ejemplar como él hubiera, a posteriori, deseado.

En las escasas cartas o fragmentos conservados, encontramos reproches unidos a confesiones de cariño, exigencias o disculpas por esas exigencias, que pueden parecer excesivas. Veamos algún ejemplo:


Mi querido Manolo: No debía escribirte hoy, pues tú me dices lo haga yo todos los días, escaseas las tuyas cuanto puedes, pues casualmente los dos días peores que he tenido, hasta me aconteció la fatalidad de no recibir carta tuya. Ya me vas acostumbrando, y como todo depende de la costumbre, ya no hace tanto efecto; sin embargo, estos días en que me encuentro enferma, como estoy más susceptible, lo siento más. Te perdono, sin embargo, aunque sé que no tendrías otro motivo para no escribirme que el de algún paseíto con Indalecio, u otra cosa parecida.

Veamos otro fragmento:

Estando lejos de ti vuelvo a recobrar fácilmente la aspereza de mi carácter que tú templas admirablemente, y eso que, a veces, me haces rabiar, como sucede cuando te da por estar fuera de casa desde que amanece hasta que te vas a la cama, lo mismo que si en tu casa te mortificasen con cilicios.

La impresión que sacamos de los escasos restos conservados es que Rosalía encontró en Murguía uno de los pocos apoyos de que disfrutó en su vida, que le consideraba como ««la persona a quien más se quiere en el mundo»», que muchas veces no se sentía correspondida en la misma medida, y que, entonces, o rabiaba o hacía ««reflexiones harto filosóficas respecto a la realidad de los maridos y la inestabilidad de los sentimientos humanos»».

Un punto de la biografía de Rosalía en el que hubo bastante confusión se refiere al número de sus hijos e, incluso, a su sexo. Tras los trabajos de Caamaño Bournacell -ya citado- y de Bouza Brey, la cuestión ha quedado aclarada. Tuvo los hijos siguientes:

Alejandra, nacida en mayo de 1859 en Santiago de Compostela, casi a los siete meses exactos del matrimonio de sus padres. Murió en 1937.
Aura, nacida en diciembre de 1868 (obsérvese el largo intervalo sin descendencia). Murió en 1942.
Gala y Ovidio, gemelos, nacidos en julio de 1871. La primera murió en 1964; Ovidio, en 1900.
Amara, nacida en julio de 1873. Murió en 1921.
Adriano Honorato Alejandro, nacido en marzo de 1875, murió en noviembre de 1876 a consecuencia de una caída.
Valentina, nacida muerta en febrero de 1877.

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Murió Rosalía el 15 de julio de 1885. Recordemos sus últimos momentos a través del relato de González Besada:

(…) recibió con fervor los Santos Sacramentos, recitando en voz baja sus predilectas oraciones. Encargó a sus hijos quemasen los trabajos literarios que, reunidos y ordenados por ella misma, dejaba sin publicar, dispuso se la enterrara en el cementerio de Adina, y pidiendo un ramo de pensamientos, la flor de su predilección, no bien se lo acercó a los labios sufrió un ahogo que fue el comienzo de su agonía. Delirante, y nublada la vista, dijo a su hija Alejandra: «Abre esa ventana, que quiero ver el mar», y cerrando sus ojos para siempre, expiró…

Desde Padrón, en donde murió Rosalía, no puede verse el mar. Impresionan esas últimas palabras de una persona para quien el mar fue una perenne tentación de suicidio. Recordemos sus versos:

Co seu xordo e costante mormorio
atráime o oleaxen dese mar bravío,
cal atrái das serenas o cantar.
«Neste meu leito misterioso e frio
-dime-, ven brandamente a descansar».
El namorado está de min… ¡o deño!
i eu namorada del.
Pois saldremos co empeño,
que si el me chama sin parar, eu teño
unhas ansias mortáis de apousar nel

Rosalía penetraba, por fin, en ese mar-muerte donde tanto había anhelado reposar.
La gloria y el honor sean concedidos a esta procer de las lenguas galegas y españolas
que dignificó la palabra, la poesía y el valor intrínseco de la mujer y su mundo interior.

Ramo de flores de la viola (violeta, pensamiento)

Castro, Rosalía de


Rosalía de Castro, (born February 1837, Santiago de Compostela, Spain—died July 15, 1885, Padrón, near Santiago), the most outstanding modern writer in the Galician language, whose work is of both regional and universal significance.

Rosalía de Castro

 In 1858 Castro married the historian Manuel Murguía (1833–1923), a champion of the Galician Renaissance. Although she was the author of a number of novels, she is best known for her poetry, contained in Cantares gallegos (1863; “Galician Songs”) and Follas novas (1880; “New Medleys”), both written in her own language, and En las orillas del Sar (1884; Beside the River Sar), written in Castilian. Part of her work (the Cantares and some of the poems in Follas novas) expresses with sympathetic power the spirit of the Galician people—their gaiety, their wisdom and folklore, their resentment of Castilian domination, their love of their homeland, and the sorrows of poverty and emigration. About 1867, however, Castro began to write more personally, describing in verse her own deepest feelings—remorse, repressed desire, the anguish of living, the desolation of spiritual loneliness, fear of death, the transience of affection, the feeling that everything is in vain. Her complete works appeared in 1973.

Dedicado a Dña. Maite de Cortés Lladó y a tantos amig@s galegos que formaron
parte de mi vida y que siempre guardaré en mi recuerdo. — Antonio Ign. Duque

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  14 de Febrero

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Nada hay cuidadosamente ocultado que no haya de revelarse
ni secreto que no llegue a saberse”. Evangelio de Lucas 12:2

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Salvajes

Hablar de la destrucción de libros obliga a referirse al fanatismo, al desprecio por el conocimiento, al deseo de borrar la memoria histórica de los pueblos, de eliminar la discrepancia, la crítica y el diálogo. Destruir obras impresas por motivos religiosos, políticos o por pura ignorancia es un atentado contra la humanidad, un crimen contra el espíritu cuyas consecuencias han sido más serias de lo que podría suponerse. La historia nos presenta una minuciosa crónica sobre este fenómeno. Su interés radica no sólo en ofrecer un recuento de libros y bibliotecas que ya no existen, sino también en analizar las razones que han llevado a los seres humanos a cometer este acto de vandalismo contra sí mismos. El resultado es una imperecedera reflexión sobre la cultura, la verdad y la libertad.

El ejemplo de la desaparición de la antigua biblioteca de Aejandría como la mayor catástrofe acontecida en el mundo bibliotecario. Sin embargo, a lo largo de la Historia muchas han sido las bibliotecas que han desaparecido junto sus materiales librarios. Aunque las circunstancias de la desaparición de la biblioteca de Alejandría todavía no están del todo claras, muchas bibliotecas han ido desapareciendo por decadencia, incendios o simplemente por el efecto de las bombas o por los saqueos de los soldados conquistadores.

Sin embargo, los enemigos de los libros también pueden llegar a ser otros, puesto que han existido movimientos de pensamiento y grandes pensadores han abogado por la destrucción de los libros. Por ejemplo, René Descartes (1596-1650) se mostró tan seguro de su método que pidió a sus lectores que quemasen sus libros antiguos, mientras que el filósofo David Hume (1711-1776) no vaciló a la hora de exigir la supresión de todos los libros sobre Metafísica. Por otro lado, el movimiento de los futuristas de 1910 publicó un manifiesto en el que pedía acabar con todas las bibliotecas y el escritor Vladimir Nabokov (1899-1977) quemó un ejemplar de El Quijote en el Memorial Hall (Massachusetts) ante más de 600 alumnos.

El ejemplo más sangrante es el de la Guerra de Irak donde su biblioteca nacional sufrió un saqueo por parte de bandas organizadas estadounidenses que sabían qué lugares estaban desprotegidos. Según la Convención de la Haya de 1954, la nación que ocupa un territorio debe de proteger los bienes culturales de éste como un principio legal ineludible, sin embargo EEUU pareció dejar hacer con el único fin que la destrucción y el saqueo.

La Biblioteca Nacional de Irak consistía en un edificio de tres pisos, construido en 1977, situado en la capital Bagdad. La segunda planta albergaba el Archivo General, por lo que además de un millón de volúmenes de la Biblioteca, desaparecieron 10 millones de documentos, algunos del período otomano.

En la actualidad los mal llamados medios de comunicación pseudoficialistas mundiales contribuyen a la sistemática destrucción y manipulación de la cultura y los libros poniendo trabas a su difusión y uso general por medio de absurdas leyes internacionales y prohibiciones, así como al silenciamiento sistemático de autores y obras no-gratas, para los objetivos de sus «dueños» de estupidización e incultura generalizada…

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LIBRO SEMANAL

Historia general de las Indias

Historia Universal de la destrucción de Libros

Independência ou Morte

Bandera de Brasil

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Hacer beneficios a un ingrato es lo mismo que perfumar a un muerto. (Plutarco)

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La Venta de los Gatos – Gustavo Adolfo Bécquer

– I –

En Sevilla, y en mitad del camino que se dirige al convento de San Jerónimo desde la puerta de la Macarena, hay, entre otros ventorrillos célebres, uno que, por el lugar en que está colocado y las circunstancias especiales que en él concurren, puede decirse que era, si ya no lo es, el más neto y característico de todos los ventorrillos andaluces.

Figuraos una casita blanca como el ampo de la nieve, con su cubierta de tejas rojizas las unas, verdinegras las otras, entre las cuales crecen un sinfín de jaramagos y matas de reseda. Un cobertizo de madera baña en sombras el dintel de la puerta, a cuyos lados hay dos poyos de ladrillos y argamasa. Empotradas en el muro que rompen varios ventanillos abiertos a capricho para dar luz al interior, y de los cuales unos son más bajos y otros más altos, éste en forma cuadrangular, aquél imitando un ajimez o una claraboya, se ven, de trecho en trecho, algunas estacas y anillas de hierro que sirven para atar las caballerías. Una parra añosísima que retuerce sus negruzcos troncos por entre la armazón de maderas que la sostiene, vistiéndose de pámpanos y hojas verdes y anchas, cubre como un dosel el estrado, el cual lo componen tres bancos de pino, media docena de sillas de enea desvencijadas y hasta seis o siete mesas cojas y hechas de tablas mal unidas. Por uno de los costados de la casa sube una madreselva agarrándose a las grietas de las paredes hasta llegar al tejado, de cuyo alero penden algunas guías que se mecen con el aire, semejando flotantes pabellones de verdura. Al pie del otro corre una cerca de cañizo, señalando los límites de un pequeño jardín, que parece una canastilla de juncos rebosando flores. Las copas de dos corpulentos árboles que se levantan a espaldas del ventorrillo forman el fondo obscuro sobre el cual se destacan sus blancas chimeneas, completando la decoración los vallados de las huertas llenos de pitas y zarzamoras, los retamares que crecen a la orilla del agua, y el Guadalquivir, que se aleja arrastrando con lentitud su torcida corriente por entre aquellas agrestes márgenes hasta llegar al pie del antiguo convento de San Jerónimo, el cual asoma por encima de los espesos olivares que lo rodean y dibuja por obscuro la negra silueta de sus torres sobre un cielo azul transparente.

Imaginaos este paisaje animado por una multitud de figuras, de hombres, mujeres, chiquillos y animales formando grupos a cuál más pintoresco y característico: aquí, el ventero, rechoncho y colorarote, sentado al sol en una silleta baja, deshaciendo entre las manos el tabaco para liar un cigarrillo y con el papel en la boca; allí, un regatón de la Macarena, que canta entornando los ojos y acompañándose con una guitarrilla mientras otros le llevan el compás con las palmas o golpeando las mesas con los vasos; más allá, una turba de muchachas, con su pañuelo de espumilla de mil colores y toda una maceta de claveles en el pelo, que tocan la pandereta, y chillan, y ríen, y hablan a voces en tanto que impulsan como locas el columpio colgado entre dos árboles, y los mozos del ventorrillo que van y vienen con bateas de manzanilla y platos de aceitunas, y las bandas de gentes del pueblo que hormiguean en el camino; dos borrachos que disputan con un majo que requiebra al pasar a una buena moza; un gallo que cacarea esponjándose orgulloso sobre las bardas del corral; un perro que ladra a los chiquillos que le hostigan con palos y piedras; el aceite que hierve y salta en la sartén donde fríen el pescado; el chasquear de los látigos de los caleseros que llegan levantando una nube de polvo; ruido de cantares, de castañuelas, de risas, de voces, de silbidos y de guitarras, y golpes en las mesas, y palmadas, y estallidos de jarros que se rompen, y mil y mil rumores extraños y discordes que forman una alegre algarabía imposible de describir. Figuraos todo esto en una tarde templada y serena, en la tarde de uno de los días más hermosos de Andalucía, donde tan hermosos son siempre, y tendréis una idea del espectáculo que se ofreció a mis ojos la primera vez que, guiado por su farsa, fui a visitar aquel célebre ventorrillo.

De esto ya hace muchos años: diez o doce lo menos. Yo estaba allí como fuera de mi centro natural: comenzando por mi traje y acabando por la asombrada expresión de mi rostro, todo en mi persona disonaba en aquel cuadro de franca y bulliciosa alegría. Pareciome que las gentes, al pasar, volvían la cara a mirarme con el desagrado que se mira a un importuno.

No queriendo llamar la atención ni que mi presenciase hiciese objeto de burlas más o menos embozadas, me senté a un lado de la puerta del ventorrillo, pedí algo de beber, que no bebí, y cuando todos se olvidaron de mi extraña aparición saqué un papel de la cartera de dibujo que llevaba conmigo, afilé un lápiz y comencé a buscar con la vista un tipo característico para copiarlo y conservarlo como un recuerdo de aquella escena y de aquel día.

Desde luego, mis ojos se fijaron en una de las muchachas que formaban alegre corro alrededor del columpio. Era alta, delgada, levemente morena, con unos ojos adormidos, grandes y negros y un pelo más negro que los ojos. Mientras yo hacía el dibujo un grupo de hombres, entre los cuales había uno que rasgueaba la guitarra con mucho aire, entonaban a coro cantares alusivos a las prendas personales, los secretillos de amor, las inclinaciones o las historias de celos y desdenes de las muchachas que se entretenían alrededor del columpio, cantares a los que a su vez respondían éstas con otros no menos graciosos, picantes y ligeros.

La muchacha morena, esbelta y decidora que había escogido por modelo llevaba la voz entre las mujeres y componía las coplas y las decía, acompañada del ruido de las palmas y las risas de sus compañeras, mientras el tocador parecía ser el jefe de los mozos y el que entre todos ellos despuntaba por su gracia y sus desenfadado ingenio.

Por mi parte, no necesité mucho tiempo para conocer que entre ambos existía algún sentimiento de afección que se revelaba en sus cantares, llenos de alusiones transparentes y frases enamoradas.

Cuando terminé mi obra comenzaba a hacerse de noche. Y en la torre de la catedral se habían encendido los dos faroles del retablo de las campanas y sus luces parecías los ojos de fuego de aquel gigante de argamasa y ladrillo que domina toda la ciudad. Los grupos se iban disolviendo poco a poco y perdiéndose a lo largo del camino entre la bruma del crepúsculo, plateada por la luna, que empezaba a dibujarse sobre el fondo violado y obscuro del cielo. Las muchachas se alejaban juntas y cantando, y sus voces argentinas se debilitaban gradualmente hasta confundirse con los otros rumores indistintos y lejanos que temblaban en el aire. Todo acababa a la vez: el día, el bullicio, la animación y la fiesta, y de todo no quedaba sino un eco en el oído y en el alma, como una vibración suavísima, como un dulce sopor parecido al que se experimenta al despertar de un sueño agradable.

Luego que hubieron desaparecido las últimas personas doblé mi dibujo, lo guardé en la cartera, llamé con una palmada al mozo, pagué el pequeño gasto que había hecho y ya me disponía a alejarme cuando sentí que me detenían suavemente por el brazo. Era el muchacho de la guitarra que ya noté antes y que mientras dibujaba me miraba mucho y con cierto aire de curiosidad. Yo no había reparado que, después de concluida la broma, se acercó disimuladamente hasta el sitio en que me encontraba con el objeto de ver qué hacía yo mirando con tanta insistencia a la mujer por quien él parecía interesarse.

-Señorito -me dijo con un acento que él procuró suavizar todo lo posible-, voy a pedirle a usted un favor.

-¡Un favor! -exclamé yo, sin comprender cuáles podrían ser sus pretensiones-. Diga usted; que si está en mi mano es cosa hecha.

-¿Me quiere usted dar esa pintura que ha hecho?

Al oír sus últimas palabras no pude menos de quedarme un rato perplejo; extrañaba, por una parte, la petición, que no dejaba de ser bastante rara, y por otra, el tono, que no podía decirse a punto fijo si era de amenaza o de súplica. El hubo de comprender mi duda y se apresuró en el momento a añadir:

-Se lo pido a usted por la salud de su madre, por la mujer que más quiera en este mundo, si quiere a alguna; pídame usted en cambio todo lo que yo pueda hacer en mi pobreza.

No supe qué contestar para eludir el compromiso. Casi, casi, hubiera preferido que viniese en son de quimera, a trueque de conservar el bosquejo de aquella mujer que tanto me había impresionado; pero sea por sorpresa del momento, sea que yo a nada sé decir que no, ello es que abrí mi cartera, saqué el papel y se lo alargué sin decir una palabra.

Referir las frases de agradecimiento del muchacho, sus exclamaciones al mirar nuevamente el dibujo a la luz del reverbero de la venta, el cuidado con que lo dobló para guardárselo en la faja, los ofrecimientos que me hizo y las alabanzas hiperbólicas con que ponderó la suerte de haber encontrado lo que él llamaba un señorito templao y neto sería tarea dificilísima, por no decir imposible. Sólo diré que como entre unas y otras se había hecho completamente de noche, que quise que no, se empeñó en acompañarme hasta la puerta de la Macarena, y tanto dio en ello que por fin me determiné a que emprendiésemos el camino juntos. El camino es bien corto, pero mientras duró encontró forma de contarme de pe a pa toda la historia de sus amores.

La venta donde se había celebrado la función era de su padre, quien le tenía prometido, para cuando se casase, una huerta que lindaba con la casa y que también le pertenecía. En cuanto a la muchacha objeto de su cariño, que me describió con los más vivos colores y las frases más pintorescas, me dijo que se llamaba Amparo, que se había criado en su casa desde muy pequeñita y se ignoraba quiénes fuesen sus padres. Todo esto y cien otros detalles de más escaso interés me refirió durante el camino. Cuando llegamos a las puertas de la ciudad me dio un fuerte apretón de manos, tornó a ofrecérseme y se marchó entonando un cantar cuyos ecos se dilataban a lo lejos en el silencio de la noche. Yo permanecí un rato viéndolo ir. Su felicidad parecía contagiosa, y me sentí alegre, con una alegría extraña y sin nombre, con una alegría, por decirlo así, de reflejo.

El siguió cantando a más no poder; uno de sus cantares decía así:

Compañerito del alma
mira qué bonita era:
se parecía a la Virgen
de Consolación de Utrera.

Cuando su voz comenzaba a perderse oí en las ráfagas de la brisa otra delgada y vibrante que sonaba más lejos aún. Era ella, que lo aguardaba impaciente.

Pocos días después abandoné a Sevilla, y pasaron muchos años sin que volviese a ella y olvidé muchas cosas que allí me habían sucedido; pero el recuerdo de tanta y tan ignorada y tranquila felicidad no se me borró nunca de la memoria.

– II –

Como he dicho, transcurrieron muchos años después que abandoné a Sevilla, sin que olvidase del todo aquella tarde, cuyo recuerdo pasaba algunas veces por mi imaginación como una brisa bienhechora que refresca el ardor de la frente.

Cuando el azar me condujo de nuevo a la gran ciudad que con tanta razón es llamada reina de Andalucía una de las cosas que más llamaron mi atención fue el notable cambio verificado durante mi ausencia. Edificios, manzanas de casas y barrios enteros habían surgido al contacto mágico de la industria y el capital: por todas partes fábricas, jardines, posesiones de recreo, frondosas alamedas; pero, por desgracia, muchas venerables antiguallas habían desaparecido.

Visité nuevamente muchos soberbios edificios, llenos de recuerdos históricos y artísticos; torné a vagar y a perderme entre las mil y mil revueltas del curioso barrio de Santa Cruz; extrañé en el curso de mis paseos muchas cosas nuevas que se han levantado no sé cómo; eché de menos muchas cosas viejas que han desaparecido no sé por qué y, por último, me dirigí a la orilla del río. La orilla del río ha sido siempre en Sevilla, el lugar predilecto de mis excursiones.

Después que hube admirado el magnífico panorama que ofrece en el punto por donde une sus opuestas márgenes el puente de hierro; después que hube recorrido con la mirada absorta los mil detalles, palacios y blancos caseríos; después que pasé revista a los innumerables buques surtos en sus aguas, que desplegaban al aire los ligeros gallardetes de mil colores, y oí el confuso hervidero del muelle, donde todo respira actividad y movimiento, remontando con la imaginación la corriente del río, me trasladé hasta San Jerónimo.

Me acordaba de aquel paisaje tranquilo, reposado y luminoso en que la rica vegetación de Andalucía despliega sin aliño sus galas naturales. Como si hubiera ido en un bote corriente arriba, vi desfilar otra vez, con ayuda de la memoria, por un lado la Cartuja con sus arboledas y sus altas y delgadas torres; por otro, el barrio de los Humeros, los antiguos murallones de la ciudad, mitad árabes, mitad romanos; las huertas con sus vallados cubiertos de zarzas y las norias que sombrean algunos árboles aislados y corpulentos, y, por último, San Jerónimo… Al llegar aquí con la imaginación se me representaron con más viveza que nunca los recuerdos que aun conservaba de la famosa venta, y me figuré que asistía de nuevo a aquellas fiestas populares y oía cantar a las muchachas, meciéndose en el columpio, y veía los corrillos de gentes del pueblo vagar por los prados, merendar unos, disputar los otros, reír éstos, bailar aquéllos, y todos agitarse, rebosando juventud, animación y alegría. Allí estaba ella, rodeada de sus hijos, lejos ya del grupo de las mozuelas, que reían y cantaban, y allí estaba él, tranquilo y satisfecho de su felicidad, mirando con ternura, reunidas a su alrededor y felices, a todas las personas que más amaba en el mundo: su mujer, sus hijos, su padre, que estaba entonces como hacía diez años, sentado a la puerta de su venta, liando impasible su cigarro de papel, sin más variación que tener blanca como la nieve la cabeza, que antes era gris.

Un amigo que me acompañaba en el paseo, notando la especie de éxtasis en que estuve abstraído con esas ideas durante algunos minutos me sacudió al fin del brazo; preguntándome:

-¿En qué piensas?

-Pensaba -le contesté- en la Venta de los Gatos, y revolvía aquí, dentro de la imaginación, todos los agradables recuerdos que guardo de una tarde que estuve en San Jerónimo… En este instante concluía una historia que dejé empezada allí y la concluía tan a mi gusto que creo no puede tener otro final que el que yo le he hecho. Y a propósito de la Venta de los Gatos -proseguí, dirigiéndome a mi amigo-, ¿cuándo nos vamos allí una tarde a merendar y a tener un rato de jarana?

-¡Un rato de jarana! -exclamó mi interlocutor, con una expresión de asombro que yo no acertaba a explicarme entonces-; ¡un rato de jarana! Pues digo que el sitio es aparente para el caso.

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-¿Y por qué no? -le repliqué admirándome a mi vez de sus admiraciones.

-La razón es muy sencilla -me dijo, por último-: porque a cien pasos de la venta han hecho el nuevo cementerio.

Entonces fui yo el que lo miré con ojos asombrados y permanecí algunos instantes en silencio antes de añadir una sola palabra.

Volvimos a la ciudad y pasó aquel día y pasaron algunos otros más sin que yo pudiese desechar del todo la impresión que me había causado una noticia tan inesperada. Por más vueltas que le daba, mi historia de la muchacha morena no tenía ya fin, pues el inventado no podía concebirla, antojándoseme inverosímil un cuadro de felicidad y alegría con un cementerio por fondo.

Una tarde, resuelto a salir de dudas, pretexté una ligera indisposición para no acompañar a mi amigo en nuestros acostumbrados paseos y emprendí solo el camino de la venta. Cuando dejé a mis espaldas la Macarena y su pintoresco arrabal y comencé a cruzar por un estrecho sendero aquel laberinto de huertas ya me parecía advertir algo extraño en cuanto me rodeaba.

Bien fuese que la tarde estaba un poco encapotada, bien que la disposición de mi ánimo me inclinaba a las ideas melancólicas, lo cierto es que sentí frío y tristeza y noté un silencio que me recordaba la completa soledad como el sueño recuerda la muerte.

Anduve un rato sin detenerme, acabé por cruzar las huertas para abreviar la distancia y entré en el camino de San Lázaro, desde donde ya se divisa en lontananza el convento de San Jerónimo.

Tal vez será una ilusión; pero a mí me parece que por el camino que pasan los muertos hasta los árboles y las hierbas toman al cabo un color diferente. Por lo menos allí se me antojó que faltaban tonos calurosos y armónicos, frescura en la arboleda, ambiente en el espacio y luz en el terreno. El paisaje era monótono, las figuras negras y aisladas.

Por aquí un carro que marchaba pausadamente, cubierto de luto, sin levantar polvo, sin chasquidos de látigo, sin algazara, sin movimiento casi; más allá un hombre de mala catadura con un azadón en el hombro, o un sacerdote con su hábito talar y oscuro, o un grupo de ancianos mal vestidos o de aspecto repugnante, con cirios apagados en las manos, que volvían silenciosos, con la cabeza baja y los ojos fijos en la tierra. Yo me creía transportado no sé adónde, pues todo lo que veía me recordaba un paisaje cuyos contornos eran los mismos de siempre, pero cuyos colores se habían borrado, por decirlo así, no quedando de ellos sino una media tinta dudosa. La impresión que experimentaba sólo puede compararse a la que sentimos en esos sueños en que, por un fenómeno inexplicable, las cosas son y no son a la vez, y los sitios en que creemos hallarnos se transforman, en parte, de una manera estrambótica e imposible.

Por último, llegué al ventorrillo; lo recordé más por el rótulo, que aun conservaba escrito con grandes letras en una de sus paredes, que por nada; pues en cuanto al caserío, se me figuró que hasta había cambiado de forma y proporciones. Desde luego puedo asegurar que estaba mucho más ruinoso, abandonado y triste. La sombra del cementerio, que se alzaba en el fondo, parecía extenderse hacia él, envolviéndolo en una oscura proyección como en un sudario. El ventero estaba solo, completamente solo. Conocí que era el mismo de hacía diez años; y lo conocí por no sé qué, pues en este tiempo había envejecido hasta el punto de aparentar un viejo decrépito y moribundo, mientras que cuando lo vi no representaba apenas cincuenta años, y rebosaba salud, satisfacción y vida.

Senteme en una de las desiertas mesas; pedí algo de beber, que me sirvió el ventero, y de una en otra palabra suelta, vinimos al cabo a entrar en una conversación tirada acerca de la historia de amores, cuyo último capítulo ignoraba todavía, a pesar de haber intentado adivinarlo varias veces.

-Todo -me dijo el pobre viejo-, todo parece que se ha conjurado contra nosotros desde la época que usted me recuerda. Ya lo sabe usted: Amparo era la niña de nuestros ojos, se había criado aquí desde que nació, casi era la alegría de la casa; nunca pudo echar de menos el suyo, porque yo la quería como un padre; mi hijo se acostumbró también a quererla desde niño, primero como un hermano, después con un cariño más grande todavía. Ya estaba en vísperas de casarse; yo les había ofrecido lo mejor de mi poca hacienda, pues con el producto de mi tráfico me parecía tener más que suficiente para vivir con desahogo, cuando no sé qué diablo malo tuvo envidia de nuestra felicidad y la deshizo en un momento. Primero comenzó a susurrarse que iban a colocar un cementerio por esta parte de San Jerónimo: unos decían que más acá, otros que más allá; y mientras todos estábamos inquietos y temerosos, temblando de que se realizase este proyecto, una desgracia mayor y más cierta cayó sobre nosotros.

Un día llegaron aquí en un carruaje dos señores. Me hicieron mil y mil preguntas acerca de Amparo, a la cual saqué yo cuando pequeña de la casa de expósitos; me pidieron los envoltorios con que la abandonaron y que yo conservaba, resultando al fin que Amparo era hija de un señor muy rico, el cual trabajó con la justicia para arrancárnosla, y trabajó tanto, que logró conseguirlo. No quiero recordar siquiera el día que se la llevaron. Ella lloraba como una Magdalena; mi hijo quería hacer una locura; yo estaba como atontado, sin comprender lo que me sucedía… ¡Se fue! Es decir, no se fue, porque nos quería mucho para irse; pero se la llevaron, y una maldición cayó sobre esta casa. Mi hijo, después de un arrebato de desesperación espantosa, cayó como en un letargo; yo no sé decir qué me pasó; creí que se me había acabado el mundo.

Mientras esto sucedía, comenzose a levantar el cementerio; la gente huyó de estos contornos, se acabaron las fiestas, los cantares y la música, y se acabó toda la alegría de estos campos, como se había acabado toda la de nuestras almas.

Y Amparo no era más feliz que nosotros: criada aquí al aire libre, entre el bullicio y la animación de la venta, educada para ser dichosa en la pobreza, la sacaron de esta vida y se secó como se secan las flores arrancadas de un huerto para llevarlas a un estrado. Mi hijo hizo esfuerzos increíbles por verla otra vez, para hablarle un momento. Todo fue inútil; su familia no quería. Al cabo la vio, pero la vio muerta. Por aquí paso el entierro. Yo no sabía nada, y no sé por qué me eché a llorar cuando vi el ataúd. El corazón, que es muy leal, me decía a voces

-Esa es joven como Amparo; como ella, sería también hermosa; ¿quién sabe si será la misma? Y era; mi hijo siguió el entierro, entró en el patio, y al abrirse la caja, dio un grito, cayó sin sentido en tierra, y así me lo trajeron. Después se volvió loco, y loco está.

Cuando el pobre viejo llegaba a este punto de su narración, entraron en la venta dos enterradores, de siniestra figura y aspecto repugnante. Acabada su tarea, venían a echar un trago «a la salud de los muertos», como dijo uno de ellos, acompañando el chiste con una estúpida sonrisa. El ventero se enjugó una lágrima con el dorso de la mano, y fue a servirles.

La noche comenzaba a cerrar, oscura y tristísima. El cielo estaba negro, y el campo lo mismo. De los árboles pendía aún, medio podrida, la soga del columpio agitada por el aire; me pareció la cuerda de una horca, oscilando todavía después de haber descolgado a un reo. Sólo llegaban a mis oídos algunos rumores confusos: el ladrido lejano de los perros de las huertas, el chirrido de una noria, largo, quejumbroso y agudo como un lamento; las palabras sueltas y horribles de los sepultureros, que concertaban en voz baja un robo sacrílego… No sé; en mi memoria no ha quedado, lo mismo de esta escena fantástica de desolación, que de la otra escena de alegría, más que un recuerdo confuso, imposible de reproducir. Lo que me parece escuchar tal como lo escuché entonces es este cantar que entonó una voz plañidera, turbando de repente el silencio de aquellos lugares

En el carro de los muertos
ha pasado por aquí;
llevaba una mano fuera,
por ella la conocí.
Era el pobre muchacho, que estaba encerrado en una de las habitaciones de la venta, donde pasaba los días contemplando inmóvil el retrato de su amante sin pronunciar una palabra, sin comer apenas, sin llorar, sin que se abriesen sus labios más que para cantar esa copla tan sencilla y tan tierna, que encierra un poema de dolor que yo aprendí a descifrar entonces.

La Venta de los Gatos – Gracia de Triana from anabel amiens on Vimeo.

LIBRO SEMANAL

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Mas que blog un sentimiento

Una revelación sobre las desigualdades de un Mundo malsano y del malvivir de los seres olvidados por las gentes y las leyes de un Sistema acabado, ajado y caduco que solo busca el bién propio


Benditas letras

Si no naciera el gran Lope, si Cervantes no estuviera,

Calderón diría que a Shakespeare lo forjaron de la estela

de la gloria de los siglos, de literatura excelsa.

Ya Dickens diría lo mismo mirando la calavera que Hamlet

sacó del nicho, y Quevedo en burla hecha, de la muerte y

de la vida Góngora, excelsa ofreciera.

A Zorrilla le encantara ver a Don Juan con Julieta,

Pigmalión preferiría a su bella Galatea, para convertir

en futil mármol al mercader de Venecia.

Ayer nos regaló su obra hoy alaba su grandeza toda alma

que ante un libro inclinando la cabeza besa las grandes

palabras que navegan en sus letras.

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Libro de Buen Amor

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Contra el T.T.I.P.

NO A LA LEY MORDAZA

descripción

Carnaval de Cadiz 2018

 La compañía de teatro ‘Las Niñas de Cádiz’ han sido elegidas como pregoneras del Carnaval de Cádiz 2018. Las hermanas López Segovia: Ana, Alejandra y Rocío junto a Teresa Quintero han aceptado la propuesta del Alcalde de Cádiz: José María Santos, para dar el Pregón del Carnaval de Cádiz 2018, que se celebrará en la plaza de San Antonio el próximo 10 de febrero.


En tu noche

Pude ver ayer la noche entre tus ojos
palpitando cuál tímidas estrellas
que a lo alto tremulan siempre ciertas
para guiar mi camino en las tinieblas.

Pude ver el fulgor de tu mirada
atravesar mi pecho palpitante
como dardo en corazón amante
del color de una rosa enamorada.

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No solo Dios hace milagros
Fidel también los hizo en su país
Siempre en nuestra memoria

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Contra el T.T.I.P.

NO A LA LEY MORDAZA


Con hojas de menta

Sentado en el rio,
sobre un viejo tronco
vi que un pajarillo
queria cantar
pero estaba ronco.

Lloraba de pena,
y en mis manos
le di de beber
aguita del rio
con hojas de menta.

Una rosa lloraba
por un clavel
para que no sufriera
fui y la corte
y al poco tiempo
fui a aquel lugar
y el clavel se habia muerto
de soledad.

Si yo pudiera
mover las manillas
del reloj del tiempo
estaria a tu verita
en este momento,
ay, quien pudiera,
ay, quien pudiera
cerrar los ojitos
que el tiempo pasara
cuando yo mis ojos abriera.

Que me quedé prendido
en el negro de tus ojos
tu quisiste que bailara
a tu aire y a tu antojo
porque me quieres parar
si no se para la tierra
ni los cielos ni la mar.

Manuel Carmona

fin

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Medios de confusión masiva

ASPAÑISTAN

LA BANCA ES LA PROPIETARIA DE LOS GRUPOS MEDIÁTICOS

PRISA

Ya son accionistas importantes Daiwa Securities, BH Stores IV BV, BNP Paribas,
Bank of America, Asset Value Investors, Marlin Equities, Berggruen Acquistions
Holding LTD, Deutsche Bank. Entre todos suman alrededor del 25% del capital
actual. Además, Caixabank, Banco Santander y HSBC tendrán un 20% del capital
en 2014 tras canjear deuda por acciones. Pese a el, la deuda de Prisa se sitúa
alrededor de 3.000 millones y la empresa ha invitado a las siguientes entidades
financieras a canjear deuda e incorporarse al capital de la empresa o aumentar
su participación actual: BBVA, Banco Sabadell, Banesto, Bankia, Bankinter,
Banca March, Kutxabank, Banco Caixa Geral, Banco Cooperativo Español, Ibercaja,
Banco Pastor, Banco Popular, ICO, Liberbank, Banco Grupo Cajatres, NCG Banco,
Bankia, Banco Espíritu Santo, Caixa Banco de Investimento, , Vitybank, Crédit
Agricole, Societé General, The Royal Bank of Scotland, Commerzbank, Fortis,
Cooperative Centrae Raiffeisen-Boerenleenkbank, Alie Street Investments, Banca
Monte dei Paschi di Siena, Banco BP, Bank of America, Banco Itaú, Bank Audi
Saradar, Natixis.

GRUPO PLANETA

El accionista de referencia es José Manuel Lara, que a su vez es vicepresidente
del Banco Sabadell. El consejo de Antena3 incluye a Marco Drago, consejero del
fondo DeA Capital (el fondo vinculado a De Agostin, accionista de referencia de
A3) y Pedro Ramón Cajal (consejero del Banco Renta4).

VOCENTO

El Consejo de Administración incluye a Fernando Azaola Arteche (BBVA), Rodrigo
Echenique (Banco Santander) y Jaime Castellanos (Lazard).

GRUPO GODÓ

El dueño del grupo, Javier Godó, es a su vez vicepresidente de la Caixa y consejero
de Caixabank. En 2011, la entidad financiera concedió 7,5 millones de euros en créditos
al grupo. El reducido Consejo de Administración del Grupo Godó incluye a Luis Conde
(consejero de CatalunyaCaixa y vinculado a Lazard).

ZETA

Principal acreedor: Caixabank, que supervisa la reestructuración a través de Juan Llopart,
uno de sus consultores de confianza y hombre fuerte del consejo de Zeta.

TELE 5 /MEDIASET

La primera televisión española está bajo control del magnate italiano Silvio Berlusconi.
El Consejo de Administración incluye a Borja Prado (máximo responsable de Endesa y
consejero de Mediobanca, entre cuyos accionistas está el Banco Santander) y Helena
Revoredo (Banco Popular).

El caso del grupo Prisa, editor de El País y dueño de la Cadena SER, es paradigmático. Su
deuda llegó a alcanzar los 5.000 millones y acaba de reducirla a 3.000. Pero por el camino
se han incorporado al capital el conglomerado de Wall Street, agrupado en el vehículo
Liberty, y ahora, el Banco Santander, Caixabank y el HSBC. Y como la deuda seguirá siendo
demasiado abultada, la empresa ha abierto su capital a otros veinte bancos.
En los consejos de casi todos los grandes medios se sientan directamente consejeros del
sector financiero. Y la simbiosis va en doble dirección: los editores de La Vanguardia y
La Razón son a su vez vicepresidentes de CaixaBank y el Banco Sabadell, respectivamente.
El Cuarto Poder ya no debe lidiar más con la presión del sector financiero: ya es
directamente el sector financiero.

El extra de Julio/Agosto de la revista ‘Mongolia’ aparece con un detallado informe que
incide en lo presentes que están las entidades financieras en la propiedad de los medios
de comunicación: Prisa, Unidad Editorial, Planeta, Vocento, Grupo Godó…todos los grandes
conglomerados mediáticos tienen a la banca entre sus principales accionistas. Por su
interés, reproducimos un extracto de dicho estudio:
A los medios y a los periodistas les gusta verse a sí mismos como el Cuarto Poder.
Una imagen poderosa que les convierte, además en pilar básico de la democracia. Y,
a lo mejor, siguen siéndolo. Pero es más dudoso que el poder resida en su interior:
la crisis ha acelerado la “financiarización de las empresas periodísticas”, un fenómeno
muy visible en España.

El sector financiero ha tenido siempre una gran influencia sobre los medios por una doble
vía: mediante la contratación de publicidad -los bancos suelen encontrarse entre los
principales anunciantes- y la concesión de créditos. Pero el reciente boom disparó la
deuda de las grandes empresas de comunicación españolas y, ahora, como no pueden afrontarla,
la banca se incorpora directamente a su capital.

La prensa española está toda subvencionada por lo cual siempre sirve al gobierno de turno.
En cuanto a las directrices las fija la banca alemana quienes son quienes tienen el poder
en Europa; si ellos fueron los desencadenantes de dos guerras mundiales por medio de las
armas, no nos equivoquemos, estamos ahora ante una tercera pero por medio del dinero.
Alemania tiene un odio genético a todos porque no nos olvidemos que hace muy poco tiempo
que terminaron de pagar la deuda que tenían contraída por perder esas dos guerras!
Tiene que haber movimientos espontáneos y revoluciones espontáneas, y todo al fin de cuentas
se logra con aunar fuerzas para quitarse de encima a tanto charlatán de feria.
Los periodistas no tienen la talla que se necesita para poder luchar contra tanto poder acumulado.

Por eso, Rajoy ganó las elecciones; por eso, este pueblo, a pesar de las excepciones,
sigue aceptando las “recetas” del FMI; por eso, ese pueblo sigue dominado con “pan y
circo” pero sin pan…
Por eso, los gobiernos progresistas de América latina son “dictaduras”; por eso, este
pueblo acepta guerras y muertes en contra de países que nunca nada les ha hecho…
Pobres españoles, pobres europeos.
Sin embargo, queda la esperanza de que algún día “despierte” y las masas tomen el poder
para el beneficio general de los pueblos…
Yo no creo en el nacimiento de la vida por “generación expontanea biológica” y mucho
menos en el nacimiento revoluciones sociales “expontaneas”… no señor…la madre es la
situación socio económica ideal y el padre es conocimiento e iniciativa, con valor.
Sin ello, no “nacen los cambios”. El reto de estos pueblos es deshacerse de su principal
tutor mental: los medios de comunicación privados.

Contador

fin