Fue en Sevilla


En una reunión en casa de Abu Bakr bin Zuhr se
mencionó esta composición de Abu Bakr bin al-Abyad:

a menos que un talle esbelto
viera conmigo despuntar el alba
o que al caer la tarde me dijera:
«El viento tiene celos
de aquel que acaricia mis mejillas»
Ella, dueña de los corazones,
sembradora de inquietudes
Ella que puede provocar deseo
al espíritu más templado
Dulces labios que guardan perlas,
dando de beber al amante
herido de amor y fiel a sus promesas.


fluye en la pupila de la aurora
hasta el blanco de la mañana
La delicadeza muñeca del río
tiene los puños verdes
por los árboles de la orilla.


junto a la ribera del río de Sevilla
Subidos en el barco
rompimos el sello del almizcle
y nos envolvió por completo su perfume
mientras la mano de las tinieblas
extendía sobre nosotros
el negro manto de la noche.
Al-ándalus

Verde, como río que pasa por campos de verde hierba
Blanca, cal y sal de plata, casas de un pueblo que sueña
Y Verde cual esperanza que en el mañana despierta.
Desde la sombra de siglos, su silueta al viento ondea
mientras dibuja la gloria que en su libertad ya vuela
en su historia milenaria, de Tharsis hasta la vega
del Guadalquivir que guarda Melcart en tronos de seda.
Cansado de vuelta al país ufano
ando entre olivos que el viento mece,
¿Acaso no son vida y muerte rumores en curso?…
¿habrá alguien mas que los contemple?…
Superduque
Es el caso de la palabra al Andalus, que da origen al actual nombre de Andalucía; lo que no ha sido óbice para que se aplique a este último un erróneo origen vándalo. Lo mismo ocurre con el original: varias teorías intentan explicar la procedencia. Pero, ni todas pueden ser ciertas, ni la mayoría se ajusta a criterios razonables.
Teoría germánica
Es la que defiende un origen visigodo, procedente de la voz “Landahlauts”. Vendría a significar que al Andalus había sido adjudicada a los godos por sorteo, con todo lo que tiene de peregrino. Los godos –que, por cierto, no eran germánicos, sino nórdicos- no recibieron por sorteo ninguna tierra.
El imperio les instaló en la Narbonense, con el compromiso de defenderles de los ataques de los francos y de otros pueblos germánicos. Sin embargo, empujados por estos, acabaron por entrar en la península ibérica, que dominaron, pero al cabo de
casi trescientos años. La última zona conquistada fue la actual Andalucía, que solo poseyeron treinta y nueve años. Queda claro, por lo tanto, que ni se les asignó la provincia bética, ni nada parecido.
La opción helénica
El territorio que hoy ocupa Andalucía, de límites similares a los que tuvo la provincia Bética y, antes que ella, el reino o ciudades-estado de Tartessos, tuvo siempre un interés especial para los griegos. Gracias a ellos podemos saber muchos
detalles de nuestra historia. Pero los griegos son muy aficionados a dramatizar, novelar sus relatos, que, salvo Herodoto, tienen más forma de teatro que de crónica. Por ellos conocemos la existencia de leyes tartesias y de la ruta de los barcos
de esta civilización, entre otros de mucho interés. Y por ellos se conoce, también, la unción de Andalucía con el agua.
Tanto, que el llamado por los griegos “país de occidente”, también es conocido como el “Lugar del agua”. “Lugar del agua”, dicho en idioma local de entonces, tiene la raíz “Atl”, de donde procede la voz “Atlántida”. Y la raíz Talt –de donde procede
el nombre de Tartessos- es una deformación fonética de la primera. En sus diálogos, Platón da referencias sobre el “País de Occidente”, por boca de Critias.
Sin embargo, la infructuosa e innecesaria búsqueda de un “continente perdido” en el Océano, ha retrasado considerablemente el conocimiento de esta realidad. Porque no se ha caído en la cuenta que es el océano atlántico el que recibe el nombre por
suponerse que en él estuvo la Atlántida, y no al revés. Tratar esta cuestión sería objeto de un trabajo independiente, por lo que no queremos insistir en ello. Lo cierto es que cuando se produce la caída del reino visigodo, con la destrucción de
su ejército ante la laguna de La Janda, y se instaura un nuevo orden, más acorde con la mentalidad y la cultura del pueblo tartesio-bético, los nuevos dirigentes hispano-árabes, no se dedican a hacer “tabla rasa”, sino que, por el contrario, adoptan los nombres antiguos que sólo son actualizados, consecuencia lógica del idioma y de su evolución natural. Así, “A Andalus” no viene a ser más que una actualización de la voz anterior, dado que la raíz fonética And, tiene el mismo significado que las anteriores Atl y Talt: Lugar del Agua. Durante el período andalusí, las distintas zonas del reino reciben nombres propios del lugar, a los que se antepone el artículo árabe; por ejemplo: al Musata (La Meseta), al Garb (El Algarbe), ó al Xarq, (Levante). El actual nombre de Andalucía, aunque se preste a la formación gramatical “Vandalucía”, tampoco puede proceder de los vándalos. Por el escaso tiempo que este grupo étnico está en nuestra tierra; porque su nulo nivel cultural
imposibilitarían la adopción de ningún nombre propio. Y, sobre todo, porque, como queda demostrado más atrás, la única teoría que resiste un análisis, la única que no parece una teoría, sino una realidad tangible, es la que, desde la “reforma”
andalusí, nos emparenta con Grecia. Una similitud, un entendimiento que ha sido una constante durante toda la historia antigua y media, hasta el punto que es un historiador belga, Jacques Pirenne, quien afirma que, durante toda la Edad Media:
Sólo quedan dos focos de cultura en Europa
Uno es Bizancio, el otro al-Andalus
Blas Infante, reconocido actualmente como Padre de la Patria Andaluza, fue ante todo un arduo defensor de la libertad, la igualdad y la justicia. Comprometido con la lucha de los jornaleros y el bienestar de su pueblo, luchó también por el derecho de las mujeres y de los niños. Es un ejemplo a seguir por todos, por haber entregado su vida a la búsqueda de la
verdad y a la defensa de los valores humanos. Fue un gran conocedor de la historia y de la identidad cultural andaluza. En su infatigable exploración de la historia llegó incluso a viajar a Marruecos para “reencontrarse” con los descendientes de los
moriscos expulsados de Al-Andalus y visitar la tumba de Almutamid.
Fiel a sus principios, rechazó colaborar con la dictadura de Primo de Rivera y se levantó contra la concepción instrumental de la vida promovida por el capitalismo occidental. Volvió su mirada hacia el glorioso pasado cultural del pueblo andaluz en
busca de soluciones que acabasen con los problemas que asolaban a las clases trabajadoras de Andalucía. Blas Infante hizo posible que Andalucía se reencontrase consigo misma, tarea indispensable para poder seguir adelante. Era consciente de que el pueblo andaluz necesitaba recuperar su dignidad y orgullo para poder rebelarse a las imposiciones del españolismo y luchar con ímpetu por su libertad. Por ello, como reza el himno que compuso, busca entre los andaluces a los “hombres de luz que a
los hombres alma de hombres les dimos”, para acabar siempre pidiendo “tierra y libertad, sean por Andalucía libres, los pueblos de la humanidad.”
Comprometido políticamente y con la lucha social, su legado sigue vivo en los símbolos que le concedió a su querida Andalucía. Por un lado una bandera verde y blanca de inspiración andalusí; «verde, como la esperanza, cuando se asoma a
nuestros campos; blanca, como nuestra bondad», que dicen los versos árabes que la cantan, para que el pasado de esta tierra nunca más sea ignorado u olvidado. Y por otro lado un himno que llama a la libertad y a la justicia para que el pueblo
andaluz tenga siempre el valor y el coraje de luchar por sus derechos y su dignidad y para que sirva de modelo al resto del mundo. En su incansable defensa de los trabajadores y jornaleros andaluces, o felah-mengu -campesino expulsado- como él
explica, dijo: «La tierra de Andalucía es de todos los andaluces que quieran trabajarla». En sus manifiestos siempre abogó por la universalidad y el multiculturalismo, así como por la convivencia pacífica entre las diferentes culturas y religiones, llegando a proponer incluso la restauración
de la unidad con Oriente por el bien de España. Es importante conocer la obra de Blas Infante para entender su persona, su activismo y su lucha. La esencia de su pensamiento se basaba en la idea de que Andalucía no es más que una colonia en manos
de un Estado opresor que la condena sin remedio a la explotación y al subdesarrollo. Su ideología y sus exigencias siempre fueron en consonancia con «la vindicación esencial de un pueblo privado de su tierra por la conquista europea». Su objetivo
primordial siempre fue la reconstrucción y el ensalzamiento de Andalucía. En este sentido publicó diversas obras como Ideal Andaluz (1915), Motamid (1920), La dictadura pedagógica (1921), La verdad sobre el complot de Tablada y el Estado libre de Andalucía (1931), etc. En 1936 Blas Infante fue asesinado a manos de los fascistas, sin juicio ni sentencia, por defender sus ideales, por darle voz a la verdad y por enfrentarse a las injusticias de su época.


Córdoba
Sobre las aguas del río fluye la luna y sus tránsitos: ¡Palimpsesto de ríos
y sus pulsos! Arropada por la lenta formación del crepúsculo, el alma reposa
abandonada a la inmovilidad del espacio, sustraída a las argucias del lenguaje.
Declaramos la armonía del mundo en su silencio indescifrado, en su cualidad
luminosa surgida del estallido abrasador de las palabras, de sus ritmos y
geometrías conceptuales que perpetúan los pensamientos y fundamentan la
urdimbre universal de la vida. Mas en apartamiento íntimo, confín y despojo
del mundo, ¿qué nos mueve a indagar la quietud de ese universal roce de
fertilidades y ensimismamientos que es la vida del alma, sino la nada que
en soledad de continuo devenimos?
Circunscrito a la sensación de ser, un verdor de soledades apremia la
presencia del alma que atestigua la vida y sus pulsos, siendo y des-
siéndose, universal roce de soledades, senda abrupta y hondo barranco,
refugio soledoso y abandono, origen y dios que da fragancia: tú y yo,
nosotros, unísonos, sin nexo que nos repliegue, absolutos, como la
incisiva plenitud de este remanso de atardecer y canto de julio.
De los frágiles dedos de la experiencia, ¿qué queda en la calma sorprendente
de esta tarde de julio? Es la sensación de ser que embriaga el espacio y al
testigo que lo circunscribe, sin palabras que disturban la realidad que
aparece y se extingue, para renovarse y extinguirse de nuevo, juego de las
recreaciones y de las disoluciones, aventura de la imaginación y del deseo,
evidencia de la plenitud disgregada.
¿Acaso no son la vida y la muerte rumores en curso?...
La luz del alba abre el día a la profundidad del espacio. La brisa fricciona
la diversidad que aparece, dulce o amarga, como una suerte de azar o roce
universal de ríos o cantos, tuyos y míos, transparencia terrestre en cuyo
centro la unidad teje el espacio sin orillas, tránsito, peregrinaje del ser
devenido, confluencia de la piedra y del pájaro, del agua y de la noria, del
junco y del alma, y de la infinita concreción de las analogías, que ahora
me rescriben negación del tiempo, de la línea, de la palabra.
Sobre las enramadas y las geometrías laberínticas del espacio, la luz extiende
sus cúpulas como un pensamiento que hiciera libre a quien urdió la vida en
sueños, ¿transparencia en la que el mundo deviene ausencia, vaciamiento, poema
sin cuerpo? ¡Plenitud de la sensación de ser luz en el espacio, luz en armonía
sosteniendo la tarde y la imagen de sí misma soñándose en la expansión universal
de cuanto acontece!.
En tal suerte de ensimismamiento, ¿qué puede ofrendar el mundo a este retiro de
luz abandonada a sí misma y al silencio que desciende hasta los espacios que
son tuyos y míos, sin roce siquiera que nos desate, sin fragancia que nos perciba,
estando ya los bríos del alma adormecidos?…
Más adentro, en abandono íntimo, donde la seducción de la experiencia cesa y sólo
la consumación en lo indiviso pulsa la vida que transgrede y cesa. Perdido se ha
el alma. Ensimismados sus pulsos. Cegados los sentidos mediadores que en vida la
hermosura gozan. De seguro, caminando entre sus frondas en llamas, conjúrase la
vida en juego universal de recreaciones y disoluciones, y olvídame entre tus
silencios hondos, junto a la agreste hora en que la belleza prende su vuelo y
adentra el alma hasta los espacios en que te ocultas en tu invisibilidad sellada.
Libre de la esfera del tiempo, de los nombres y de las formas, que encarnan la
realidad que acontece, sólo la sensación de ser permanece.
Cruzo la llanura hasta el sendero que conduce a la vertiente angosta del río,
junto a los aranceles de la memoria y a las aguas que mueren en los ritos de
la tarde, decrecidos ya sus pulsos, cercados por la impronta irreducible del
instante en que el alma se abandona a sí misma: noche de los incendios
esplendorosos y de los susurros volátiles, morada del arrobamiento, tú y yo,
siéndonos uno, sin palabra, sin conquista. El corazón crepuscular del alba
se expande entonces hasta la inquietud de las enramadas. Agudiza el río su
curso y el día adviene. Tú escribes, en el espacio de los gozos indescriptibles,
los ecos del alma y este poema de laberíntico curso.
Algo se extinguió en los arenales del día y de la noche. Miles de voces estallan
y el silencio adviene. Nada destella en forma de imagen o de hecho. Ni el espacio
ni el tiempo poseen un nombre que les reclame. Abatida la memoria, consumido el
aceite de los deseos y sus frutos inferentes, antes de la percepción del mundo,
de las palabras y de los gestos que lo fundamentan y ciñen, del tejido del tiempo
de ondulados enjambres y tramposas licencias, del susurro de los valles enjaezados
de marzo, de los vacíos y fertilidades de este suelo quemado por el sol, en donde
maduran los dioses y las plegarias apasionadas de los hombres, ¿qué era yo?.
El río cede sus aguas a la noria que da forma y sentido a la tarde. El movimiento
de las aguas fascina al ojo. Los ánades esplenden en el aire y funden su vuelo a
los fulgores de la tarde inquieta. Los pulsos se desnudan y cesan los sentidos.
¿Dentro?… ¿Fuera?… Nada molesta la plenitud de este instante en que el mundo
y sus esfuerzos ardorosos se disuelven en el silencio, ¿cobijo del alma o región
del ensimismamiento?… Cuando de nuevo surjan los pensamientos, siendo observados,
¿habrá alguien que los contemple?…
Imagino a San Juan de la Cruz en el deseo supremo de lograr el desasimiento que
disuelve el alma en el Amado. Pero no menos me intereso en intuir la apacible
calma de Ibn Arabí en la ardua tarea, no del convencer imposible, sí del exponer
a sus correligionarios sufíes el falaz asunto de la aniquilación del ser. El
abulense desesperando por morir, para vivir en lo Supremo luego; el andalusí,
apacible, entregando a los guiados por el intelecto y sus controversias el suave
néctar de quien ya sólo sabe de lo indiviso. Disueltos, uno y otro, en las aguas
del Amor oceánico, Juan quedóse no sabiendo; Arabí sabe que en el ser no hay otro
a quien conocer, pues sólo él es. Juán vibra en el último balbuceo. Arabí nada busca, es.
Nuba Al-Istihal

¡Ay, de mi al-Ándalus! – Ibn Jafáya (1058 – 1139)
No debe ser nación un pueblo que olvida su pasado explendor


El himno nacional tiene su origen en una composición andalusí del siglo XII
Nuba Al-Istihal de Ibn Báya (Himno nacional de España)
El himno nacional de España, conocido como la Marcha Granadera, tiene su origen en una composición del siglo XI, obra del genial pensador, médico, músico y poeta andalusí Ibn Bayya, conocido como Avempace. Este descubrimiento se presenta como un símbolo para la nación española, y nos puede ayudar a comprender eso que Américo Castro llamaba «la realidad histórica de España». Esta es la crónica de como una pequeña comunidad de musulmanes descubrió el secreto de su himno nacional. Invitamos a los lectores a escuchar la pieza, y a sacar sus propias conclusiones.
«Cuando el hombre toma el laúd e interpreta las notas acompañadas con la poesía, su espíritu se siente inmerso en el mundo de la música, hasta llegar a lo más profundo de su ser y purificarlo.» Ibn Báya, Zargoza, s.XI
La noticia llegó a la pequeña comunidad de Medinat Sabora, tras una larga noche dedicada al recuerdo. Esta era una ancestral costumbre que los nuevos musulmanes estaban recuperando, junto a la memoria histórica perdida. Tras cinco oscuros siglos de genocidio, el Islam volvía a ser una realidad en esta tierra, si es que no lo había sido siempre.
Así era entonces, como había sido antaño en esta misma tierra andalusí. La nave de los locos trazaba círculos alrededor de la Palabra revelada. Tras la azalá del alba, solo quedó el sonido de las ranas en la charca, que sentenciaron el dikra del día que amanece: todos hemos de morir, recordad el parto del tiempo es una luna llena, preñada de una luz intempestiva, que ha de recomenzar a cada instante. Cuando las ranas terminaron el canto, el corazón del hombre estaba quieto. Los planes del Shaytán fueron desbaratados, y los amigos se reunieron en torno a una taza de café.
«Alhamdulil-lâh que nos ha hecho musulmanes», dijo Abu Tariq, mientras alguien escogía un CD para acompañar ese silencio. Era la Núba al-Istihal, de ibn Báya, grabada por Omar Metiou y Eduardo Paniagua. Los musulmanes oían la música de fondo, sin prestarle atención alguna, cuando alguien fue iluminado: «¡es el himno nacional de España!». Los moros nuevos escucharon una y otra vez la pieza número 4 del disco de Omar Metiou y Eduardo Paniagua, simultaneando su audición con la del himno nacional de España, hasta que quedaron convencidos: la Marcha Granadera parece surgir de la nuba de ibn Báya, si es que los oídos no nos han fallado.
En los días siguientes comunicaron su descubrimiento al Chapi Pineda, conocido músico andaluz, muy apreciado en la zona por su toque de guitarra, el cual convino en que había una clara semejanza. Así pues, esta noticia fue transmitida a los nuevos moros por dos vías distintas: por el método de la iluminación interna, que es el más dudoso y efectivo, y por la opinión científica de un especialista en la materia.
Este descubrimiento no puede sorprendernos: España es un país en el cual la cultura dominante durante ocho siglos fue árabe-musulmana, y hay sobradas evidencias para pensar que si escarbamos un poquito en dirección al pasado, encontramos la huella del Islam tras las más importantes manifestaciones de las más antiguas tradiciones españolas. No en vano Juan Vernet insinúa el origen árabe de su monarca…
Sólo nos queda comunicar a las autoridades españolas nuestro descubrimiento, para que tengan a bien hacerlo constar en los discursos oficiales sobre la materia. Esta información viene a llenar un hueco, a disipar el enigma de los orígenes del himno nacional de España.
Este descubrimiento abre nuevas posibilidades de futuro. Desde nuestra humilde posición de súbditos de la corona, queremos proponer a las autoridades que incorporen la magnífica letra de la nuba de ibn Báya. España podría convertirse en el primer país de Europa cuyo himno nacional es un canto de amor entre místico y desesperado…


no te dejó ver el cansancio de mi mente.
Aquel que te envió me respondió
con la somnolencia de mis párpados.
seguí con las hermosas y vivo esclavo de mis deseos.
¡Si pudiera ver con mis propios ojos a mi Señor!,
¡ay! Si pudiera verlo.
Contemplar tu belleza vivifica mi corazón,
compadécete, tú que das la vida al desfallecido,
tu amor me agotó.
Tu belleza hermosa, por su hermosura es bella,
guía y seductora, locura para el que agoniza de amor.
Aquello que era guía se convirtió en un sueño,
y antes de caer en el amor, él me dominó,
me venció y gozó con su dominio,
penetrando en mi cuerpo.
Quise ser sumisa y no atendió mi deseo.
Si me hubiera escuchado, o hubiera estado cerca de mí,
con su ayuda me habría rescatado.
Contemplar tú belleza vivifica mi corazón,
compadécete, tu que das vida al desfallecido,
tú amor me agotó.


Imaginamos a los soldados españoles en Afganistán cantando está canción en su original árabe, ante la mirada atónita de los nativos. La recuperación de su pasado andalusí podría convertir a España en un puente entre civilizaciones, en unos tiempos en los cuales el discurso oficial se estructura desde la diferencia. Esta noticia será recogida con alegría por todos aquellos que quieren avanzar en el camino del encuentro. Al-lâh es grande.