Pacto de silencio
ni secreto que no llegue a saberse». Evangelio de Lucas 12:2
Primavera de 1981
Pacto de Silencio, libro citado en los sumarios del Juicio
del Síndrome Tóxico, denuncia y documenta que el aceite de
colza no pudo ser el causante de la intoxicación colectiva
del Síndrome Tóxico, y que muchos de los afectados podrían
estar curados si no se hubiera ocultado la verdadera causa
de la intoxicación.
La lectura de la sentencia hizo referencia al libro Pacto
de Silencio, afirmando de él que había sido patrocinado por
los abogados de la Defensa. Por esta falsa afirmación, Andreas
Faber-Kaiser expresó su intención a los medios de comunicación
de cursar la correspondiente denuncia contra el Tribunal.
Sirva este brevísimo guión para dar una idea fugaz de parte de
cuanto en el libro se aborda con rigor documental y profusión
de datos contrastados:
Los primeros casos se detectan a principios de mayo de 1981,
afectando rápidamente a un creciente n° de individuos.
El gobierno anuncia por T.V.E. que la culpa de todo la tiene una
partida de aceite de colza desnaturalizado, distribuido en
venta ambulante.
Otros investigadores siguen una pista distinta que tiene su
punto de partida en una combinación insecticida, concretamente
un combinado nematicida organotiofosforado que envenenó a las
más de 60.000 víctimas (más de 700 de ellas murieron) al consumir
éstas tomates de una determinada partida tratada con el aludido
insecticida.
Por lo menos desde finales de junio de 1981, el gobierno estaba
suficientemente informado de que no era posible que el aceite
fuera el causante de la epidemia. Meses más tarde, pero siempre
dentro del mismo año 1981, el Ministerio de Sanidad queda
ampliamente informado de la posibilidad de que determinado
insecticida organotiofosforado podría haber desencadenado
la nueva enfermedad.
Ocho meses después de aparecer el primer caso de síndrome tóxico,
un médico militar, el teniente coronel Luís Sánchez-Monje Montero,
envía al gobierno, al INSALUD, para que lo leyera el Dr. Luís
Valenciano, a la sazón Director General de la Salud Pública, un
informe en el que afirmaba que el origen de la grave enfermedad
radicaba en un veneno que bloqueaba la colinesterasa, y en que
explicaba como había que curar a los enfermos. Más adelante
definiría este veneno como un compuesto organofosforado. El doctor
Sánchez-Monje ya había curado para entonces particularmente a unos
cuantos afectados. Pero nadie reacciona en el I.N.S.A.L.U.D
ni en la Dirección general de la Salud Pública.
El Dr. Sánchez-Monje envía también un informe sobre sus evaluaciones
y curaciones a la publicación especializada «Tribuna Médica», que lo
reproduce en la página 8 de su número 937, correspondiente al 19 de
marzo de 1982. Nadie, ni desde el INSALUD ni desde el Ministerio de
Sanidad, se acercó a ver que más tenía que decir el único médico
español que había logrado salvar vidas y aliviar a enfermos de la
masiva intoxicación.
Cuando el Ministerio de Sanidad todavía seguía dictando que el origen
de la enfermedad había que buscarla en un micoplasma, de transmisión
aérea, y de entrada en el organismo por vía respiratoria, el Dr.
Antonio Muro y Fernández Cavada, director en funciones del Hospital
del Rey en Madrid, ya afirmaba el 10 de mayo de 1981 —a los 10 días
de detectada la enfermedad— que eso era imposible, y que la vía de
transmisión era necesariamente —dadas la características de la
sintomatología— la digestiva. El 13 de mayo de 1981, desesperado por
que las altas instancias sanitarias del país hacían caso omiso de sus
indicaciones acerca de como había que llevar la investigación, se lanzó
a predecir nuevos focos de afectados: dado que había seguido la pista de
la enfermedad y había logrado dar con la red de distribución del producto
venenoso, notificó el 13 de mayo a los doctores Munuera y Cañada
—subdirector general de Programas de Sanidad— dónde exactamente iba a
aparecer nuevos casos de afectados al día siguiente, con especificación
de poblaciones y de calles. Al día siguiente, 14 de mayo, aparecieron
efectiva y puntualmente estos nuevos afectados, en las poblaciones y en
las calles indicadas por el Dr. Muro. Al día siguiente, 15 de mayo, un
telegrama del Ministerio de Sanidad ordenaba el cese fulminante del Dr.
Antonio Muro y Fernández-Cavada de su puesto de director en funciones
del Hospital del rey.
Datos que indican que no pudo ser el aceite:
Uno de los pilares en los que basan su acusación quienes argumentan que
el origen del síndrome tóxico radica en el aceite de colza desnaturalizado,
es el hecho —dicen ellos— de que la enfermedad comienza a decaer desde el
momento en que deja de ser consumido el aceite sospechoso: el 10 de junio
de 1981 se anuncia por primera vez por TVE la posible relación de unos
aceites sospechosos con el origen de la enfermedad. El 17 de junio se da
la orden de retirada de estos aceites sospechosos. Y el 30 de junio de 1981
comienza la operación efectiva de canje de los mismos por aceite puro de oliva.
A partir de este día, según la tesis oficial, comienza a remitir la curva de
incidencia de entrada de nuevos enfermos en los hospitales. Pero esta opinión
oficial está falseada. Porque observando la curva real de dicha incidencia, la
enfermedad —el ingreso de nuevos enfermos en centros hospitalarios— decae
espontánea y verticalmente a partir del 30 de mayo, o sea un mes antes de que
a la gente se le quitara el aceite presuntamente tóxico.
Si fuera el aceite el causante ¿Como se explica la discriminación intrafamiliar?
¿Y la interfamiliar? Es sabido que el «garrafista» ha vendido a bloques enteros
de vecinos, y solamente han enfermado por ejemplo los del 2° A, los del 7° F y
los del 1° B, mientras que el resto permanecen sanos, a pesar de que las garrafas
se habían llenado en el mismo momento, del mismo tanque, y fueron vendidas el mismo
día.
Resulta curioso que en Catalunya, a pesar de haberse comercializado aceite fraudulento,
que fue declarado como aceite tóxico, por una cantidad que superaba los 350.000 kilos,
y haberse vendido al público durante varios meses de 1981, no se tiene constancia de
la existencia de ningún afectado original de la zona catalana. Lo más sorprendente del
caso es que una de estas marcas, concretamente «El Olivo», fue también distribuida en
Castilla, sobretodo en Madrid capital y poblaciones limítrofes. Este aceite oriundo de
Catalunya, en donde no provocó ningún afectado, al ser consumido en Madrid provoca
automáticamente afectación.
«El nematicida fitosistémico Nemacur-10, prohibido en varios países por su alta
peligrosidad, e introducido en España por primera vez pocos meses antes de la
epidemia del síndrome tóxico, es un organotiofosforado del grupo fenamiphos (4-
[metiltio]-m-toliletil-isopropilamidofosfato) que, de no respetarse sus muy dilatados
intervalos de seguridad (mínimo de tres meses), se convierte dentro del fruto en un
fitometabolito derivado extraordinariamente agresivo -su toxicidad se potencia unas
700 (setecientas) veces- y cuya composición exacta parece ser alto secreto militar.
Las partes fundamentales de su molécula y su acción bloqueante irreversible de la
acetilcolinesterasa, explica extraordinariamente bien, pese a los desmentidos globales
de la OMS, la patogenia y cuadro clínico observados en el síndrome tóxico. Los tomates
contaminados son semiselectos de la variedad ‘lucy’, razón por la cual su consumo no ha
afectado a clases o zonas urbanas adineradas».
Arsenal de guerra química
Aporto estas consideraciones porque se observa -cuando se analiza todo este asunto en
detalle- que el pacto de silencio que aquí salta a la vista, sólo puede justificarse
por la extrema gravedad de lo realmente ocurrido. Para ello conviene recordar que los
organofosforados se hallan en la base del moderno armamento químico como también
conviene recordar por qué se estaba demorando el acuerdo de desarme químico entre los
Estados Unidos y la Unión Soviética: la creación del arma química binaria hace
imposible cualquier tipo de control internacional, debido a que su producción puede
ser organizada secretamente incorporándola en cualquier empresa química privada.
Implica la experimentación con nuevos tipos de agentes químicos en la industria de
herbicidas, entre otras, existiendo la posibilidad de evitar las inspecciones en las
unidades y empresas que pertenezcan a sociedades privadas o multinacionales. Cabe
señalar que Nemacur y Oftanol son productos de la multinacional Bayer. Es importante
por lo tanto que al enjuiciar lo sucedido en España con el síndrome tóxico, se tenga
presente que la industria química privada multinacional ofrece la única posibilidad
de ensayo impune en el supuesto de un acuerdo internacional de suspensión de la
experimentación y almacenamiento de armamento químico.
Esto lo sabía perfectamente Juan José Rosón, al igual que cabe suponer lo saben
perfectamente el teniente general Emilio Alonso Manglano, el coronel Catalá y el
general Cassinello, por citar solamente a algunos conocedores del tema.
Andreas Faber-Kaiser, 1988
Andreas Faber-Kaiser “murió” en el hospital de
Can Ruti (Badalona) en 1994, victima del SIDA.
El siempre manifestó que el no incurria en ninguna
conducta de riesgo, y que esta enfermedad le fué
inoculada, tal vez, durante unas transfusiones de
sangre que realizó… dejando en el aire si tal vez fué
“eliminado” por tratar temas “delicados”.(Sida, Colza).
La ocultación de la verdadera causa del Síndrome
Tóxico impidió la curación de miles de españoles.
Podcast de Andreas Faber-Kaiser


Mientras la Ciencia a los 3 meses ya sabía que no podía ser el aceite de colza,
el Poder acusaba y encarcelaba a los industriales del aceite de colza. Mientras
la Ciencia a los 8 meses ya sabía como curar a los afectados, el Poder ocultaba
a más de 60.000 enfermos la posibilidad de su curación.
3 junio, 2015 en 4:26
7 junio, 2015 en 4:03
8 junio, 2015 en 3:10
10 junio, 2015 en 13:51
3 junio, 2015 en 4:43
MÁS INTERÉS EN LOS EE.UU. QUE EN ESPAÑA
Eso ya se notó días antes, cuando el Dr. Angel Peralta Serrano, jefe del departamento de Endocrinología del Hospital Infantil de la Ciudad Sanitaria de La Paz, de Madrid, en artículo publicado en el diario «Ya» de fecha 12 de mayo de 1981, y después de informar que al INSALUD le habían sobrado 17.000 millones de pesetas aquel año (¡Cuanta urgencia y efectividad podría haberse aplicado a la resolución de la nuva enfermedad!), afirmaba, refiríendose al síndrome tóxico, que en su opinión los cuadros clínicos que se habían presentado en aquellos primeros días, mejor se explicaban por una intoxicación por insecticidas organofosforados, que no por una simple infección viral (neumonía atípica).
El artículo en cuestión fue replicado al día siguiente por el entonces Secretario de Estado para la Sanidad, Luis Sánchez-Harguindey Pimentel, en carta abierta publicada en el mismo rotativo, con lo cual el mencionado Secretario de Estado evidenciaba estar perfectamente al corriente de lo expuesto el día anterior por el Dr. Angel Peralta. Pero tampoco reacciona, ni obra en interés de los enfermos. Esa historia, como dije en el párrafo anterior, parece que no va con el gobierno español:
«Ya» es un diario matutino (ojo al dato). Porque el mismo día 12 en que aparece el artículo del Dr. Peralta hablando por primera vez de organofosforados, una llamada telefónica de Madrid —del Dr. Gallardo del Centro Nacional de Virología y Ecología Sanitaria— a Atlanta, en el estado norteamericano de Georgia, pide ayuda al Epidemiology Program Office del Center for Disease Control (CDC). Que envía a Madrid al epidemiólogo William B. Baine. Tal y como manifestría más tarde la eurodiputada Dorothee Piermont, investigadores y víctimas implicadas son de la opinión de que datos, historiales clínicos y documentos establecidos con ocasión de la visita del epidemiólogo norteamenricano, fueron transferidos íntegramente al CDC estadounidense, no siendo por tanto accesibles ya a los investigadores españoles que consideran falsa la hipótesis del aceite.
Para finalizar este tema, quiero dejar constancia de la sorprendente realidad de que cuando el síndrome tóxico —sin estar resulto ni muchísimo menos— deja ya de ser un tema de importancia para las autoridades españolas, lo sigue siendo de forma prioritaria para los Estados Unidos. Esto sólo ya es un escándalo en sí mismo.
¿Es que los americanos querían patentar en su país el sistema de desnaturalización y re-naturalización de aceite de colza que habían aplicado quienes se sentaron en el banquillo de la Casa de campo? Que nadie se engañe: más bien estaban al corriente desde el principio de lo que realmente aconteció aquí en la primavera de 1981. El detalle que cito aparece textualmente en la hoja 4ª del Acta de la sesión del 17 de noviembre de 1983 del Pleno de la Subcomisión de Investigación Clínica de la Comisión Unificada de Investigación, integrada en el Plan Nacional para el Síndrome Tóxico dependiente de la Presidencia del Gobierno. Citando una intervención del Dr. Manuel Posada de la Paz, puede leerse allí:
«»A continuación expuso la relación de trabajos que se van a enviar para ver si pueden ser subvencionados por la vía del convenio Hispano-Americano. Dicho convenio está basado en un dinero que Estados Unidos paga al Gobierno español por las bases americanas, que se invierte en proyectos de investigación conjuntos para ambos países. Hace un año el SAT (síndrome del aceite tóxico) era un tema prioritario para los dos países, pero en el momento actual no lo es para España aunque los americanos siguen muy interesados.»»
3 junio, 2015 en 7:06
3 junio, 2015 en 7:07
4 junio, 2015 en 5:03
7 junio, 2015 en 2:25
3 junio, 2015 en 7:09
7 junio, 2015 en 2:32
LA «TRANSICION» ESPAÑOLA
7 junio, 2015 en 3:48
9 junio, 2015 en 3:47
18 junio, 2015 en 2:09
Manga de miserables.
Un abrazo.
Rubs.
3 junio, 2015 en 8:11
LA CURACIÓN NO INTERESABA
La gravedad del problema se acentúa por la circunstancia de que por lo menos desde finales de julio de 1981 el goberno estaba suficientemente bien informado de que no era posible que el aceite fuera el causante de la eipdemia. Desde aquel momento cuando menos debía de haberse incentivado con todos los recursos posibles el análisis de las otras posibilidades que se barajaban para el posible origen de la enfermedad, posibilidades que ya estaban también a finales de julio de 1981 sobre la mesa de quienes empuñan las riendas del poder. Eso era prioridad absoluta puesto que había personas que se estaban muriendo y se imponía la urgente necesidad de conocer el origen del mal para poder intentar la curación adecuada de los afectados.
Meses más tarde, pero siempre dentro del mismo año 1981, el Ministerio de Sanidad queda ampliamente informado de la posibilidad de que determinado insecticida organotiofosforado podría haber desencadenado la nueva enfermedad. Pero no actúa en consecuencia.
Y a mi entender la cosa se agrava aún más cuando 8 meses después de aparecer el primer caso de síndrome tóxico, un médico militar, el teniente coronel Luis Sánchez-Monge Montero, envía al gobierno, al INSALUD, «para que lo leyera Valenciano», me diría, refieriéndose con ello al Dr. Luis Valenciano, a la sazón Director General de la Salud Pública, un informe en el que afirmaba que el origen de la grave enfermedad radicaba en un veneno que bloqueaba la colinesterasa, y en el que explicaba cómo había que curar a los enfermos. Mas adelante definiría este veneno como un compuesto organofosforado. No se trataba de una aventurada teoría: el Dr. Sánchez-Monge ya había curado para entonces particularmente a unos cuantos afectados. Lo cual quiere decir que tal vez no todas, pero decididamente muchas de las 60.000 víctimas podrían estar curadas desde 1982. Pero nadie reacciona en el INSALUD ni en la Dirección General de la Salud Pública. Mas la gravedad de la inhibición oficial no termina allí. El Dr. Sánchez-Monge envía también un informe sobre sus evaluaciones y curaciones a la publicación especializada «Tribuna Médica», que lo reproduce en la página 8 de su número 937, correspondiente al 19 de marzo de 1982. Yo me imagino que el Ministerio de Sanidad debe de estar puntualmente informado de cuantas noticias interesantes se publican en un semanario de las características de «Tribuna Médica». De modo que me imagino al Sr. Ministro enterado de que hay un médico que está afirmando haber curado a una serie de pacientes de la enfermedad conocida por síndrome tóxico, enfermedad nueva y desconocida en cuanto a su tratamiento, y que en aquellos momentos configuraba el problema número uno planteado a la Sanidad española con carácter de extrema urgencia permanente, hasta su total resolución. me imagino que en estas circunstancias el máximo responsable de la salud de sus conciudadanos lo dejará todo para leer lo que escribe un médico que afirma haber logrado la curación de unos cuantos afectados. Y al minuto siguiente de concluir esta lectura, me imagino al aludido velador de nuestra salud telefoneando al médico en cuestión, para tenerlo al cabo de una hora en el Ministerio de Sanidad y discutir con él sus experiencias con la finalidad de aplicarlas —en el supuesto de que realmente resultaran positivas— al resto de la población afectada por la misma epidemia. Pues no. Nadie, ni desde el INSALUD ni desde el Ministerio de Sanidad, se acercó a ver que más tenía que decir el único médico español que había logrado salvar vidas y aliviar a enfermos de la masiva intoxicación.
De lo que se trataba precisamente —a la vista de toda la evolución del problema, y tal y como lo documento ampliamente en el libro Pacto de Silencio (Compañía General de las Letras, Barcelona, marzo 1988)— era de no curar a los enfermos, para evitar así el que se descubriera el verdadero orígen del envenenamiento.
Solamente así cobra sentido el trato oficial dado al Dr. Antonio Muro y Fernández-Cavada, director en funciones del Hospital del Rey, en Madrid. Cuando el Ministerio de Sanidad todavía seguía dictando que el origen de la enfermedad había que buscarlo en un micoplasma, de transmisión aérea, y de entrada en el organismo por vía respiratoria, el Dr. Muro ya afirmaba el 10 de mayo de 1981 —a los 10 días de detectada la enfermedad— que eso era imposible, y que la vía de transmisión era necesariamente —dadas las características de la sintomatología— la digestiva. «Si se hubiera enfocado la enfermedad por vía digestiva desde el mismo día 10 de mayo en que se dijo, se habría muerto menos gente y la investigación se habría enfocado en otro sentido», me diría el hijo del difunto Dr. Muro, mientras el letrado Juan Francisco Franco Otegui denunciaba ante el Parlamento Europeo el 26 de octubre de 1986 que el gobierno había condicionado los diagnósticos, ocultado o retrasado el reconocimiento de síntomas de la enfermedad, y manipulado resultados analíticos para añadir que «paralelamente, la Administración impidió el desarrollo de hipótesis alternativas valiéndose de todo tipo de medios incluídos la ocultación y falsificación de todos aquellos datos que exigían la apertura de nuevas líneas de investigación.»
4 junio, 2015 en 5:02
4 junio, 2015 en 7:23
7 junio, 2015 en 3:55
FUE LA OTAN
7 junio, 2015 en 3:58
4 junio, 2015 en 6:55